Horas de más

04/08/2014 - 12:07 am

A Slovenia

*Con este cuento cerramos este espacio de libertad.

Gracias enormes a quienes contribuyeron a crearlo,

mantenerlo y darle vida. Sigue repensar.

 

Ahora lo sé. Hay guerra. Un intruso acecha mi sueño. Se acerca, despacio, con la obscenidad en los ojos. Llevo horas observándolo y él a mí. Llevamos horas observándonos. Nos miramos con recelo, con el silencio entre nosotros. Hablemos del silencio… Este silencio que hay entre él y yo es un silencio con doble rostro. Uno amable y jovial, casi fraterno. El otro es la perversidad oculta tras la diplomacia, el infame que quiere la guerra tras el mensajero inocente. ¿Dónde estás?

Un intruso acecha mi sueño. Se acerca demasiado. Me interroga con preguntas afiladas tras sus ojos. Quisiera hacer algo pero le tengo miedo. Mis miembros yacen enfermos y, paralizados por el espanto, se refugian en mis ruinas. Ahí escucho tu voz recriminándome la espera: Nunca quise que me esperaras tanto, nunca quise esperar tanto. Pero el campo de batalla es el campo de batalla. La lucha es sin cuartel y hasta la última frontera. Uno tiene que pelear aunque no quiera, así es la guerra: violencia impuesta por alguna decena de bastardos que llevan sus elucubraciones mentales hasta la más infame de las infamias, hasta la marcha forzada de miles y miles de hombres, con la vida a cuestas, rumbo al precipicio. Uno tiene que pelear y así hacemos, tú y yo peleamos… Nos arrojaron al campo de batalla sin siquiera avisarnos y aquí estamos, los dos heridos.

Un sicario disfrazado de silencio acecha mi sueño. Hay guerra. Hace ya un rato que estoy envejeciendo. Hace ya un rato que empiezo a escuchar entre los ruidos de los aviones que planean esta ciudad, los estallidos de unas bombas que algunos llaman inteligentes. ¿Bombas Inteligentes? Así las llaman. Las bombas caen y escucho sus palabras: Ya no podemos continuar con esto, tú a lo tuyo, yo a lo mío; desde hace tiempo siento que esto no nos está llevando a nada; es mejor que caminemos en direcciones distintas; ¿si esto nos está pasando ahorita, qué nos pasará después?; esto no puede llamarse amor…

Bombas. Bombas que algunos llaman inteligentes. Un mercenario acecha mi sueño, un silencio acecha mi sueño y comienzo a escuchar cómo la piel se me empieza a marchitar, cómo las arrugas se me van agazapando en el rostro. Silencio. El reloj continua su avance, hace rato que está corriendo y no puedo hacer nada para detenerlo. Bombas en mi ciudad. Aviones que planearon mi ciudad y excretaron muerte empacada, desolación empacada. Desde hace rato mis muertos ya no hablan, desde hace rato las calles gritan y los heridos avanzan ante el desconcierto. Hace diez años era la una, ahora son las dos.

En mis calles, unos niños corren huérfanos, otros sepultan a sus madres en llanto, justo en el lugar donde perecieron… madres y padres corren con sus hijos en pedazos. Llegaste a un café, te sentaste y me miraste gravemente. Aventaste al mar tus portaaviones, aventaste al viento tus aviones, te adentraste a los cielos de mi patria, planeaste encima de mis ciudades. Hablaste rápido, la mirada en la taza y las manos cruzadas. Las bombas cayeron y se escuchó la huída de los aviones.

Un sicario está frente a mi cama. Sus ojos en mí. Su silencio en mi sueño. Me incorporo, tan sólo para no ahogarme con el sudor que se bebe el agua de mi cuerpo. Un sicario frente a mí. Mis ojos sufren el asedio de un desconocido y mis párpados rechinan cada vez que parpadeo. Parpadeo lento. El rechinar de una puerta desvencijada, con la casa amputada, como arrancada por la mano de un dios al que le gusta ver sucumbir a su gente, plagia el llanto de un niño que no reconoce la obra de la muerte, por no haberla vivido, por no conocerla de antes.

Me pienso en un café. Los ojos en tus ojos. ¿Cuándo fue que decidimos llegar a las últimas consecuencias? ¿Cuándo fue que decidiste declararme la guerra? ¿O fui yo quién rompió la paz? De cualquier forma la guerra es la guerra. Los muertos no se esconden, los huérfanos no se pueden esconder, el dolor de los padres no se puede ocultar tras unas líneas perdidas en algún periódico o algún libro de historia. Hasta acá me llegan los gritos del silencio. Las infamias de la guerra. Me parece que son las cuatro y media, no quiero saberlo, no me gusta prender la luz y molestar el sueño de mis vecinos. No cabe duda: no se puede contra lo que no se puede. Escucho a mis ojos caer, el peso de cuarenta y cinco años hace bolsas negras debajo de mis ojos.

Un extraño, un intruso, acaso un mercenario, está frente a mis ojos, lleva años observándome. Me imagino al otro día, en el trabajo con los ojos de la desesperanza (de todas las víctimas de la guerra) en los míos. Me imagino caminando con ese desasosiego tras los ojos, la lástima de la gente, o el espanto -hay gente que no es capaz de resistir ver algo así, aunque sea una sola vez en su vida. Yo, el cadáver de una nación, caminando con el vacío tras los ojos.

Escucho más planear de aviones. Aviones atravesando las entrañas de mi cielo al amanecer. Escucho el despeñar de mis cabellos, el encogerse de mi cuerpo, el apretujarse de mi corazón. Escucho que dicen lanzar un bombardeo humanitario. ¿Bombardeo humanitario? Así lo llaman. Escucho retórica infame. Escucho mísiles ¿inteligentes? romper los tejidos de un cielo al amanecer. Empiezan los sonoros estertores de la destrucción. El paso imperturbable de la muerte. Tu boca diciendo, no explicando, no concediendo nada. Diplomacia rota. Lenguaje de guerra, que no concede, no negocia, tan sólo impone. Y, entre las ruinas, entre gritos ofuscación y muerte, entre brazos sin cuerpos cuerpos sin miembros cabezas sin rostros, los sobrevivientes corren, se arrancan los cabellos se muerden las manos se agarran sus miembros amputados y corren, ellos corren con una grotesca máscara por rostro…            Y   entre  ruinas  veo a todos mis hermanos   veo a todos los humanos presos de la barbarie         sepultados bajo el manto negro de la crueldad del hombre   Entre ruinas veo      me veo            asediado por un sicario con un arma apuntándome                         Entre ruinas me veo      muchos años después          preguntando el por qué y el cuándo     preguntando el por qué y el cómo            caminando despacio por las calles            caminando lento             vencido por el tiempo  y murmurando tu nombre          barajando las letras de tu nombre en mis labios      unos labios ya partidos            ya tan apretados de tan viejos             yo caminando     con los rastros de muchas noches como ésta en el rostro          yo     por las calles de una ciudad sin nombre              en unas calles sin nombre            con un sol a cuestas sin nombre                       viendo desfilar mis décadas delante de mis ojos

buscando en los recuerdos de tantas y tantas calles tus huellas               buscando en el aire las nubes de tu aliento recordando     acaso con la imaginación por delante             muchas mañanas con tus besos                         muchas mañanas      en las que             como hoy                  me descubro frente al espejo            con los ojos hundidos en el pasado          con el rostro convertido en una costra de tierra y el cabello vuelto cenizas               sabiendo       que las horas vividas después de aquél café              son o fueron                                               no sabría decirlo                             horas de más

Daniel Torres. 

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