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Jorge Alberto Gudiño Hernández

31/10/2015 - 12:00 am

La espera

Estoy en el hospital acompañando a alguien. Tras un ingreso de urgencia, pronto nos trasladan al cuarto. Es domingo, los servicios son lentos. No importa mucho pues la prioridad es estabilizar al paciente. Le llamaré MM.          Llego el domingo en la noche, en relevo de otra persona. Nos informan que el doctor dejó indicaciones […]

Estoy en el hospital acompañando a alguien. Tras un ingreso de urgencia, pronto nos trasladan al cuarto. Es domingo, los servicios son lentos. No importa mucho pues la prioridad es estabilizar al paciente. Le llamaré MM.

         Llego el domingo en la noche, en relevo de otra persona. Nos informan que el doctor dejó indicaciones respecto a los exámenes que le practicarán a MM al otro día. Suena lógico. A las cuatro de la mañana entran a tomarle la presión; a las cinco, una muestra de sangre. Hacia las 8 le llevan el desayuno y nos informan que el primer estudio se lo harán a las 9. Cerca de las 10 nos avisan que dicho estudio requiere, al menos, tres horas de ayuno. Entonces volverán a la una. La dietista asegura que, tras la prueba de esfuerzo, es necesario que MM coma bien. Así que le ofrece opciones del menú. Cerca de las 13:30 vienen por ella. Regresa a los diez minutos. El internamiento alcanza las primeras 24 horas.

         Come.

         El doctor llama a la central médica del piso. Dice que, tras la primera prueba, es necesario hacer un nuevo estudio. Nos lo informan. Requiere 6 horas de ayuno. Lo programan para las 21 horas. Nadie entra durante ese periodo. Volvemos a hacer un relevo. Me entero al otro día, cuando llego de nueva cuenta al hospital, que no le hicieron el estudio. Algo relacionado con las venas. A las ocho llega un doctor, luego otro, uno más. Explican cosas y aseguran que, dentro de unos minutos, la llevarán a la prueba. MM no come desde las tres de la tarde del día anterior.

         Llega su doctor. Explica que le harán el estudio, él lo verá y regresará en el transcurso de la mañana para explicarnos y, en su caso, dar el alta. No ha vuelto. Eso sí, cada tanto llega una señorita muy amable a comentarnos que el hospital está en proceso de certificación de calidad. De poco suelen servir nuestras quejas.

         La espera es una constante a la que nos hemos acostumbrado. Y la costumbre está relacionada con nuestra impuntualidad o con nuestra intención de quedar bien. Es más fácil decir “ahorita vengo a darle los resultados” que asegurar que éstos llegarán dentro de ocho horas. Pero esa facilidad se torna perversa. Sobre todo cuando hay asuntos hospitalarios, incertidumbre respecto al estado de salud. Al parecer, poco nos importa hacer esperar al otro, mantenerlo en vilo. A la larga, eso también es una falta de respeto que pocos parecen considerar.

         Los resultados llegan por fin. Son positivos. La noticia se suma a la esperanza, a la posibilidad de salir. El papelito de alta es un salvoconducto falso. Desde que nos lo entregan hasta que nos avisan que podemos bajar a liquidar la cuenta pasan casi dos horas. Una más se consume mientras se realizan los trámites. Es la burocracia hospitalaria. Incomprensible por donde se le vea. Es como si partieran de la premisa de que uno está ahí por su gusto, que desea quedarse. Y eso pasa con los enfermos graves, con los terminales, con los hipocondriacos; también con los recién nacidos que se pasean en brazos paternos que, pese a la euforia por el momento, también desesperan por el maltrato.

         Esperamos todos. Esperamos mal. Y lo hacemos porque hemos hecho de la promesa un vicio. Lo único que queda, aparte de la resignación, es desear que un día muy lejano, aquéllos quienes nos hicieron esperar, sean sometidos al mismo trato. Ojalá sea.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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