ARTE URBANO: LA EXPRESIÓN DESDE LO ILEGAL

16/02/2013 - 12:00 am

Las historias que se narran en este trabajo tienen un parentesco: sobreviven en una ciudad que las intenta mantener al margen. Lejos de usted, lejos de cualquiera, pero están ahí, se conservan constantes al punto de ser escuchadas o vistas. Llegan de un modo u otro, existen aunque algunos quieren que no existan. Los artistas callejeros no son ambulantes -al menos no en el contexto que se les intenta estigmatizar-, son artistas y punto.

Las avenidas o el transporte público son su escenario por propósito determinado o porque el destino es un amante infiel. Estas personas se disuelven entre el olor a mugre y lo convierten en aplausos. Se auto-diagnostican locos. Puede que lo estén. Esos hombres y mujeres se entregan entre el ruido, el desasosiego colectivo, la deshumanización postmoderna… y entre el pequeño espacio que usted les brinde en su memoria.

A menos de 30 metros se ve una fila de policías, algunos portan toletes y uniformes antimotines. Vienen con todo, cual lobos feroces a atacar a su presa. Los cuatro músicos en el callejón no se inmutan, sólo cambian de tonada. Falta David, el saxofonista, dicen que está muerto, crudo o de gira. Ante la situación de angustia, los muchachos juegan, se divierten y tocan la cancioncita de esa película de Steven Spielberg donde hay un tiburón. ¡Tuntun-tuntun! Cada vez más cerca las botas de los granaderos ¡Tuntun-tuntun! La gente mira a los músicos ¡Tuntun-tuntun! Ahora miran a los uniformados y gritan: “el arte es libre”. Luego, todo es silencio, enseguida aplausos, después reclamos. Defienden a los músicos. Bajo la presión de 80 espectadores, los policías no pueden hacer mucho; deciden dar tregua y retroceder: no se llevan a nadie a los amparos, dan un respiro para que Burocracia Cósmica sacié el alma de su público con dos canciones más.

-Es que dicen los polis que estamos tocando tan fuerte que podemos tirar la Torre Latino, pero no se preocupen, nos dieron chance de tocar dos rolitas –explica Axel, el guitarrista-.

-Estamos con ustedes –grita un señor que se encuentra en el público-.

-Gracias por apoyarnos, esto no debería pasar, pero el Gobierno prefiere a Marc Anthony que a nosotros –exclama Pepe, el baterista-.

Esa noche de viernes fue una de tantas. Así es como sortean sus presentaciones estos muchachos. Aseguran que no buscan fama ni dinero (aunque lo logran: en un buen día llegan a ganar más de 600 pesos cada uno; y son más los usuarios que visitan su página en Facebook y sus videos en YouTube), lo que intentan, asegura el uruguayo Guille (bajista), es compartir lo que saben hacer mejor que es tocar.

No tienen un foro fijo, pero su lugar preferido para hacer música es el callejón Condesa, que está entre las calles Francisco I. Madero y 5 de Mayo en el Centro Histórico. Atrás de ellos se encuentra un Sanborns, el de la Casa de los Azulejos. Ahí dentro el mundo parece normal, nadie se detiene a escuchar al quinteto de jazz que está tras los anaqueles de cremas y el muro.

Tocan en la calle porque de ahí surgieron. Se hacen llamar Burocracia Cósmica. Aquel nombre nació como homenaje al grupo humorista argentino Les Luthiers; por otra parte, en respuesta a la burocracia terrenal, la del mundo de abajo; así es como rinden honor a los acontecimientos que están presentes pero que nadie sabe cómo describirlos, entonces se resume como “una obra de la Burocracia Cósmica”.

Para la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF) y para el Gobierno de la Ciudad de México los artistas callejeros no existen. Hasta el momento no hay una ley que los ampare. Ellos “son comerciantes ambulantes porque reciben dinero”, dice un policía; pero según la ALDF el ambulantaje se refiere a la venta informal de productos, y en pocas palabras, el arte o las expresiones artísticas no son consideradas como tal, al menos no para Aristóteles: “en parte, el arte completa lo que la naturaleza no puede elaborar y, en parte, imita a la naturaleza”.

En junio del año pasado, el director general del Fideicomiso Centro Histórico de la Ciudad de México, Inti Muñoz Santini, dijo que se regularía e estos artistas; inclusive aseguró que los animadores, bailarines, músicos y demás eran parte importante en la reconstrucción de la zona. No obstante, hasta hoy no ha habido cambio alguno. Si acaso, existió un intento por parte de la Secretaría del Trabajo y Fomento al Empleo del DF, pero los gafetes que expidió no son válidos durante los operativos que hacen los patrulleros.

Foto: Horror al Vacío

Sergio Solís es un artista visual, publicista y escritor zacatecano que radica en la Ciudad de México y que ha comenzado a llamar la atención de los usuarios en Internet. Muchas de sus creaciones empiezan a circular de manera viral en las redes sociales, y pese a eso, sigue siendo el tipo de bajo perfil que siempre quiso ser.

Y que es que un bajo perfil es perfecto para un individuo que pega stickers por las calles, en el metro o en las escuelas. De hecho un bajo perfil es lo mejor que puede sucederle a cualquier artista salido del underground.

Foto: Twitter

Es pintor y hace encargos para poder tener un poco de dinero y mantener sus gastos y sus intervenciones. Asegura que la inversión depende mucho de la pieza. En el caso de las obras callejeras no suelen ser tan caras cuando son individuales. “Algunas son impresiones pintadas a mano, otras son serigrafías y otras impresiones digitales. Realmente no es mucho dinero, pero depende de lo que quieras hacer”, detalla.

–¿Qué tan ilegal es lo que haces?

– No sé si llamarlo ilegal, pero sí puedo decirte que todo lo que he hecho, en el Metro o en la calle, lo hago sin permiso. Me parece que pegar “papel” en la calle no es ilegal a menos que uses latas de pintura (lo cual he hecho). Aunque la verdad no me preocupo tanto por quebrantar la ley, pero sí procuro hacer que las piezas callejeras sean rápidas de colocar.

A principios de este año, Solís inició un proyecto online llamado Horror al Vacío, que es un portafolio donde muestra el trabajo que ha venido haciendo durante al menos cinco años.

“El proyecto no pretende resolver nada. A lo mucho, Horror al Vacío se asume como un dossier de mi obra visual”, dice el también escritor.

Aunque al primer momento no lo sugiere, Sergio ha criticado con sus calcomanías al Gobierno y la sociedad en general. Como aquel esticker que pegó en la estación del Metro Panteones, donde lo único que cambia en el ícono es la palabra “Full”, haciendo referencia a los miles de muertos, víctimas de la llamada guerra contra el narco.

Con sus intervenciones no gana dinero, pero es una forma de dar a conocer su trabajo. Expone en Web principalmente por dos razones: una es que Internet es un espacio público y la otra es que los espacios físicos para los artistas jóvenes son pocos. “Las veces que he logrado exponer en lugares públicos ha sido de manera colectiva o porque la pieza fue seleccionada para ello”, asegura.

En las calles del DF, los artistas convierten la vía pública en un escenario alterno, unos lo hacen por necesidad, otros por convicción. Hay estudiantes, aficionados o prodigios. Quién sabe. Lo que es un hecho es que allá afuera es frecuente encontrar expresiones artísticas con calidad. Se ven a diario, son muchos, parecen un ejército que día a día se hace más fuerte.

Foto: Cuartoscuro

En algunos países europeos el arte callejero tiene un espacio en su legislación. En Francia y Alemania los aspirantes a trabajar en la calle hacen audiciones ante las autoridades, sólo lo mejor de lo mejor puede complacer a los transeúntes.

El flautista Horacio Franco fue artista callejero en Ámsterdam cuando estudiaba. En Holanda, Franco solía ir por las calles con su bicicleta y una grabadora. En una ocasión le echaron un balde con agua fría, desde lo alto de un edificio: así es la calle. Esquivando el viento, el flautista reunía suficiente dinero para sostener sus estudios. “También me pagué mi boleto de regreso a México y hasta compré algunos instrumentos. Por supuesto que la calle es redituable, es un modus vivendi”, comentó en una entrevista realizada por Alfonso Castañeda para SinEmbargo.

Foto: Cuartoscuro

Tal es el caso de Víctor Hugo Pérez Alemán, un caricaturista y pintor nato que trabaja en la calle los fines de semana para poder mantener a su familia. El joven de 28 años camina por Francisco I. Madero en busca de algún cliente que desee ser retratado de forma cómica y a color. Antes lo hacía sobre un caballete, pero ya no, porque así los policías lo molestan menos.

Los demás días de la semana los dedica a la pintura. Sus piezas las expone en su galería virtual en Facebook, y también, con ayuda de las autoridades de cultura de Ecatepec, muestra su trabajo en algunas plazas del Estado de México.

Pero Víctor no se conforma con eso, a veces es contratado para eventos sociales, donde hace caricaturas a los invitados. Aunque es poco usual, cada vez son más los clientes a los que otorga este servicio.

Foto: Facebook

“Todas las personas son bellas y chistosas. En mis caricaturas no se distingue la clase social a la que perteneces, sólo eres tú y ya”, explica.

En varias ocasiones ha ido a parar a la delegación. Sabe que no ha hecho nada malo para pisar ese lugar, incluso ha intentado regular su estancia como artista callejero, pero nadie le ha dado respuesta. Según cuenta, lo han detenido porque su trabajo es considerado una falta administrativa.

Foto: Facebook

“La calle es de todos”, asegura. Sin embargo, como Víctor Hugo, varios jóvenes talentosos no sólo lidian a diario con las autoridades, sino que se enfrentan a las mafias u organizaciones de los comerciantes ambulantes. “Estás conmigo o contra mí”, “quieres tu espacio o no”, “me vas a dar dinero o qué”, son las frases que a modo de chantaje o amenaza proclaman los cobradores de la vía pública.

No estudió de forma institucional pintura, ni dibujo, pero lo aprendió de sus amigos y sus familiares. Hoy vive de sus creaciones, solventa los gastos familiares con el sudor de sus dedos. Cada caricatura que realiza tiene un valor promedio de 40 pesos. En un buen día, caminando por el Centro Histórico, llega a complacer a más de 25 clientes con su trabajo.

Foto: Facebook

Así como Víctor, muchas personas trabajan sobre alguna banqueta. Quizá, luego de tanto transitar han descubierto el encanto que tiene. Algunos lo resumen como magia, que no es más que lo inesperado. Es aquí, la calle, donde todo puede suceder, desde una tragedia hasta un golpe de suerte. En esos laberintos se baten artistas y algunas otras personas que no tienen rostro ni nombre, pero que mantienen latiendo el corazón de la ciudad.

 

 

 

 

 

 

 

 

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