FACEBOOK: LA MUERTE SE INSTALA EN EL MURO

09/11/2011 - 12:00 am

Antes de morir a causa de una sobredosis, la británica Simone Black, de 42 años de edad, publicó en su muro de Facebook: “Me tomé todas mis pastillas. Moriré pronto. Chao a todos”.

Ninguno de sus 1048 “amigos” hizo nada para intentar disuadirla.

Al día siguiente, su mamá publicó: “Mi hija Simone murió hoy, por favor déjenla tranquila ahora”.

Emma Jones, también británica, de 34 años de edad, se suicidó después de que su novio publicara fotos de desnudos de ella en la misma red social.

Roque Mariano Laurenzo, un suboficial penitenciario de Buenos Aires, también de 34 años de edad, puso en su muro: “Hola a todos. Les escribo para despedirme. Les digo que siempre los llevaré en mi corazón, por eso están acá”. Algunos de sus 147 “amigos” de Facebook le mandaron mensajes preguntando qué le sucedía, pero él ya no los respondió. Se colgó de un árbol.

Lita Broadhurst, de 47 años, británica como Simone Black y Emma Jones, publicó una nota en su muro. La llamó: Últimas palabras, y en ella narraba el maltrato físico y emocional del que había sido víctima a manos de su esposo Pete. Después se arrojó por el balcón de su casa en Garrucha (Almería), España.

Tyler Clementi, un joven homosexual de 18 años de edad, anunció en su muro de Facebook: “Voy a saltar del puente GW, lo lamento”. Y lo hizo. Saltó, desde el puente George Washington, hacia las aguas heladas del río Hudson, después de que sus compañeros publicaran en iChat un video de él teniendo relaciones sexuales con otro chico.

Phoebe Prince, de 15 años de edad, se suicidó cuando sus compañeras de la South Hadley High School publicaron en Facebook que era una prostituta sólo porque el chico popular de la escuela la invitó a salir, a ella, la irlandesa, la extranjera en Estados Unidos.

En Saltillo, Coahuila, Ángel se disparó con un arma calibre 32 después de haberlo anunciado en su muro.

A los 31 años, Terry Newton, quien había sido una estrella internacional de rugby hasta que fue suspendido por salir positivo en una prueba de dopaje en 2009, avisó que se iba a quitar la vida en su muro de Facebook: “Los quiero a todos, pero es el final”, escribió. Y lo hizo.

Jamey Rodemeyer, de 14 años de edad, sufrió un acoso implacable por parte de sus compañeros. El medio: Facebook. Antes de quitarse la vida, Jamey se despidió de su ídolo, Lady Gaga, por medio de un tuit. La cantante quedó tan conmovida que pidió que el hashtag #MakeaLawforJamey se convirtiera en trending topic para impulsar una ley contra el bullying.

Pero más allá de que todos decidieron acabar con sus vidas: ¿qué tenían en común Simone, Emma, Roque, Lita, Tyler, Phoebe, Ángel, Jamey y Terry?, ¿eran personas inseguras y depresivas que simplemente un día decidieron que Facebook era el medio más inmediato y de mayor alcance para anunciar su decisión de morir?, ¿o ya eran adictos a esta red social porque ahí se sentían más seguros y por ello decidieron publicar sus intenciones en sus muros, a la vista de todos sus “amigos”?.. ¿existe, pues, una relación entre adicción a Facebook, baja autoestima y depresión?

 

Un antisocial inventa Facebook ¡se vuelve multimillonario!

Mark se ha quedado solo. La asistente del bufete de abogados que tratará de minimizar el daño de la demanda que ha entablado en contra de él su antiguo socio y mejor amigo, Eduardo, se ha ido de la sala.

Mark se refugia una vez más en su lap top. No es difícil adivinar qué sitio visitará.

Busca el perfil de quien fuera su novia en Harvard, en aquellos tiempos en que él no era más que un estudiante obsesionado con la informática. Lo encuentra. Le da click en “Añadir como amigo”. Después de algunos segundos que se antojan interminables, la respuesta no llega, así que le da “refresh” al explorador. No sucede nada. Repite la operación dos o tres veces más. Los créditos de salida se empiezan a suceder en la pantalla.

El creador de Facebook no se resigna a que esta chica, a la que no supo tratar cuando tenía a un palmo de narices, cara a cara, en persona, no lo acepte como “amigo” en la red que él mismo inventó.

Es la secuencia final de The social network (2010), dirigida por David Fincher y basada en la novela Multimillonarios por accidente (Alienta, 2010), de Ben Mezrich.

En la película, como en la novela, Mark Zuckerberg, creador de Facebook, aparece como un estudiante sobresaliente, un genio de la informática, pero con serios problemas para relacionarse con la gente:

“En secundaria había sido una especie de hacker estrella, tan bueno penetrando sistemas informáticos que había terminado por figurar en alguna lista del FBI, o al menos eso se decía. Fuera eso cierto o no, Mark era un genio de la informática… Mark era un enigma, y sin duda también un genio”. Con estas palabras, Mezrich (Boston, 1969) describe a su personaje central en Multimillonarios por accidente. Más adelante apunta algunas de las características que seguramente enfurecieron al Zuckerberg de la vida real, tanto que ha negado que la historia, como la narra Mezrich, sea verdad:

“Era más bien desgarbado… Tenía la nariz prominente, una mata de pelo rizado entre rubio y castaño y unos ojos azul claro. Había algo juguetón en aquellos ojos, pero ahí terminaba toda impresión de emoción natural o de empatía posible. Su estrecho rostro estaba por lo demás vacío de expresión”.

Y remata describiendo, en el capítulo 5, que:

“Para un observador exterior, la relación que mantenía con su ordenador parecía mucho más armónica que la que había mantenido con nadie del mundo exterior”.

La tesis de la novela, y por lo tanto de la película, es que Mark Zuckerberg es un joven brillante pero antisocial, que dada su incapacidad para relacionarse de frente con la gente, desarrolló una plataforma para hacer “amigos”, en la que, paradójicamente, las habilidades sociales no juegan un papel determinante, a diferencia de lo que ocurre en casi todos los espacios que habitamos en la vida real.

 

¿A quién le importa que no haya botón de No me gusta?

Aquí puedes ser quien tú decides y deseas ser; empieza por poner tu mejor foto de perfil, y si no hay ninguna que te satisfaga, invéntala. Luego, cuando completes tus datos con la información que se te pide, destaca sólo tus cualidades, exagéralas, creálas.

Aquí, por si fuera poco, puedes llegar a tener varios miles de “amigos”; no tienes que sonreír, vestir a la moda, tener una conversación inteligente o mínimamente agradable, sólo necesitas dar un click en “Agregar como amigo”, y ¡ya está!… con ellos, tus nuevos amigos, tus compañeros virtuales, podrás compartir actualizaciones de estado, noticias, fotos, notas, eventos, cumpleaños, canciones, videos y todo lo que se te ocurra: de lo sublime a lo prosaico, de lo profundo a lo banal… Total, ¿quién te va a juzgar?

Porque todo esto sucede gracias a la magia de la red, y por supuesto, de Zuckerberg, y lo mejor es que no hay necesidad de dar la cara; esto es, la verdadera cara.

Una idea genial.

Debe serlo, porque Facebook reportó en abril de este año haber sobrepasado la barrera de los 500 millones de usuarios.

Seguro que lo es, porque según la revista Forbes en su edición de marzo de 2011, Mark Zuckerberg, de 27 años de edad, tiene una fortuna estimada en alrededor de 13 mil 500 millones de dólares, lo que lo coloca en el sitio 52 del ranking, superando al recién fallecido Steve Jobs, presidente ejecutivo de Apple, que se encontraba en el lugar 110.

¿A quién le importa que no haya un botón de “No me gusta”?

A nadie.

La leyenda alimenta la fantasía colectiva: se puede ser exitoso aunque seas un nerd, aunque ninguna chica quiera salir contigo, aunque nadie te haga caso, en pocas palabras: aunque no poseas habilidades para relacionarte con los demás.

Y en el fondo, ¿a quién le importa si todo esto no es más que un juego?

¿Será?

 

Soy adicto a Facebook, ¿y qué?

Nuestra hipótesis era: los adictos a Facebook son más propensos a tener depresión, a tener baja autoestima y a tener menos habilidades sociales que los no adictos, y finalmente eso es lo que se comprobó en los resultados”.

María Paula Pacheco Murguía habla con convicción. Sabe bien lo que dice, porque es una de las psicólogas recién egresadas de la Universidad Iberoamericana que realizó este estudio sui generis, el cual derivó en la publicación de un artículo en la Revista Iberoamericana de Psicología, que edita, por supuesto, la misma universidad.

“Lo hicimos en Facebook porque investigando encontramos que ya había varios grupos que la misma gente creaba diciendo: Soy adicto a Facebook”.

María Fernanda Herrera Harfuch, su compañera en la investigación, explica: “Y tomamos en cuenta estos tres elementos que son: habilidades sociales, depresión y autoestima porque son elementos que están muy presentes en todo tipo de adicciones”.

Con base en instrumentos ya existentes, como el Cuestionario de Evaluación de la Autoestima para Alumnos de Enseñanza Secundaria, el de Evaluación de Dificultades Interpersonales en la Adolescencia y los Criterios de Adicción a Internet, entre otros, estas estudiantes (porque todavía lo eran en ese entonces), desarrollaron su propio instrumento metodológico: el Cuestionario de Adicción a Facebook para Jóvenes, en 2009.

Primero eligieron una muestra aleatoria de 60 alumnos con un promedio de edad de 22 años de edad, de distintas carreras de la Ibero; luego los dividieron en dos grupos: adictos y no adictos a Facebook, según el número de horas al día que pasaran conectados en la red social. Pertenecían al primer grupo los que estuvieran más de cuatro horas diarias visitándola, y al segundo, los que ocuparan un lapso menor que ése al día en esta actividad.

“Fue realmente impresionante cómo se comprobó nuestra hipótesis”, dice Paula, “porque salía, en los factores de autoestima, que todos los no adictos tenían la media más alta que los adictos. Entonces, los no adictos, por lo tanto, tenían mayor autoestima que los adictos a Facebook”.

 

–¿Y en los otros factores que medía el instrumento metodólogico, cuáles fueron los resultados?

Paula se apresura, una vez más, a responder:

“En depresión, era al revés: los no adictos salían más bajos en ese factor, y los adictos salían altos”.

 

–¿Y qué tipo de preguntas se hacían para medir estas variables?

Ahora es Fernanda la que contesta:

“Preguntas sobre percepción propia, percepción de la persona con pares, con personas adultas… En habilidades sociales, por ejemplo: el miedo a hablar en público, y esto es importante, porque al momento de usar una red social, lo que se habla mucho es cómo las personas pueden permanecer en el anonimato, y las habilidades sociales están relacionadas con la ansiedad social o con las fobias sociales. Es muy fácil usar las redes sociales para aparentar; vivir una realidad virtual que simplemente se va construyendo y que ayuda a que los miedos reales no salgan”.

 

El Cuestionario de Adicción a Facebook para Jóvenes que crearon estas cuatro psicólogas (además de María Paula y María Fernanda participó en la investigación Daniela Zavala, y las tres estuvieron bajo la guía de la profesora Joaquina Palomar) consta de reactivos con opciones de respuesta: nunca, casi nunca, casi siempre y siempre; otros a los que sólo se podía responder sí o no; otros más que aludían a la frecuencia de uso con opciones más concretas, como diario, seis a cuatro veces a la semana, tres a una vez por semana o 0 veces a la semana. Finalmente, había otros en los que había que elegir por respuesta: en un cibercafé, en la lap top, en la computadora en casa, celular u otro dispositivo. En total, el cuestionario evaluaba 30 reactivos.

La conclusión general del trabajo fue, como ya se señaló, que los adictos a Facebook tenían una mayor propensión a la depresión; tenían relaciones familiares y sociales menos satisfactorias y presentaban un nivel de autoestima menor.

Sin embargo, hoy, más de un año después de haber terminado esta investigación, María Paula Pacheco advierte: “Sería interesante ver si estas personas adictas a Facebook que comparten los rasgos de tener niveles más altos de depresión, más bajos de autoestima y de habilidades sociales, estos rasgos se dieron a partir de que se metieron a Facebook y entonces empezaron a modificar todas sus relaciones interpersonales, o más bien ya tenían este nivel de depresión, este nivel de autoestima, esta falta de habilidades sociales y entonces salió Facebook y encontraron el medio perfecto para acoplarse a esto que les está ofreciendo la Red”.

 

Socialización en la era de la fragmentación del pensamiento

En el libro Superficiales. ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? (Taurus, 2011), Nicholas Carr sostiene la tesis de que internet está fragmentando nuestra concentración, y con ello, nuestros procesos de pensamiento. Dice Carr: “No pienso de la forma que solía pensar. Lo siento con mayor fuerza cuando leo. Solía ser muy fácil que me sumergiera en un libro o en un artículo largo… Esto ocurre pocas veces hoy. Ahora mi concentración empieza a disiparse después de una página o dos. Pierdo el sosiego y el hilo, empiezo a pensar qué otra cosa hacer”.

Y más adelante, al hablar de la rapidez con que se acumulan y propagan datos por internet, reflexiona sobre cómo se experimenta esto desde las redes sociales:

“Se dedican a proporcionar a sus millones de miembros una interminable corriente de ‘actualizaciones en tiempo real’, breves mensajes acerca, como dice un slogan de Twitter, de ‘lo que está pasando ahora mismo’. Al convertir los mensajes íntimos –antaño reino de la carta, la llamada telefónica, el susurro– en carnaza de una nueva forma de medio de comunicación, las redes sociales han dotado a la gente de una manera nueva y convincente de socializar y mantenerse en contacto. También han puesto un énfasis nuevo en la inmediatez”.

Entonces los usuarios de las redes sociales se relacionan de otro modo: todo sucede de inmediato y casi a la vista de todos. Bueno para quien tenga un logro que compartir, un nuevo ligue que presumir, un artículo o poema o foto o video que quiera hacer circular… Malo para quien suele ser objeto de burlas o de agresiones; para quien siente que lo pierde todo cuando otro lo “elimina de sus amigos”, para quien no puede soportar el vacío que se genera en esas horas de la madrugada en que nadie, o casi nadie está conectado, en la que nadie responde a sus tuits y a sus posts, en que la soledad se hace más y más cercana, más y más insoportable.

 

Ya de salida: un alegato final

A diferencia del radicalismo de la postura de Carr, hay estudios, como el de Gary Small y Gigi Vorgan en el libro El cerebro digital: cómo las nuevas tecnologías están cambiando nuestra mente (Urano, 2009), que demuestran que los nativos digitales (quienes nacieron y se criaron en la era de las computadoras y el internet) completan con mayor velocidad y eficacia una búsqueda en Google que los migrantes digitales (los que nacieron en la era analógica y han aprendido poco a poco a servirse de la tecnología). Esto no puede ser otra cosa que una ventaja, se le vea por donde se le quiera ver.

Asimismo, como lo advierte Alberto Cairo en su artículo: Internet y el cerebro. Una guía para periodistas, publicado en su blog de El País:

“Los países más conectados, como Corea del Sur, Japón, Singapur, Noruega, Suecia o Finlandia, son también los que disfrutan de mejores resultados en educación secundaria y superior”.

En entrevista con el periodista Noé Cárdenas para el noticiario cultural Noticias 22, la doctora Georgina Cárdenas López, directora del Laboratorio de Enseñanza Virtual y Ciberpsicología de la Facultad de Psicología de la UNAM, aclaró que también hay quienes hacen un buen uso de las redes sociales, ya que: “los usuarios están compartiendo un tipo de identidad dentro de un grupo, lo cual es un aspecto muy importante. Comparten también la ideología que tienen en ese momento, de qué manera piensan y muchas veces transmiten muchas características culturales”.

Y con respecto al tema de si existe una relación entre adicción a Facebook y depresión, Cárdenas López advierte que es muy probable que en estos casos ya existiera una predisposición a este estado, pero que:

“A una persona que se aísla, que ya empieza a tomar el uso de internet y de las redes sociales como una actividad casi exclusiva durante el día, evidentemente le van a faltar una serie de estímulos que son importantes para el ser humano, y esto lo va a llevar en un momento dado a deprimirse”.

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