Óscar de la Borbolla
16/09/2024 - 12:03 am
¿La lengua recompone la realidad?
“Mi renuencia a expandir cada enunciado aludiendo al masculino y al femenino o recurrir a la terminación bigenérica ‘e’ no me parecen hoy tan erradas”.
La realidad está velada tras muchísimas interferencias. ¿Cómo serán las cosas en sí mismas?, es algo que quizás nunca sepamos realmente. Podemos verlas, tocarlas, sentirlas, es cierto, pero con un muy particular aparato perceptual que ni siquiera es el mismo para todos los seres vivos; las experimentamos en las frecuencias lumínicas o en los decibeles que somos capaces de captar; otros animales captan más o menos…
Y no solo eso, también la lengua en la que hablamos interfiere en nuestra captación del mundo: los ejemplos son múltiples: entre el inglés y el español hay una diferencia notable: para los hispanohablantes, si tropezamos accidentalmente con un objeto y lo tiramos, como no fue un acto intencional, decimos: “se rompió” y solo cuando fue voluntario, cuando lo tomamos y lo lanzamos al piso, decimos: “yo lo rompí”; para los angloparlantes, en cambio, siempre se menciona al sujeto de la acción al margen de si actuó con o sin intención. Esta diferencia tiene consecuencias importantes en la memoria: estadísticamente los angloparlantes recuerdan mejor que los hispanohablantes quién cometió un determinado acto, y no se diga cómo influye en el sentido de responsabilidad moral…
Hay, por otro lado, diferencias estadísticas notables entre la conducta de los hablantes del español y del alemán que resultan muy significativas en el ahorro, y en general en la previsión, y existe la hipótesis de que ello se debe —por supuesto entre muchos otros elementos— a que en el español deslindamos perfectamente el presente del futuro: son dos momentos distantes del tiempo, mientras que en alemán el presente y el futuro están menos separados. En nuestro caso, el futuro es experimentado como un tiempo remoto y en alemán se experimenta más próximo.
Se presenta también un caso muy especial en el que las diferencias idiomáticas repercuten en nuestras habilidades. Esto ocurre en una tribu aborigen de Australia, los Kuur Thaayorre que al no emplear (como nosotros) los conceptos de “derecha” e “izquierda, sino los puntos cardinales: norte, sur, este y oeste, trae como resultado que cualquier integrante de esa comunidad sepa orientarse invariablemente. Es como si la situación que ocupamos no se relacionara con nosotros, sino con el paisaje: sin duda es muy distinto decir: me torcí la mano izquierda que decir, como ellos, me torcí la mano sur y que esta referencia cambie según se mueva la persona, pues si da un giro dice que la mano que le duele es la norte.
Todos estos ejemplos muestran que según sean las reglas, el repertorio de términos, las formas gramaticales precisas de cada lengua, el hablante se encuentra ante una realidad distinta. Como si la lengua fuera una lente con la que se percibe el mundo.
Estos ejemplos que he encontrado por aquí y por allá, en videos, artículos y libros me han dejado pensando, una vez más, en la discusión que actualmente se está dando a propósito de la visibilidad de género, en la exigencia incluso de no invisibilizarlo. Mi renuencia a expandir cada enunciado aludiendo al masculino y al femenino o recurrir a la terminación bigenérica “e” no me parecen hoy tan erradas. Entiendo mejor el planteamiento, aunque me reservo aún mi conclusión. Hay tantas interferencias para captar lo que es en sí mismo lo real que no veo el modo de corregirlo con solución tan simple…
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