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Óscar de la Borbolla

28/11/2016 - 12:00 am

La escritura: el refugio contra el tiempo

Aunque toda escritura una vez concluida es tan sólo la huella que ha dejado una búsqueda, cada género literario es distinto de los demás: en uno, las palabras fluyen al servicio de la anécdota, su principal tarea es ir levantando en la imaginación del lector el desenvolvimiento de una historia; de hecho, la pericia en […]

Aunque toda escritura una vez concluida es tan sólo la huella que ha dejado una búsqueda, cada género literario es distinto de los demás: en uno, las palabras fluyen al servicio de la anécdota, su principal tarea es ir levantando en la imaginación del lector el desenvolvimiento de una historia; de hecho, la pericia en la narrativa consiste en llevar de la mano del discurso los ojos o el alma del lector a través de un mundo de sucesos que van produciéndole experiencias de todo tipo: la novela o el cuento son eso: escritura que encierra vidas o momentos de la vida que el lector experimenta al leer.

En la poesía, en cambio, el lenguaje no es un desarrollo sino una exploración sin rumbo, una literal búsqueda sin prefiguración, un tanteo que va generando con la resonancia y combinación de las palabras, con su ritmo y sonoridad, el encuentro de un destello que sorprende al poeta y que necesita, para brillar, que el lector sea atrapado en el momento oportuno. En la narrativa la historia está en el escrito; en la poesía, el escrito no es más que un latigazo que puede producir su brillo en los ojos del lector. El poema no está en la escritura, aunque dependa de esta, sino en el destello que produce en quien se maravilla al leerlo.

Obviamente, no estoy pensando en la poesía narrativa ni en la narrativa poética, que por supuesto existen y falsifican cuanto acabo de decir, sino en los géneros quintaesenciados, en lo que tienen de específico y propio uno y otro; aunque en los textos literarios reales se den de hecho todas las mezclas que puedan concebirse.

En la escritura narrativa hay vidas que están ahí, mundos que sólo tienen que ser leídos para reanimarse; en la escritura poética, por el contrario, sólo está la yesca capaz de encender la chispa, porque la escritura poética es la pura flama en potencia.

El ensayo es otra escritura; quizás una extraña combinación de narrativa y de poesía, porque, como la primera, desarrolla -aunque no anécdotas o incidentes- conceptos; deduce y tiene -igual que la narrativa- la lógica como su columna vertebral. Y, por otra parte, es como la poesía ya que explora, va disipando la niebla hasta que se revela una idea o se despeja una tesis. Por supuesto que el ensayo que tengo en mente no es la mera presentación didáctica de teorías ya sabidas sino una investigación con las palabras, una aventura del pensar. El ensayo es la huella que deja el ensayista al despejar el banco de niebla que cubre un problema; con el ensayo el problema queda aclarado como el bosque cuando se levanta la niebla. En este género lo confuso se corre como una cortina, y aparecen nítidos los contornos de los asuntos y sus conexiones.

Como puede verse, la escritura es el residuo que deja una búsqueda, esa búsqueda también puede hacerse en la conversación. Sólo que en el lenguaje hablado, la búsqueda es, literalmente, menos cuidada: lo que se dice se lo lleva el viento y al no estar fijado depende de la memoria inmediata que, como cualquier memoria, es de poco fiar; el acto de escribir no sólo deja un testimonio fijo, sino que permite la concentración, el cuidado, la maduración de las palabras, la posibilidad de volver a ellas para afinarlas; da la ocasión de elegir el vocablo más preciso, de decidir el mejor orden para su exposición e, incluso, que se llegue a incorporar la belleza en el texto.

 En la escritura lo que fue sigue siendo y, aunque nada de lo que hacemos se conserve para siempre, con la escritura -y no sólo la literaria- hemos creado el mejor refugio contra el tiempo. El mejor no significa que lo escrito quede a salvo del cambio, pero sí que algo de lo que en su momento estuvo vivo perdure aunque sea como motivo o, al menos, como referente de las inevitables y sucesivas interpretaciones y reinterpretaciones. La escritura es el mejor esfuerzo humano en el imposible rumbo a la inmortalidad.

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@oscardelaborbol

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Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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