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Sandra Lorenzano

10/12/2017 - 12:00 am

La otra Sandra: mi semejante, mi hermana

Ella se tapa con cartones para que no la vean. Yo me cubro de palabras. Las dos nos disfrazamos para que parezca que cumplimos lo que se espera de nosotras.

Nació en febrero de 1986 en Alemania y llegó a la Argentina en 1994. Desde entonces vive sola, sin vincularse realmente con nadie más que consigo misma, escondiéndose  de las miradas que se posan en ella con curiosidad y, muchas veces, algo de morbo. Aburrida, ociosa, angustiada, dicen; deprimida: seguro. Somos tocayas. Y si la miro a los ojos sé que compartimos algo más que el nombre. Su mirada me cimbra, me conmueve. En algún sitio del magma original, antes del mítico big-bang, algo más que el 97% de ADN nos hermanó. ¿Nos une algún fugaz residuo de polvo de estrellas? ¿O simplemente el miedo a la soledad?

Ella se tapa con cartones para que no la vean. Yo me cubro de palabras. Las dos nos disfrazamos para que parezca que cumplimos lo que se espera de nosotras.

Sandra, la orangutana del siniestro zoológico de Buenos Aires, jamás ha vivido en libertad. Jamás. Sin embargo, en 2014 saltó a la fama cuando fue reconocida como persona no humana” y la justicia le otorgó un recurso de hábeas corpus, “figura legal que se utiliza para casos de personas privadas ilegítimamente de su libertad”.

Encerrada en un espacio en el que dominan las rocas –ella, que debería estar trepada a los árboles-, pasa la mayor parte del tiempo sentada, quieta, sin interactuar con nadie, e incluso tapándose con cartones o telas para que no la miren. Es como si dijera: “Me tienen en exhibición, pero no voy a dejar que me vean”. Para los especialistas los orangutanes son los homínidos no humanos más inteligentes.

Hagan la prueba: miren a los ojos a Sandra y díganme si no ven allí más humanidad que en muchos de nuestros “verdaderos” congéneres.

“Miren a los ojos a Sandra y díganme si no ven allí más humanidad que en muchos de nuestros verdaderos congéneres”. Foto: Tomada de Internet.

El juez Eugenio Zaffaroni,  ex titular de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, cuyo libro La Pachamama y lo humano fue utilizado para sustentar los argumentos de la defensa, dice: “…menester es reconocerle al animal el carácter de sujeto de derechos, pues los sujetos no humanos (animales) son titulares de derechos, por que se impone su protección en el ámbito competencial correspondiente”. El planteo de Zaffaroni va incluso más allá poniendo como ejemplo constituciones políticas de países como Ecuador o Bolivia que consideran a la naturaleza como un bien jurídico a custodiar.

Qué bien haríamos hoy en volver a vincularnos con la naturaleza con la sabiduría de los antiguos pueblos, y no con el afán depredador del capitalismo más salvaje. La relación con los animales tiene que ver con esto, sin duda; con la soberbia con que nos colocamos en el centro del universo, y desde ese lugar arrasamos con todo buscando simplemente mayor generación de riqueza. A costa de lo que sea. Riqueza para que alimente la riqueza. Para unos pocos, poquísimos (A nivel mundial ocho personas poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la humanidad. Si imagináramos que México tiene 100 habitantes, una sola persona poseería el 43% de la riqueza. ¡¡¡Una sola!!! 53 vivirían en pobreza, y 23 en pobreza extrema, es decir, sin que siquiera les alcanzara para comer.)

Muchos temas se cruzan en esta nada simple consideración de Zaffaroni. Obviamente, y en primer lugar, la discusión sobre lo humano y lo no humano, las personas y las no personas. En algunos momentos de la historia la gente de raza negra fue considerada persona “no tan persona”, ¿no humana? Y los indígenas durante la conquista, ¿estaban considerados personas humanas o no humanas? Antes eran mostrados en jaulas, como seres “distintos”, como curiosidades. Hoy mostramos animales.

En el caso del juicio que involucró a mi tocaya las preguntas que genera son profundamente inquietantes y significativas. Tienen que ver, como decíamos, con nuestra relación con la naturaleza, pero también con nuestras propias certezas como especie, con una reflexión filosófica sobre lo que somos.

Sugiero una de las tantas lecturas que deberían acompañarnos en estos temas: Las vidas de los animales de J.M. Coetzee. Dice el premio Nobel: “La gente tolera el sacrificio animal porque no llega a verlo, oírlo u olerlo. Si hubiera un matadero de cristal en medio de la ciudad, un matadero al que la gente pudiera acercarse a escuchar a los animales chillar, a ver cómo son masacrados sin piedad, quizá cambiaría de idea”.

No hay un matadero de cristal, pero hay algo que se llama zoológico (aunque ahora le cambien el nombre a “ecoparque” o alguna otra cosa por el estilo). El maltrato y la crueldad están a la vista de todos.

No sé ustedes, pero cuando yo miro a los ojos a Sandra –mi semejante, mi hermana, como escribía Baudelaire- siento vergüenza de pertenecer a la especie de “personas humanas”.

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, su novela más reciente es "El día que no fue" (Alfaguara). Investigadora de la UNAM, se desempeña allí como Directora de Cultura y Comunicación de la Coordinación para la Igualdad de Género. Presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación).

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