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Alejandro De la Garza

09/03/2024 - 12:03 am

Artaud ayer y la gentrificación hoy

“Al alacrán no le extraña ese flujo migratorio cuando las mismas autoridades de la Ciudad lo han promovido como un beneficio económico para la urbe”.

“Su viaje a la sierra norteña, su estancia con los tarahumaras, sus experiencias con el peyote”. Foto: Especial

El sino de escorpión sigue enterándose en notas y artículos de prensa, así como en las redes sociales, sobre la gentrificación del circuito Roma-Condesa-Juárez en la Ciudad de México, donde, insisten los quejosos, la llegada de más y más estadounidenses ha llevado a que se hable más inglés en las calles. Incluso alguna estadunidense perteneciente a una primera gentrificación en los años noventa, se queja hoy de las nuevas oleadas de gringos que llegan a la capital. Las razones de esta “migración” parecen obvias, el trabajo remoto les permite a estos viajeros digitales ganar dinero en dólares y pagarse un buen departamento o una casa nada modesta en las zonas de donde desplazan a los inquilinos tradicionales, que no tienen las mismas posibilidades económicas.

Al alacrán no le extraña ese flujo migratorio cuando las mismas autoridades de la Ciudad lo han promovido como un beneficio económico para la urbe. No es extraño entonces que el venenoso atestigüe el mismo fenómeno en el pequeño pueblo de pescadores de Bahía de Banderas donde vive desde hace más de un año. Las facilidades que encuentran aquí los extranjeros (canadienses y estadounidenses, principalmente) para comprar propiedades, terrenos, casas y condominios de lujo en zonas de playa, son de verdad una ganga para ellos, pues con ese dinero no podrían comprar una vivienda equivalente en sus ciudades de origen. De igual forma, instalan otros negocios, como bares, restaurantes, centros de yoga y meditación, pastelerías y cafeterías para lo cual también reciben diversas facilidades. Mientras tanto, los oriundos de estos pueblos pequeños a la orilla del Pacífico no tienen ingresos suficientes para adquirir terrenos, propiedades o viviendas de esa calidad y costo.

México ha ejercido cierta fascinación desde hace mucho a viajeros extranjeros, artistas, intelectuales y escritores. El arácnido dedicó su columna de la semana pasada a indagar en los motivos que trajeron al célebre escritor inglés a D: H. Lawrence a México, en esta entrega propone a sus lectores conocer un poco de los motivos “esotéricos, herméticos, y místicos” que trajeron al francés Antonin Artaud en un viaje “sacrificial” y de descubrimiento a nuestro país y, en particular, a la tierra de los tarahumaras en el norte de nuestro territorio, donde vivió experiencias radicales siendo él mismo ya una persona extremada a los puntos del delirio, la lucidez que roza la locura, la ancha perspectiva de un visionario que huía de la “decadencia industrial” de una Europa que, para él, había perdido todo sentido de lo sobrenatural, lo sacro, la misma fe pagana en las fuerzas naturales y orgánicas que dominan al hombre.

Gracias al apoyo de Jaime Torres Bodet, Artaud llegó a México, vía Cuba, el 7 de febrero de 1936, en pleno auge cardenista. Era no pobre, sino pobrísimo, y vivió aquí espartanamente publicando artículos, dando conferencias y editando algunos de los textos que conformarían el libro sobre su viaje a la tierra de los Tarahumaras. Además recibió la hospitalidad de algunos personajes, aunque en realidad Artaud no gustaba a los intelectuales y políticos mexicanos de entonces, tanto por sus propuestas estéticas como por la actitud extravagante del francés, quien ya había sido hospedado algunas veces en un hospital siquiátrico y quien, finalmente, al salir de México rumbo a Irlanda, pasaría nueve años más encerrado en un asilo para enfermos mentales.

Artaud dio tres Conferencias en la Escuela Nacional Preparatoria el 26, 27 y 29 de febrero (para los afanes esotéricos de Artaud, qué mejor que dar una conferencia en un día que sólo se sucede cada cuatro años, en año bisiesto). Las conferencias se titularon “Qué vine a hacer a México”, “El hombre contra el destino” y “El teatro y los dioses”. Vale recordar que Artaud había escrito ya una obra de teatro titulada La Conquista de México, en la vertiente que el mismo denominó teatro de la crueldad. Artaud sentía esta atracción hacia lo sacrificial de la historia indígena de México. Su viaje a la sierra norteña, su estancia con los tarahumaras, sus experiencias con el peyote, su visión mística de una fuerza oculta en la sangre indígena y en esa cultura que el unificaba en un solo misticismo, pues toltecas, mayas, tarahumaras o nahuas encerraban para él un mismo misterio orgánico (en su cuerpo, en su sangre) y a la vez cosmogónico (una revelación profunda del sentido de la existencia).

“¿Qué fue lo que motivó la visita de Antonin Artaud a México? ¿Fue la magia de una cultura profunda; la fuerza de una raza; el ir y venir de la muerte a la vida de los antiguos mexicanos, o las sonoridades, las respiraciones, los silencios, los ritmos y las voces de la cultura indígena?”, se pregunta el escritor y ensayista Enrique Flores en un texto de la Revista de la Universidad, y el alacrán asegura que todo eso y otras tantas razones más trajeron al intelectual francés a México. En sus propias palabras el poeta asegura: “Toca al México actual, que se ha dado cuenta de las taras de la civilización europea, el reaccionar contra esta superstición del progreso. Esto incumbe a los políticos y no a los artistas, puesto que los políticos han reemplazado a los artistas en la conducción de los asuntos colectivos y del gobierno. Se puede decir que el México actual está frente a un problema grandioso; y si yo he venido a México ha sido para estudiar, sobre el lugar mismo, las soluciones que haya de darle. En efecto, se trata nada menos que de romper con el espíritu de todo mundo, y de reemplazar una civilización con otra”, ¡tómala, Samuel Ramos!, piensa el alacrán evocando al filósofo y autor de El hombre y la cultura en México.

“Toda transformación cultural importante empieza con una idea renovada del hombre, coincide con un nuevo brote de humanismo. Se vuelve a cultivar de pronto al hombre del mismo modo que se cultivaría un huerto prolífico. Yo he venido a México a buscar una nueva idea del hombre (…,) y cuando México haya realmente conquistado y resucitado su verdadera cultura, no habrá cañones ni aviones que puedan nada contra él”.

Así escribió Artaud sobre nuestro país. ¿Qué vería con su visión clarividente? ¿Qué ven lo migrantes digitales hoy en las ciudades mexicanas?, se pregunta también el escorpión.

@Aladelagarza

Alejandro De la Garza
Alejandro de la Garza. Periodista cultural, crítico literario y escritor. Autor del libro Espejo de agua. Ensayos de literatura mexicana (Cal y Arena, 2011). Desde los años ochenta ha escrito ensayos de crítica literaria y cultural en revistas (La Cultura en México, Nexos, Replicante) y en los suplementos culturales de los principales diarios (La Jornada, El Nacional, El Universal, Milenio, La Razón). En el suplemento El Cultural de La Razón publicó durante seis años la columna semanal de crítica cultural “El sino del escorpión”. A partir de mayo de 2021 esta columna es publicada por Sinembargo.mx

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