El buen burgués

02/06/2014 - 12:00 am

En el siglo XXI el buen burgués tiene conciencia social. Crea fundaciones altruistas, asume la tutela en programas de becas nacionales e internacionales, se preocupa por el medio ambiente, el consumo de las drogas y la violencia en las calles. Firma pactos con el gobierno para trabajar en conjunto, para resolver los problemas sociales que más acosan a la niñez y a la juventud. Al mismo tiempo, el buen burgués reduce costos y eleva utilidades. Practica una alquimia desorbitante, sin paralelos en la historia, donde funde la raíz de sus intereses económicos y políticos, con lo más profundo y visible de nuestra sociedad: la desigualdad. Recluta a los jóvenes más brillantes -sacrificables por numerosos son esos peones-  en el campo del interés del mercado (software, biotecnología, telecomunicaciones, robótica, minería, deportes y alimentos) para abonar al progreso y ganarse la vida, a la manera de la visión y la misión de su empresa: bien  delineada, número uno, moralmente recta, un camino a recorrer en el que su astucia y audacia son fundamentales. La piedra de toque puede ser su arrojo, al final del día, “hay tantas oportunidades como deseos de salir adelante” -retórico estribillo de incansables repeticiones y propagandas vacuas.

El buen burgués ya no vive en el burgo. Sin embargo su colectividad nunca será abandonada, él pertenece a un grupo de mujeres y hombres consientes de su papel en este mundo. -¿Acaso no reconocen que esta es una lucha de clases y que la van ganando?- Él participa muy a menudo en reuniones para compartir sus ideas, sus prácticas cotidianas, sus gustos y disgustos, sus guerras internas que tienen por frontera la geografía internacional. Obtener mayores beneficios, divisas, dividendos, ganancias, dinero, poder, son su metas -¿Cuál es el límite de todo ello para decir basta, es suficiente? ¿Existe un límite en la acumulación de capital que no sea la recrudecida extracción de ganancia a través del trabajo vivo?

El buen burgués aparece en  distintas y bien promocionadas listas de elite y cocktail. Los millones de dólares amasados día a día cada vez son más. Fortunas desorbitantes  que ya no se contienen en bóvedas – ¿alguna vez habrá practicado natación a lo Rico Mac Pato?- Las fortunas circulan en redes virtuales a través de los puntos neurálgicos de la economía mundial. Capitales de horrores económicos. Vívidas imágenes sobre los viajes al extranjero, sobre la firma de nuevos y mejores contratos y, la planeación de las rutas a seguir en el desgastado mapa de las impostergables reformas donde la regulación estatal le estorba por que solo los necios, atrapados en otro tiempo, podrían llegar a negar estos cambios globalizantes, aunque se trate del presente y futuro del 99% de la población mundial -Menos mal que son otros los atrapados en el tiempo- ¡Por fin! el zarpazo -¿final?- para acortar distancia en la brecha de la prosperidad y el bienestar en un idílico futuro que nunca termina de llegar y amedrenta a las masas con el desolador presente de marginalidad.

A pesar de todo, el buen burgués también tiene sus rasgos de espiritualidad. Es fundamentalista: escucha y responde a las señales de su monolítica deidad llamada mercado. Cumple sus diez mandamientos en el individualismo hedonista y conservador más primitivo. Y olvida a propósito que el artífice de sus milagros más destacados en la tierra, como los rescates financieros, es el Estado, es obra de los pueblos.

Apunto al final sobre lo imprescindible del buen burgués: encontrar novedosas y disfrazadas formas para explotar al trabajador. ¡Vaya bondad!

 Willy Arturo Hernández Alcocer.

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