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Óscar de la Borbolla

19/02/2018 - 12:00 am

¿Es cara la democracia?

Y la pregunta me desconcierta porque siempre he pensado que la libertad no tiene precio, que yo daría todo cuanto tengo por ella. Porque no me gustaría ser esclavo ni traer una cadena al cuello ni ir por mi vida haciendo lo que un amo me ordenara. Es más: daría mi vida por ser libre. ¿Por qué entonces esta democracia me parece cara, carísima?

“El costo de la democracia siempre será altísimo si no se invierte en crear antes que nada ciudadanos con conciencia”. Foto: Especial

Hace unos meses, allá por noviembre del año pasado, en la prensa se hablaba del presupuesto destinado este año para el INE, y del dinero que este organismo daría a los partidos políticos para las campañas, eran si mal no recuerdo -puesto que soy anumérico como muchos alfabetizados- en números redondos 25 mil millones de pesos sumándolo todo, y se hablaba también de que de 85 millones de personas que figuran en el padrón electoral solo un 40% ejercerían su voto, pues existe un inveterarado abstencionismo.

En aquel momento, al ver las cifras me pareció un despilfarro, sobre todo comparando esas cantidades con las carencias presupuestarias en sectores que a mi modo de ver resultan literalmente vitales: salud y educación, rubros en los que desde siempre se ha arrastrado un déficit que va creciendo con la gravedad que ello implica. Hoy, al ver el elenco de los candidatos y los canales en los que ese dinero va gastándose, mi sensación de desperdicio se acentúa y emerge en mí una pregunta que me desconcierta: ¿para esto… tanto?

Y la pregunta me desconcierta porque siempre he pensado que la libertad no tiene precio, que yo daría todo cuanto tengo por ella. Porque no me gustaría ser esclavo ni traer una cadena al cuello ni ir por mi vida haciendo lo que un amo me ordenara. Es más: daría mi vida por ser libre. ¿Por qué entonces esta democracia me parece cara, carísima?

Tengo claro, considero obvio, que necesito vivir en sociedad y que mi voluntad debe convivir con la voluntad de los demás, y también sé que la democracia es la mejor forma inventada por los seres humanos para que las voluntades convivan. En ella, yo y todos nos sometemos libremente a lo que disponga la mayoría y que, por fuerza hay un juego en el que votamos por quien mejor represente nuestra voluntad para que ese sea el rumbo del Estado, y que como fruto de este juego edificamos un estado de derecho que garantiza, precisamente, la convivencia de distintas voluntades. Comprender esto hace invaluable la democracia. ¿Por qué entonces me parece cara esta democracia?

Porque los chorrocientos millones que se invierten no sirven para crear esa conciencia que de modo extremadamente sucinto he intentado plasmar en el párrafo anterior: la conciencia de dignidad de ser una persona libre, la conciencia de la necesidad de someter nuestra libertad a lo que decida la mayoría y la conciencia de lo que implica vivir en un estado de derecho.

Es cara, carísima, porque el dinero se gasta en burocracia y en un circo mediático que no crea ninguna conciencia política y nada más nos taladra los oídos y los ojos con millones de consignas vacías, eslóganes pegajosos, acusaciones de odio y desplantes de diva que no contribuyen de ninguna manera a que uno pueda formarse un juicio para elegir a quien más se parezca a lo que cada uno quiere. Me resulta costosísima, aunque fueran no 25 mil millones sino simples 3 pesos, por inútil y porque somos tratados peor que retardados mentales: como ganado al que se espanta con cohetones para provocar una estampida hacia acá o hacia allá, o al que se le atrae con sebos y carnadas hacia un lugar u otro.

El costo de la democracia siempre será altísimo si no se invierte en crear antes que nada ciudadanos con conciencia. Si todos la tuviéramos y lo fuéramos bastaría con pegar unos carteles en las plazas para que todos se acercaran a leer lo que los aspirantes proponen y sus estrategias para conseguirlo.

Twitter @oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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