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Tomás Calvillo Unna

25/10/2023 - 12:04 am

El presente inexistente

“Nunca estuvo ausente de su combativo espíritu hasta el último aliento”.

“El beso de la ventana”. Pintura: Tomás Javier Calvillo Unna

Rendija

La desorientación del poder político y su quehacer público; su vaciamiento de sentido. El reino de los instintos en el inmenso cementerio del territorio nacional. La guerra sin fin en el desierto de los antiguos profetas monoteístas.

 

I

El ritmo craquelado,

los entretelones

de la química del ser;

los sueños,

su juego de fantasmas

en el laberinto horadado

del subconsciente;

las piezas de un ajedrez

incompleto

en la desimantada brújula

del pequeño mundo

que habitamos:

la obra siempre inconclusa

que pretendemos dirigir

con su tartamudeante guion.

El tiempo nos carcome con su ilusión

es el costo de cumplir

el deseo del momento

que erosiona la certeza;

esas fracciones,

donde la conciencia se ausenta,

son la tierra fértil de la confusión,

la abrupta cotidianidad

que nos envuelve,

el dominio y reino del mercado.

Los cálculos de la ganancia

en las fantasías de una libertad

condicionada por su ignorancia.

Otra vez la pretensión

de llegar a ser dioses;

la arcaica semilla de la fatalidad

en la ilusión deslumbrada

por alcanzar el poder

sobre la vida y la muerte;

imparable en su ambición

la misma civilización se estruja;

es el origen de la esclavitud

de nuestra esclavitud.

Andamos con pasos de gallina,

amarrados a los tobillos

sin poder desprendernos

de las sujeciones del fanatismo,

que asume el crimen

como argumento,

de una rutina de imponderables.

La velocidad impera

sin saber el rumbo que llevamos:

minúsculas inteligencias artificiales

hipnotizadas en su secuencia

de caprichos propios y ajenos,

no hay diferencia.

II

Los labios inciertos de la trama,

su poderosa percepción

de la naturaleza;

ese beso de la ventana

es una balsa de salvación,

la tormenta de la pesadilla

queda atrás

y las playas doradas y azules

en el horizonte

alientan el rumbo a seguir,

la tertulia del amanecer,

el gozo de su aparición.

III

El estacionamiento

convertido

en un observatorio de la plenitud.

Basta alzar la mirada

y ver esos diseños de la Luz,

su pulcritud,

y la tinta blanca del viento

escriturar los cielos.

¿Acaso esa grandeza nos puede ser ajena?

Descifrar

el juego azaroso de sus formas;

este vibrar al unísono,

sabiendo la pequeñez de nuestros cuerpos,

y el anhelo majestuoso del corazón,

por alcanzar la esférica virtud

de una alegría que nos interpela.

IV

Esas hojas

que se levantaron en el camino

y la sonrisa de ella en la memoria,

no son extrañas en su coincidencia.

Tiempos de turbulencia se avecinan;

ella se fue con cierta desazón,

escribió sus últimas cartas, y advirtió

a quién decidió abrazar la fatalidad –

de las cosas cercanas, aquello próximo

que fue inquietud y a la vez trascendencia

en su incansable caminar.

Nunca estuvo ausente

de su combativo espíritu

hasta el último aliento,

cuando escalaba,

con su alma,

las escarpadas laderas de la muerte

desprendiéndose del cuerpo ya inútil.

V

El sol a las 4:30 nos habla, solía decir

hay que asomarse a verlo, nos pedía:

Ya sé, ya sé,

su resplandor nos llena de gracia,

afirmaba con su oración de la infancia:

y esa vestimenta que le acompaña

de blancos y grises

vueltos plata,

de una elegancia inigualable

dan confianza de que las cosas

llegarán a buen puerto, advertía.

Que saltos daba al conversar

de lo habitual de los hogares

a lo impecable de lo celeste;

y en esos amarres

de la cuerda de sus palabras,

las tardes y las mañanas

eran de continua convivencia.

Que gusto su aparición de hoy

en un día cualquiera,

así era su sabiduría:

la vida se celebra

cada hora en cada mes

en cada año

en cada mañana

en cada tarde

en cada noche.

La vida es la celebración

que perdura

hasta la última hora

cuando nos vamos.

Con su mirada

confirmaba,

afirmaba y

nos miraba.

Pulcritud, pulcritud,

la palabra que siempre la acompañó,

pulcritud, que nos desafía y hereda,

pulcritud, casi perdida en su ausencia.

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