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Jaime García Chávez

25/04/2022 - 12:03 am

Frente a los extremismos, indispensable buscar alternativas

Al final del día nuestro futuro no se cifra en las gesticulaciones cotidianas de López Obrador. 

El Presidente Andrés Manuel López Obrador en su conferencia desde Palacio Nacional.
He sostenido que Andrés Manuel López Obrador colonializa todas las mañanas la opinión y la agenda públicas. Foto: Andrea Murcia, Cuartoscuro. Foto: Galo Cañas, Cuartoscuro

Cuando se examina con seriedad la política del lopezobradorismo, suele aparecer el adjetivo binario. El concepto de política de enemigos, con la derivación a subrayar la necesaria derrota y destrucción del adversario, es también otro de los elementos que se trae a presencia. Lo que no se toca, a mi juicio, es el tema de los enemigos complementarios y el jugo conceptual que ofrece este aspecto que se refiere a los radicalismos.

Estériles, como suelen ser, estos radicalismos los observamos hoy en la escena pública mexicana. Si de un lado se sostiene que “unos” son traidores a la patria, los “otros” pagan con la misma moneda falsa, de tal manera que adquieren una complementariedad que, sin proponérselo, se alimentan recíprocamente y con la misma intensidad. Esta idea está presente en la obra Insumisos, de Tzvetan Todorov, y es de lectura obligatoria para quien se quiera adentrar a la comprensión de los extremismos que hoy recorren el país.

He sostenido que Andrés Manuel López Obrador colonializa todas las mañanas la opinión y la agenda públicas, que contribuye a amplificar la oposición pertinaz basada prácticamente en una especie de anti-argumentos que le reditúan al presidente su estrategia de polarización. El legendario Marcial escribió un epigrama que es famoso: “no puedo vivir ni contigo ni sin ti”.

Quienes nos empeñamos en buscar una alternativa a la circunstancia mexicana actual, nos favorece salirnos de ese círculo vicioso. En otras palabras, hay que dejar a Andrés Manuel López Obrador en un segundo o ulterior lugar, más ahora que se declaró predicador, y ocuparnos del andamiaje que hará posible superar esta etapa para retomar la construcción democrática que el país demanda. De no hacerlo, y ya nos hemos tardado, la polaridad Cuatroté-Prianistas gozará de vitalidad sin que lo comprendan a cabalidad quienes se oponen al régimen actual, fortaleciéndolo de manera involuntaria.

Confieso que esta idea es difícil de conceptualizar, pero tanto la necesaria reflexión del futuro que viene y la apertura de vías para la superación de la que hablo, es más que indispensable, y una tarea que compete a muchos que aún se ubican en el campo de la democracia de izquierda.

Rumbo a la elección general de 2024 hay, de entrada, un déficit insoslayable: la ausencia de un partido político que construya en la dirección sugerida. Reconozcamos que la elección de 2018 barrió con el sistema de partidos que se vertebró luego de la ruptura de 1988.

El Pacto por México durante el peñanietismo fue letal para el PRI, el PAN y el PRD, que pretenden configurar el polo electoral en 2024 y es previsible que no sea atractiva la alianza que han venido formando, que en buena medida está prefigurada con el bloqueo a la reforma energética, que no pasó la aduana de la mayoría calificada el pasado domingo 10 de abril.

Resultará difícil, con el pasado reciente del PAN en el poder o la remota historia del PRI, que los ciudadanos los tomen como vanguardia. Carecen de autoridad moral y política, y poco invitarán a una gran convocatoria. Por su parte, el rol jugado por el PRD ha venido a ser el de un partido satélite, como lo fue en los años dorados del PRI el PPS de Lombardo Toledano. Las historias se pagan.

Lo que me queda claro es que un gran segmento de una izquierda democrática invertebrada, que no juega, por convicción, con MORENA, no irá a esa alianza; quizá se quedará al margen, porque también le resulta difícil –por no decir imposible– construir un partido político; lo que no significa que estén ayunos de crear alternativas o contribuir a las mismas, para romper con ese juego de enemigos complementarios que, a mi juicio, terminaría favoreciendo al autoritarismo de la Cuatroté, con grandísimos costos para la edificación de una democracia avanzada y consolidada, que se canceló en estos años con la hegemonía, más que de la Cuatroté, de esa mezcla heteróclita que concluyó en el vértice López Obrador.

Hace par de lustros se pudo pensar que el PRD sería un partido que contribuiría al arribo de un buen puerto en la transición mexicana a la democracia. Lo que tenemos ahora es su gran fracaso por el apoderamiento que hicieron de este instituto partidario los que sólo alentaron proyectos de poder y negocios. Incluso sus grandes líderes de alguna manera les toca responsabilidad en la debacle.

Hay una reflexión necesaria que podría llevar a una ilusión pueril y tiene que ver con la historia del PRD al momento de su nacimiento. Como se sabe, el PRD usufructúa un registro partidario que fue patrimonio conquistado por el Partido Comunista Mexicano, de Arnoldo Martínez Verdugo, que luego cambió de nombre para ser el Partido Socialista Unificado de México, y muy rápidamente después, el Partido Mexicano Socialista, de Gilberto Rincón Gallardo, un líder que siempre despertó grandes afectos.

Ese registro partidario tiene toda una historia que lo encuadra en una búsqueda de la democracia, que tuvo como premisa el abandono del comunismo que soñaba con la dictadura del proletariado. Fue una larga marcha por la democracia, con la que se podía estar en desacuerdo, como lo demuestran muchas polémicas de aquellos tiempos, pero sin duda marcó un derrotero hacia la meta del sistema democrático, la vía pacífica y la participación electoral creciente.

El PMS se sumó a la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988; su candidato presidencial, Heberto Castillo, declinó en favor del michoacano, y en un momento difícil para participar en la elección tabasqueña en la que figuró López Obrador como candidato, no dudó en poner las siglas en favor de la democracia y en contra de la usurpación salinista.

En el momento de la fundación del PRD, como el partido del 6 de julio, de un instrumento a favor de la sociedad, el PMS, partido de raigambre comunista, generosamente se entregó para que surgiera aquel. Al disolverse el PMS se cantó por última vez La Internacional y se hizo una donación política histórica, sólo entendible por la altura de miras de personajes de la talla de Arnoldo Martínez Verdugo, Gilberto Rincón Gallardo, Valentín Campa y Antonio Becerra Gaytán, por mencionar a algunos.

Esa herencia la han traicionado los actuales dirigentes del PRD, ahora socios del PAN y del PRI. Sería de ilusos pedir que regresen ese capital político a buenas manos. Pero se siguen presentando como una izquierda que, a resumidas cuentas, sólo juega con la calidad de enemigo complementario.

Por estas razones y muchas otras, que seguramente existen, el discurso predominante actual se debe transformar, se ha de redirigir, porque al final del día nuestro futuro no se cifra en las gesticulaciones cotidianas de López Obrador.

Jaime García Chávez
Político y abogado chihuahuense. Por más de cuarenta años ha dirigido un despacho de abogados que defiende los derechos humanos y laborales. Impulsor del combate a la corrupción política. Fundador y actual presidente de Unión Ciudadana, A.C.

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