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Sandra Lorenzano

27/12/2015 - 12:05 am

Cosas pequeñas

Pienso que esas “coisas pequenas” son las únicas que valen la pena en estos días de palabras grandilocuentes y plagadas de soberbia.

Hace días que tengo una canción clavada en la cabeza. Me despierto y me duermo con ella dentro. La tarareo durante todo el día. Se llama “Coisas pequenas” y la canta Teresa Salgueiro con Madredeus. ¿La conocen?

Escucho dentro de mí la voz angelical de Teresa –esa mujer de la que se enamoró Wim Wenders en “Historia de Lisboa”, y con él nos enamoramos todos-:

Coisas pequenas são
coisas pequeñas
são tudo o que eu te quero dar…

(Cosas pequeñas son / cosas pequeñas / son todo lo que yo te quiero dar…)

Pienso que esas “coisas pequenas” son las únicas que valen la pena en estos días de palabras grandilocuentes y plagadas de soberbia. Lo chiquito, lo íntimo, aquello que te digo a ti casi en un murmullo y mirándote a los ojos. Los dibujos que me hacía mi hija cuando era niña, las fotos viejas que está recuperando mi papá después de casi cuarenta años de exilio, el abrazo a los chicos de la oficina, los mensajitos cariñosos que me llegan por correo, los apapachos de la gente querida… Cosas pequeñas. Una amiga me escribe “¡Me llegó una caja con mis sabores y olores de infancia! Dulces, mermelada y ¡hasta mandarinas perfumadas que tienen todavía las hojas!” La felicidad toda dentro de una caja que llega del sur. ¿Hace falta algo más acaso?

Es a eso mismo a lo que le canta Serrat: “Uno se cree que los mató el tiempo y la ausencia / pero su tren vendió boleto de ida y vuelta. / Son aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas / en un rincón, en un papel o en un cajón…”

Esta canción me conmueve desde siempre. O por lo menos desde que cobré conciencia feroz del paso del tiempo. La historia fue así: tenía doce años, era verano, y estaba yendo a comprar algo al almacén de la otra cuadra de casa. Al cruzar la calle de mi pueblo bonaerense –una calle que premonitoriamente se llamaba “México”, aunque por supuesto se escribía “Méjico”-, salté casi sin darme cuenta para agarrar una ramita del árbol que había en la esquina, como lo hacía siempre al pasar por ahí. Pero algo diferente ocurrió esa mañana: supe de manera absoluta que ese instante era irrepetible, irrecuperable; que en el mismo momento en que yo saltaba ese salto caía en el pasado. No sé si logro explicarlo (¿cómo explicar el “enigma del tiempo”?), pero sí sé que algo cambió dentro de mí. Si yo les contara además que ese árbol se llamaba “paraíso” quizás ustedes creerían que miento, pero les juro que es cierto.

Como siempre, Borges tiene razón, y sin duda este poema viene hoy muy a cuento, además, porque se llama “Final de año”:

Ni el pormenor simbólico
de reemplazar un tres por un dos
ni esa metáfora baldía
que convoca un lapso que muere y otro que surge
ni el cumplimiento de un proceso astronómico
aturden y socavan
la altiplanicie de esta noche
y nos obligan a esperar
las doce irreparables campanadas.
La causa verdadera
es la sospecha general y borrosa
del enigma del Tiempo;
es el asombro ante el milagro
de que a despecho de infinitos azares,
de que a despecho de que somos
las gotas del río de Heráclito,
perdure algo en nosotros:
inmóvil.

Si algo realmente perdurara estoy segura de que no serían más que cosas pequeñas; las chiquitas, las íntimas, las que caben en una caja que viene del sur, en un dibujo, en una foto, en una carta, en un abrazo, en las palabras que –casi en un murmullo-  alguien nos dice mirándonos a los ojos… Cada uno de nosotros tiene las suyas, las que nos constituyen; ésas a las que volvemos para que nos ayuden a agarrarnos al palo mayor de la vida cuando las tormentas arrecian en altamar. Las que nos sostienen ante el peor de los terremotos. Las que tejen una red para suavizar la posible caída.

Estas líneas de hoy quisiera ser una de esas pequeñas cosas para cada uno de ustedes, con mi agradecimiento por estar presentes en mi vida durante cada semana.

Que pasen una maravilloso fin de año -solos o acompañados; en verano o en el frío del invierno; en el norte o en el sur; rodeados de silencio o del ruido del mundo; con espíritu religioso o con espíritu festivo; con fe en el futuro o con resignado desencanto; que pasen el más maravilloso fin de año del modo en que hayan elegido pasarlo-.  Y que el año que comienza sea para todos ustedes, y para nuestros amados países, generoso y lleno de luz.

Reciban mis abrazos y mi cariño más profundo. ¡Felicidades!

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, sus libros más recientes son "Herida fecunda" (Premio Málaga de Ensayo, 2023), "Abismos, quise decir" (Premio Clemencia Isaura de Poesía, 2023), y la novela "El día que no fue" (Alfaguara). Académica de la UNAM, se desempeña como Directora del Centro de Estudios Mexicanos UNAM-Cuba. Es además, desde 2022, presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación). sandralorenzano.net

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