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Jorge Alberto Gudiño Hernández

02/07/2016 - 12:00 am

Santander y la fragilidad de mi ánimo

El jueves pasado bloquearon mi acceso vía Internet a mi cuenta bancaria. Lo hicieron por mi seguridad, dijeron. No dudo de ello. De hecho, ese mismo jueves yo recibí un mensaje del banco anunciándome que se había establecido una nueva contraseña. Como yo no había hecho eso, hablé de inmediato. La respuesta fue expedita: bloquearon […]

La tranquilidad ya no basta para recuperar el tiempo perdido. Mi ánimo sigue siendo frágil y espero no colapse cuando esté frente a la señorita amable o su compañero más amable. Foto: Cuartoscuro
La tranquilidad ya no basta para recuperar el tiempo perdido. Mi ánimo sigue siendo frágil y espero no colapse cuando esté frente a la señorita amable o su compañero más amable. Foto: Cuartoscuro

El jueves pasado bloquearon mi acceso vía Internet a mi cuenta bancaria. Lo hicieron por mi seguridad, dijeron. No dudo de ello. De hecho, ese mismo jueves yo recibí un mensaje del banco anunciándome que se había establecido una nueva contraseña. Como yo no había hecho eso, hablé de inmediato. La respuesta fue expedita: bloquearon el acceso a la cuenta para que no hubiera riesgos y me pidieron fuera a la sucursal para reactivarla.

Así que el viernes me apersoné con una señorita de lo más amable. Tal vez lo fuera porque su única labor consistió en marcar el número del banco (cosa que yo podría haber hecho desde mi casa, trabajo, coche, calle o encaramado en un poste de luz) y comunicarme con un ejecutivo de la banca telefónica. Me dijo que lo lamentaba: cuando se dan esos bloqueos es necesario esperar 72 horas. Aún no tenía una necesidad urgente por hacer uso de mi cuenta. Me fui un tanto cabizbajo, había perdido unos buenos minutos.

El martes la señorita seguía siendo amable. Y eso que el ejecutivo telefónico en turno (siempre es uno diferente) pidió hablar con ella. Le dijo que era menester enviar un correo en el que ella solicitara el desbloqueo de la cuenta. Así lo hizo. Ahora la espera sería sólo de 24 horas. Pese a la reducción, salí un poco más apesadumbrado del banco.

El miércoles la amable señorita tenía mucho trabajo así que le pidió a un compañero suyo que me comunicara con el banco. Preciso aclarar que también fue muy amable. Hizo lo esperado: marcó el consabido número telefónico y me pasó el auricular. Tras explicar a un nuevo ejecutivo de atención bancaria la situación, me hizo ver que el mío era un problema específico de SuperNet (así se llama la parte encargada de las operaciones vía Internet). Me comunicaría con esa área… Estaba en mantenimiento. Al menos fue lo que me dijeron las cuatro veces seguidas que marcamos. Me pareció no sólo extraño sino molesto que le dieran mantenimiento a esa parte de su sistema en un día laboral. Según yo, se hacen esas cosas en las madrugadas y días feriados. Tengo muchos compañeros y colegas ingenieros que han perdido noches de sueño por culpa de los horarios de dichos procesos… rumiaba yo de regreso a casa. Ya eran tres días interrumpidos, los minutos se habían vuelto horas y se aproximaba el fin de mes con las consiguientes obligaciones de pagos por hacer.

Para colmo, también habían bloqueado mi contraseña para hacer operaciones telefónicas.

El jueves llegué más temprano a la sucursal. El amable ejecutivo me vio con un dejo de lástima. Marcamos. Hicimos todo de nuevo y, ¡oh sorpresa!, lo arreglaron de golpe. Hasta entré a mi cuenta a través de mi teléfono celular. Ni tardo ni perezoso pagué mi tarjeta de crédito y sentí un alivio desbordado. Me despedí del amable ejecutivo que también sonreía.

Camino a casa descubrí lo frágil que es mi ánimo: el arreglo de algo tan cotidiano me había puesto de buenas pese a todo lo que me habían hecho pasar. Respiré hondo y lo asumí: a veces mi profundidad espiritual se acerca a lo nulo. Mira que alegrarse por algo tan trivial; por haber sido capaz de pagar mis deudas. Extraña forma de la felicidad.

Llegué a casa para hacer los siguientes pagos o para consolidar mi júbilo: Mi acceso, claro está, había sido bloqueado de nuevo.

El enojo fue en aumento. No podía volver a la sucursal pues tenía otros pendientes. Ocupé mi trayecto en una larga llamada. Casi una hora requirieron para confirmarme lo que me temía: era necesario volver a la sucursal para desbloquear mi acceso.

Así la fragilidad de mi ánimo: entusiasmándose por minucias que daba por sentadas y derrumbándose ante la constante actual: esperas y negativas. Eso sí, los amables ejecutivos respondieron “lo entiendo” cada vez que aumentaba el volumen de mis quejas. Entienden bien pero resuelven poco. Y mi precaria estabilidad económica está a punto de colapsar, salvo que mis acreedores sean capaces de “entender” el embrollo en el que estoy metido.

Entrego este texto antes de que se haya resuelto el problema. Siguen sin darme razones. Me preparo para volver a la sucursal, sabedor de que, llegada la solución, mi júbilo será apenas minúsculo. La tranquilidad ya no basta para recuperar el tiempo perdido. Mi ánimo sigue siendo frágil y espero no colapse cuando esté frente a la señorita amable o su compañero más amable.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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