María Rivera

Antonio Calera

"Así lo imagino desde entonces, porque de tal originalidad fue su sueño creativo que es imposible pensar que haya muerto. No, Antonio Calera, su espíritu noble, leal y generoso no ha muerto, perdurará mucho tiempo más entre nosotros."

María Rivera

21/08/2025 - 12:00 am

Antonio Calera. Foto: Francisco Cañedo

Hay tragedias inesperadas y tragedias esperadas. De la que me ocupo en esta columna, querido lector, es de esas que llegan de quién sabe dónde, piedras que caen como plomadas en el agua del corazón. Así, como esas ondas en el agua, era de expansivo y generoso el escritor Antonio Calera, también colaborador de Sin Embargo y recientemente fallecido.

Antonio creó con el paso de los años, un proyecto literario, ético, estético y político entorno a la poesía: más que un proyecto, una filosofía. Una forma de entrar en el sueño de escribir otro mundo, “sin pena ni miedo” como decían los versos que llevaba tatuados, de Raúl Zurita. Su sueño desde joven fue crear un espacio independiente donde combinar el arte de la cocina y de la comida con el arte literario, musical, pictórico. Así fue como creó la Hostería La Bota, después de otro experimento en el Centro Histórico. Allí nació el Festival por Primavera, que reunía lecturas de poesía, con venta de editoriales independientes y música, y tradicionalmente se llevaba a cabo en el callejón de San Jerónimo. Se congregaban, en un par de días, poetas de distintas generaciones a leer sus poemas. Era una fiesta al aire libre, pública y solidaria.

También solía haber banquetes donde había comida para todos los que pasaran por ahí. Siempre estaba allí Antonio, el alma de La Bota, de la fiesta, y yo diría del sueño que nos convocaba. Tiempo después expandió sus intereses para volver el proyecto de La Bota aún más político, una forma de resistencia poética en el contexto mexicano de violencia. Tomar las calles, tomar los micrófonos, tomar por los cuernos a ese toro de lidia. Y fue así como creó La Chula foro móvil, una combi que era a su vez una librería, que era a su vez un foro móvil que cobijó a decenas de poetas del inclemente Sol de la feria del libro del Zócalo, en donde la chula se estacionaba a darle un micrófono a jóvenes poetas que las instituciones oficiales desdeñaban.

También y desde hace décadas creó junto con sus amigos el proyecto “Mantarraya Ediciones” en las que publicó a quienes quiso, creando títulos que no tenían la intención de perdurar, homenajes, textos de ocasión, pero que hoy vistos con la distancia de los años se yerguen como testimonio de una época.

Muchas, muchas fiestas, acciones poéticas, lecturas, presentaciones de libros se llevaron a cabo en La Bota, pero también en otros lados emblemáticos del Centro Histórico. Calera concebía el arte como un happening que sucedía al calor de la comida, al calor de los tragos, siempre al calor del entusiasmo. Su generosidad era legendaria, lo mismo que su perseverancia y renuncia a dejar su autonomía e independencia por incorporarse al aparato oficial.

Antonio y su proyecto eran en sí mismos la culminación de una idea que corría por otros cauces, por el verdadero cauce de la poesía. Obviamente Antonio Calera además era un poeta. Publicó libros de poesía y novela fieles a su estilo abrumador, desmesurado, intenso, imbatible. Todavía recuerdo con claridad aquella vez que por el año 2011 nos organizamos un grupo de amigos junto con Antonio para llevar a cabo la que es, quizás, la primera manifestación por los desaparecidos en México de la era calderonista.

En esa ocasión al poeta Luigi Amara se le ocurrió que debíamos poner zapatos vacíos alrededor del Ángel de la Independencia, y Antonio que formaba parte de este grupo de resistencia, participó consiguiendo muchísimos zapatos que se usaron en la instalación. Era un grupo de resistencia artística y cultural surgido en los peores años del calderonato. Lo cual me hace recordar que en varias ocasiones y en varios sexenios La Bota fue hostigada por procedimientos burocráticos gubernamentales. Siempre salió avante, afortunadamente.

Hace poco, Antonio Calera anunció que se iban a tomar un descanso de algunas de sus iniciativas culturales. Yo esperaba, con entusiasmo, conocer cuál sería el nuevo rostro de sus proyectos culturales y, poco después vi en su Facebook algunas publicaciones en las que se le veía corriendo por la playa y nadando en el mar. Un mar intensamente azul, un mar intensamente turquesa, y espuma radiante. Inmediatamente supuse que estaría de vacaciones en el Caribe, en una fiesta hedonista, y empecé a pensarlo en un estado de perpetuo gozo.

El sábado pasado, sin embargo, ese estado de felicidad extática en el que yo lo imaginaba, en la algarabía del sol, la arena, y el mar se transformó en una triste y lúgubre noticia, que me resistí a creer, una y otra vez: Antonio Calera había fallecido en el puerto de Progreso en Yucatán, falleció ahogado y no se sabe a ciencia cierta la causa. Tras el estupor de la noticia tuve que aceptar los hechos: Antonio murió el sábado 16 de agosto nadando en el mar de Progreso.

Sin embargo, pensé que prefería pensar que Calera vive en alguna playa del caribe mexicano y que vive feliz e intensamente: que organiza conciliábulos, lecturas de poesía, manifestaciones contra la injusticia pero sobretodo, comilonas y banquetes a los que convida a amigos y extraños, como solía hacer en La Bota.

Así lo imagino desde entonces, porque de tal originalidad fue su sueño creativo que es imposible pensar que haya muerto. No, Antonio Calera, su espíritu noble, leal y generoso no ha muerto, perdurará mucho tiempo más entre nosotros.

María Rivera

María Rivera

María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

Lo dice el reportero