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Julieta Cardona

02/09/2017 - 7:22 am

Llegar

Te daba por pensar que llegar al lugar que sea era cualquier cosa, pero llegando aquí, adonde estás, resuelves que no hay que quebrarte tanto la cabeza para darte cuenta de que caminar, correr, manejar –e incluso huir– para llegar, no lo es.

Lisa te llevó a ese sitio. Tampoco volverás a ver a Lisa porque aunque es hermosa y se mueve con soltura. Foto: Julieta Cardona

Te daba por pensar que llegar al lugar que sea era cualquier cosa, pero llegando aquí, adonde estás, resuelves que no hay que quebrarte tanto la cabeza para darte cuenta de que caminar, correr, manejar –e incluso huir– para llegar, no lo es.

Ayer, mientras saltabas de taberna en taberna, entre cervezas lugareñas y tanquerays, te dijiste que llegar e irse toman quizá el mismo tiempo: que duran lo mismo. Y tomaste prestado un título para ponérselo a todo lo que pasa entre esas dos puertas: la gran belleza. Cómo amas las epifanías que te brotan cuando estás borracha porque eso significa –según tú– que no tienes tan jodido el corazón.

Traes todo lo de las llegadas picándote la espalda porque reconocerte, dices, te tomó treinta años, y porque te enamoras de mujeres que no volverás a ver. Loca romántica empedernida. Tonta buscona piel color marrón. Todavía no te sacas a aquella que apenas conociste. No era ni valiente ni extraordinaria ni algo –solo tenía una forma de meterte la lengua entre los dientes que te ponía la piel de gallina, pero además de eso, nada– y sin embargo, uno de esos días, de lo resuelta al decir que estaba donde estaba porque había huido, te congeló las agallas por honesta. Y a la menor provocación se fue quién sabe adónde, aunque tú creíste que de ti. Además de algo ciega, no se te quita lo soberbia. Te hirió más lejos de la primera capa, pero sigues diciendo que no cuando platicas la hazaña. Es más: te has acostumbrado a relatarlo como si hubiera sido cualquier cosa. Después, supongo, contarás la verdad y parte del mundo sabrá la odisea que fue salir de ella y el miedo que te daba decir que estaba de paso.

Y ahora te sientas ahí, en el borde del muelle y metes los pies al río que casi es mar. Lisa te llevó a ese sitio. Tampoco volverás a ver a Lisa porque aunque es hermosa y se mueve con soltura, no es para ti. También, como tú, está de paso. Es más: ya casi se va, solo está tomándose un té entre las dos puertas.

 

 

 

 

 

 

 

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