¿Y si los muertos fuéramos sólo nosotros?

31/10/2021 - 12:02 am

El Día de Muertos –Mihkailwitl o la Fiesta de los Difuntos- es sólo una de las formas de relación con los muertos. Quizás las más visible para la sociedad no indígena pero ciertamente no la única.

Por Iván Pérez Téllez
ENAH-INAH

Ciudad de México, 31 de octubre (SinEmbargo).- Si la literatura en idioma náhuatl fuera habitual quizás la extraordinaria novela Pedro Páramo no le resultaría tan original a un lector nahua. La idea de la existencia de un mundo de espíritus o difuntos, paralela a la humana, es bastante ordinaria para ellos. Existen, en efecto, infinidad de relatos de tradición oral sobre el mundo de los muertos: personas vivas que arriban temporalmente a otra tierra –ocse Tlaltikpak-, ya sea de manera accidental o en sueños, incluso en periodos graves de morbilidad. Estas narrativas poseen, sin embargo, un sustrato cosmológico y no meramente ficcional.

Para los nahuas, cuando una persona masewal muere, el espíritu de ésta no se entera de inmediato que ha perdido su cuerpo. Es decir, la muerte es la dislocación del espíritu del envoltorio corporal, mas no la inexistencia. En principio, el espíritu del difunto cree por algunos días que está en una fiesta, hasta que finalmente ve que los deudos cargan su cadáver para ser llevado a la tumba. Entonces, el espíritu del difunto se sobresalta o encoleriza, y no quiere marcharse pues está acostumbrado a este mundo; es, por tanto, durante ese periodo, un ser particularmente peligroso y resulta imperante que comprenda que debe irse, que su sitio ya no está acá.

Hay dos números dedicados al Día de Muertos. Foto: Artes de México
Existen, en efecto, infinidad de relatos de tradición oral sobre el mundo de los muertos. Foto: Artes de México

Debido a su peligrosidad, para tratar con los difuntos, los nahuas de Cuacuila, Huauchinango, Puebla, contratan los servicios rituales de un tlachpanke (barredor) para que lave y vista el cuerpo inerme, prepare las provisiones del difunto y realice el ritual de nawi tonale, justamente a los cuatro días de fallecido; se trata de “enfriar” a toda aquella persona que estuvo en contacto con el cadáver, para retirar el mihkayotl o mortandad que todo lo impregna. De no hacerlo comenzará a marchitar todo, incluso la vida humana. Entonces, al cuarto día el ritualista barre el espacio donde estuvo tendido el cadáver y rocía con agua a todo doliente, rocía asimismo los lazos con los que se bajó el féretro, los picos, las palas; de modo que ni personas ni objetos deben contener ese miasma mortífero.

El día del entierro, al difunto le colocarán dentro de su ataúd una serie de provisiones que ocupará durante su trayecto. Este lunch miniaturizado contiene siete tortillas de maíz (tlaxkale) más siete tortillas de ceniza (tlakonextlaxkale): la masa de los muertos; y un guaje pequeño con agua, cerrado en su orificio con isakamihki, un zacate que el difunto arrojará a los animales del inframundo cuando quieran entorpecer su tránsito al Miktlan. Se trata de un pueblo análogo al propio, sólo que miniatura: acorde a las almas. Asimismo, los hombres llevarán un arado y un machete en miniatura elaborado de madera; en tanto que las mujeres llevarán un telar de cintura igualmente miniaturizado, así como un recipiente de barro con ceniza del fogón y temazcal. La ceniza es considerada el “corazón” de ambas piras en náhuatl se les llama iyolotlekuile, iyolotemaskale, respectivamente. Con esas cenizas las mujeres refundarán su hogar en el Miktlan: el mundo de los muertos.

Uno de los números dedicados al Día de Muertos. Foto: Artes de México
La mercantilización de esta festividad impone una visión simplista del esta compleja celebración. Foto: Artes de México

De cierto modo, los nahuas utilizan al difunto como una suerte de Western Union, para enviar regalos de todo tipo a sus parientes muertos, incluso dinero. A decir de los nahuas, por ejemplo, las limosnas que depositan en el cesto que se coloca sobre el féretro, aunque en principio sirve para apoyar a la familia, el fin último es para que el muerto lleve dinero a sus propios parientes. Los nahuas no juegan con esto, saben que si no son generosos con los muertos, éstos reclamaran intransigentemente lo que también es suyo en virtud de que ellos heredaron los terrenos y bienes de todo tipo a sus descendientes. De ahí que muchas de las enfermedades sean provocadas por los propios parientes muertos. Entonces, los muertos reclaman en todo momento que los humanos compartan con ellos los frutos de su trabajo pretérito. Como decía, los reclamos no siempre son de buen modo y puede costarle la vida a quien los desafíe.

El Día de Muertos –Mihkailwitl o la Fiesta de los Difuntos- es sólo una de las formas de relación con los muertos. Quizás las más visible para la sociedad no indígena pero ciertamente no la única. En realidad, la relación con los muertos- esos antiguos humanos que no son divinidades sino ancestros- es más bien cotidiana y recurrente a lo largo del año en los pueblos indígenas. Ahora, la mercantilización de esta festividad centrada, por ejemplo, en el pan de muerto, las catrinas, los altares descomunales y los grandes desfiles, impone una visión simplista del esta compleja celebración de raigambre indígena.

El Día de Muertos o la Fiesta de los Difuntos es sólo una de las formas de relación con los muertos. Foto: Artes de México
A lo que asistimos con mayor frecuencia, sobre todo en las ciudades, es a una distorsión de estas festividades indígenas. Foto: Artes de México

Juan Rulfo no cedió a la banalización de las cosmologías indígenas. Por el contrario, es posible que el autor de El llano en llamas leyera está idea -el mundo de los muertos no como ficción- en alguna de las decenas de monografías que revisó y corrigió, y la retomara -es sólo una hipótesis, pero plausible- como una de las claves interpretativas de su colosal novela. Bien sabido es que Juan Rulfo fue editor durante no pocos años del Instituto Nacional Indigenista (INI), así que como parte de su trabajo leyó y se empapó de las cosmologías indígenas y seguramente, con un guiño, las recreó en su literatura. Nada de realismo mágico, más bien una lectura ontológica de la vida indígena. Si Juan Rulfo logró captar esta cosmología y plasmarla en su obra, es verdaderamente desconcertante que el Estado banalice formas de existencia divergentes.

En efecto, a lo que asistimos con mayor frecuencia, sobre todo en las ciudades, es a una distorsión de estas festividades indígenas. Ocurre cada vez con mayor frecuencia que en estas fechas los medios de comunicación saturen con imágenes e información sobre el Día de Muertos, el referente, o el pretexto, son los pueblos indígenas de México. No obstante, como sucede a menudo con muchos temas indígenas, los que presenciamos es una caricaturización de esta festividad. Así pues, ni desfiles de disfraces, ni ofrendas monumentales, aparecen el repertorio de la festividad de los pueblos indígenas. Lo que promueve el Estado, y sus instancias de cultura, es claramente una versión distorsionada y elegida a modo con fines mercantiles y no de divulgación ni reconocimiento a la diversidad cultural. En buena medida, la complejidad de pensamiento indígena termina banalizándose. ¿Y si los muertos fuéramos nosotros?

Encuentra los significados más profundos del Día de Muertos en los dos números de la Revista Artes de México dedicados a esta festividad https://catalogo.artesdemexico.com/productos/dia-de-muertos-serenidad-ritual/

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