
Qué desesperación, querido lector, que el horror sin pausa continúe en Gaza. Una y otra vez, sin que el mundo sea capaz de parar el horror al que están sometidos millones de personas en la Franja, que ha entrado en una fase aguda de hambruna. Miles de familias encerradas en un territorio donde sus carceleros, el ejército israelí, se niega a permitir la entrada de alimentos, más que a cuenta gotas en una práctica inhumana y sádica. Niños muriendo de hambre, literalmente, se pueden ver en las redes sociales con los testimonios de valientes periodistas y personas que han ido documentando el horror desde hace meses. Bebés que están muriendo por falta de alimento, mientras a instituciones humanitarias les niegan el acceso.
Lo increíble, lo delirante, lo asombroso, lo grotesco es que este holocausto esté sucediendo frente a los ojos de todos, que los países lo sepan y nadie, lo repito, nadie pueda frenar a Israel. Que nadie pueda salvar la vida de los palestinos que ya han entrado en una fase irreversible de daño, y que además siguen siendo asesinados con bombas y en tiroteos. México, por ejemplo, ha sido incapaz de manifestarse ante la gravedad, el Gobierno de la Presidenta Sheinbaum ha sido incapaz de romper relaciones con Israel, que es lo mínimo que podría hacer.
No, no sé, no lo entiendo querido lector. No entiendo cómo es posible que nos enteremos en las noticias y que la vida continúe como si nada, como si no estuviera ocurriendo el genocidio, lento e implacable. No sé, querido lector, uno estaba acostumbrado a pensar que el holocausto judío pudo ocurrir porque el mundo no estaba enterado de lo que hacían los nazis. Pero ahora, ante esta barbarie, uno hasta duda de que el mundo, si se hubiera enterado antes, habría hecho algo. Porque se supone que estas cosas no volverían a pasar, para eso se crearon instituciones y tratados tras la Segunda Guerra Mundial. “Nunca más”, se dijo tras el mayor horror que la humanidad ha conocido. Nunca más la persecución, la limpieza étnica, la hambruna como método de aniquilación de una población, el genocidio.
Y ahí estamos, querido lector: ante el horror renovado, neonazi, cometido por los israelíes contra el pueblo palestino. Hay que subrayarlo: contra todo el pueblo palestino de la Franja de Gaza: niños, bebés, mujeres, hombres, ancianos, es decir, contra toda la población civil. Esto no es, evidentemente, una guerra entre dos ejércitos, esto es un crimen de lesa humanidad cometido contra millones de personas que se encuentran en una especie de gueto, sometidos al trato inhumano que sus captores les dan, tal cual les sucedió a los judíos el siglo pasado.
No, no lo entiendo y comparto con usted mi incomprensión, o mejor dicho mi azoro ante el hecho de que las víctimas se hayan convertido en feroces y desalmados victimarios, y el mundo en cómplice de semejantes crímenes. Claro, me refiero a quienes dirigen el mundo, a políticos y gobernantes, no a quienes no tienen ningún poder, salvo acaso el poder de manifestarse y condolerse ante la barbarie, como usted y como yo. Y también me pregunto ¿de qué sirve condolerse, indignarse? ¿de qué sirve presenciar ese horror sin poder hacer nada? A mí, se lo confieso, me rompe el corazón, me llena de una sorda desesperación e impotencia.
No sé, querido lector, pero no me recupero, como le decía, del azoro. No tenemos, nadie tiene duda de lo que está ocurriendo, todos lo sabemos, todos lo podemos ver en imágenes y noticias verdaderas, no es un misterio para nadie. Conocemos los nombres, incluso, de las personas que han sido asesinadas y las que están siendo asesinadas, por bombas y por hambre, ahora mismo. Los israelíes no ocultan sus crímenes, los cometen a plena de luz del día y con el conocimiento de la comunidad internacional, y el apoyo de Estados Unidos. Todos lo saben y, como le decía, nadie ha sido capaz de frenar la hambruna, el sadismo, el despojo y la muerte a la que están sometidos los palestinos.
No sé, querido lector. Sólo puedo pensar que este horror, el horror de permitir el horror, es una factura que, tarde o temprano, tendrá que pagar la humanidad. La sangre de miles de niños asesinados, la sangre de todo un pueblo despojado, acorralado, la crueldad y el asesinato nos ha degradado, nos ha envilecido y téngalo por seguro, nos perseguirá muchas décadas.
Es terrible, pero sí, el pueblo palestino está solo y abandonado en el infierno de Gaza. Las madres y padres que no pueden alimentar a sus hijos, están solos. Las mujeres embarazadas, los abuelos y abuelas, los enfermos, los médicos que resisten, están solos en su terrible desgracia perpetrada por la bota sanguinaria de Israel, que impide la entrada de alimentos, o los asesina a mansalva, apoyado por Estados Unidos y con la complicidad de países que no protestan, como el nuestro. Una vergüenza para los mexicanos, que la historia recordará.
Y mientras escribo esto, querido lector, niños, hombres y mujeres, están perdiendo la vida por inanición. A unos kilómetros de las rejas que ha impuesto Israel a Gaza, hay alimentos, esperando que alguien les abra la puerta.
Y sí, no sé, no entiendo, querido lector, por qué nadie la ha abierto, por qué nadie ha liberado ese enorme campo de concentración que es Gaza, por qué están permitiendo que el infierno nazi se repita.





