
Pues López Obrador volvió a la arena pública, querido lector. Como era previsible, quienes lo odian ardieron en rabia, y quienes lo aman, lo celebraron con fanfarrias. No podría ser de otra manera, el expresidente es el personaje más importante de la política mexicana de este siglo. Es innegable su relevancia, y el peso que tienen sus acciones y sus palabras y, también, la polarización que genera.
Salió para promover su más reciente libro, Grandeza, que escribió estos meses en su Rancho “La Chingada” en Palenque. En él trata la grandeza cultural del México prehispánico que ha ocupado una buena parte de sus intereses y que, por momentos, al menos en su larga charla, plantea como un pasado idílico y hasta utópico del que parece haber extraído las bases para eso que él llama el “humanismo mexicano”.
Naturalmente, uno de sus objetivos era criticar, nuevamente, la invasión de los españoles y la destrucción de las culturas originarias, pero no solamente; también problematizar los relatos de la conquista llevados a cabo por los mismos conquistadores, es decir, por Hernán Cortés, cronistas y frailes como Diego Durán o Motolinía encargados de la evangelización y de relatos supuestamente verídicos sobre la cultura indígena. Nada despreciable, la verdad, porque en efecto, los relatos de la conquista fueron escritos por los conquistadores, y ha sido motivo de estudio y polémica entre historiadores la naturaleza problemática de las fuentes.
Es, pues, la batalla cultural e intelectual la que le interesa dar actualmente a López Obrador, desde su rancho, retirado del ejercicio de la política. Yo no recuerdo ningún caso parecido de ningún expresidente que haya decidido dar una batalla cultural tras dejar el poder. Tal es su naturaleza única, hay que reconocerle. Y no debería pensarse que eso significa que López Obrador, por estar centrado ahora en la historia antigua, desdeñe el presente. De hecho, esta vena, este talante lo animó durante toda su presidencia, al crear contra-relatos de la historia nacional, empezando por la transición democrática, la independencia de los partidos de oposición, etc. Y muy probablemente, hayan sido esos relatos los que lograron crear la fuerza política que se convertiría en Morena y que hoy controla casi todo el país. Esa avalancha electoral que arrolló desde el sexenio pasado a la oposición y que ha dado lugar a un nuevo régimen y, también, a una nueva narrativa nacional.
Muchos no le darán importancia al nuevo relato de López Obrador en torno a la conquista, burlándose, pero hacen mal, porque la conquista de México es una herida vigente en la historia mexicana y porque el expresidente es, evidentemente, un ideólogo y también un “educador” y muy hábil promotor de sus ideas y sus querellas. En estricto sentido, López Obrador sigue haciendo política al intervenir en la vida pública con su libro que ya ha generado un nuevo debate en torno a la naturaleza de la identidad mexicana, los sacrificios humanos, etc. Esa batalla, esas ideas, son las que han regido y rigen, por ejemplo, la actual política cultural con sus extravíos e injusticias. Imposible no ver en ellas el origen del empobrecimiento en la concepción de la cultura mexicana que dista mucho de ser unívoca, estar confinada en los grupos indígenas.
Se le ve muy bien, al expresidente, la verdad, querido lector. Relajado, sentado en el jardín entre gallinas y pavorreales, hablando de lo que le interesa y como solía hacer, haciendo didáctica para un auditorio que aún lo quiere. Y yo creo que es esa la palabra, porque López Obrador sigue generando en sus seguidores el mismo afecto, por lo visto en redes sociales. Y es que López Obrador fue, es y seguirá siendo todo un fenómeno, por lo visto. No hay otro político que se le parezca. Inesperado, siempre parece estar no un paso más allá, sino un kilómetro, de sus críticos. De hecho, parece inmune a todos los escándalos y señalamientos que ha habido de sus cercanos, sencillamente no lo tocan en la impresión popular.
Y, obviamente, el expresidente también salió a apuntalar el movimiento que fundó y que gobierna desde el 2018. A defender su legado (la disminución de la pobreza), a la Presidenta Sheinbaum, y a mandar el mensaje de que podría retomar su activismo político, es decir, volver a las calles, como si fuera un opositor, si se pone en riesgo a la democracia, a la propia Presidenta Sheinbaum o si violentan la soberanía de México. No va a presentar su libro por todo el país, para no hacerle sombra al actual gobierno, pero ha dado ya una muestra de que sigue entre nosotros y de que está mejor que nunca, listo para seguir debatiendo sus ideas de lo mexicano y los mexicanos y ayudando de esa manera al movimiento político que él fundó y que será sometido a varios exámenes en el futuro cercano.
Imposible saber si su influencia vaya a tener el mismo impacto que antes entre la población mexicana o no. Lo que sí podemos saber es que López Obrador no ha terminado su obra.





