Microhistorias: La Pasión según san pueblo

26/03/2016 - 12:01 am

Con la Semana Santa a punto de culminar, recordamos que no sólo se trata de días feriados, pues en algunos sitios del país la temporada que empieza con el Miércoles de ceniza se celebra y respeta de manera estricta y jubilosa.

Por Alejandro Rosas

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Ciudad de México, 26 de marzo (SinEmbargo/WikiMéxico).- Durante buena parte del Siglo XIX, solo un acontecimiento fue capaz de trastocar temporalmente la vida social mexicana: la Semana Santa. La Cuaresma marcaba el inicio de la alteración del movimiento cotidiano y la vida empezaba a marchar al ritmo de los dictados eclesiásticos que disponían todo para la magna celebración.

Los fieles más devotos se preparaban para mortificar el cuerpo y alma a través del sacrificio, la penitencia, el ayuno y los rezos. Asistían a las procesiones, los oficios, el lavatorio de pies, el viacrucis y la visita a las siete casas. Los de actitud más relajada, acudían  a lo que se antojaba como la mejor opción para compartir con Jesucristo sus momentos de dolor : las representaciones de la Pasión de Cristo escenificadas en los pueblos cercanos a la ciudad de México, como Tacubaya, Coyoacán, San Ángel o Tacuba.

Por otro lado y aprovechando el asueto, los no muy fieles acudían a otra clase de pasión: la del juego que se permitía abiertamente en San Agustín de las Cuevas, en Tlalpan. Lugar en donde los días santos se vivían entre la penitencia del que perdía en la ruleta y el penitente que expiaba sus pecados apostando y bebiendo pulque.

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La Semana Santa se convertía en un escaparate  para las actitudes menos santas de los fieles: la vanidad, la envidia y la presunción. En 1830, La marquesa Calderón de la Barca anotó en sus memorias:

“El jueves Santo es un día en que México cobra una animación por demás pintoresca. Sólo se usan en este día rasos terciopelos, y las perlas y los diamantes se han echado a la calle”.

Las personas salían a caminar por las plazas para presumir sus nuevos atuendos. Bebían en los puestos de chía y aguas frescas y acudían, claro, a los diferentes ritos religiosos. Las iglesias mostraban sus altares bellamente adornados. Durante cuatro días, los fieles transitaban de la alegría del Jueves Santo a la tristeza del Viernes de crucifixión. Para terminar el duelo el Sábado de Gloria con la quema del Judas y el gozo del Domingo de Resurrección.

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Y por supuesto de un atuendo a otro, ya que cada ocasión ameritaba un cambio como lo describe el francés, Agusto Génin : “Los mexicanos ahorran todo el año para poder estrenar de pies a cabeza. Se acostumbra que en los tres últimos días que preceden a la Pascua… las mujeres elegantes lleven tres atuendos diferentes, uno de ellos de duelo, para el Viernes Santo”.

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Entre la solemnidad y la fiesta, la ciudad de México terminaba los días santos. Al caer la tarde del Domingo de Resurrección, después de escuchar misa y pasear entre la verbena popular la gente se retiraba a sus hogares a saborear una taza de chocolate y compartir sus vivencias de Semana Santa.

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