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Gerardo Grande

09/07/2016 - 12:00 am

Recuerdo de Micah P Hinson

A Micah P. Hinson lo escuché por primera vez una tarde cocida a fuego máximo en Barcelona. Era verano y todo se derretía, menos la voz del músico de Tennessee.

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Salió de la cárcel a los 19 años. No tenía hogar, su familia no lo aceptaba y tuvo que vivir de vagabundo. Foto: Especial

A Micah P. Hinson lo escuché por primera vez una tarde cocida a fuego máximo en Barcelona. Era verano y todo se derretía menos la voz del músico de Tennessee. Aquellos días parecían atrapados en un film de un Leos Carax amante de la Barcelona de las Ramblas. Aunque Carax quizá jamás filmaría en esa parte del mundo.

Una chica delgada de ojos muy claros puso el vinilo Micah P. Hinson & the Pioneer Saboteurs, álbum que había comprado durante la mañana por 53,07 euros lo que significaba que no habría cena. La chica también tenía las piernas largas y una voz dulce. Había querido ser modelo; pero por cuestiones que nunca entendí abandonó esa idea a los 23 años. 23 años catalanes en un piso en Sarria-Sant Gervasi. Ella se llama o se llamaba Belit.

Recuerdo que Belit pinchó el vinilo pero no desde el inicio pues quiso que sonara “Seven Horses Seen”, tema que habla de un niño abandonado y habla de cocaína y caballos desbocados atravesando el césped púrpura de la mente.

Comenzó el violín de la canción y en seguida la voz de Hinson; su voz como grabada desde el fondo de un placard altísimo y profundo. Belit se puso a bailar, descalza, con las piernas desnudas y una remera larga con letras verdes impresas. Ella estaba obsesionada con Hinson. Me contó la historia del músico: venía de una familia religiosa de Memphis y en su juventud se instaló en Abilene, Texas. Había sido amante de una ex modelo muchos años mayor que él. La modelo, cuyo nombre no recordaba, era adicta a las anfetaminas y al whisky. Hinson la llamaba la viuda negra y por ella, y no con ella, había conocido las pastillas y otras drogas. Incluso había caído preso por falsificar recetas médicas.

Salió de la cárcel a los 19 años. No tenía hogar, su familia no lo aceptaba y tuvo que vivir de vagabundo y en casas de amigos. Un año después consiguió rentar una habitación en un motel a las orillas de la ruta y ahí grabó más de 20 canciones; varias de estas formaron parte de su primer álbum titulado Micah P. Hinson and the Gospel of Progress. Esto me lo contaba Belit, sentada en el único sofá de aquel piso. Lo contaba con esa voz dulce al tiempo que daba pequeños sorbos a su cerveza, fumaba o acariciaba la punta de sus pies. Así la recuerdo.

La suerte de Micah P Hinson cambió en el invierno de 2003 cuando, a través de un amigo, sus grabaciones llegaron a un sello escocés llamado Scetch Book Records. La disquera sólo pagó el boleto de avión y las multas de tráfico que Hinson tenía y que le impedían sacar su pasaporte. A partir de ahí la suerte del músico cambió pues su obra folk y country fue bien recibida por la prensa en Estados Unidos y buena parte de Europa. Así pudo grabar sus siguientes discos Micah P. Hinson and the Opera Circuit y Micah P. Hinson and the Red Empire Orchestra.

Las giras por Europa crecieron. La música de Hinson es por demás interesante; su estilo viene de músicos como Hank Williams, Johnny Cash, Leadbelly, Woody Guthrie, Bob Dylan y Nick Cave. En muchos de sus temas él hace todas las voces que se pueden escuchar, incluyendo los coros. Sus arreglos llevan a un punto álgido las cuerdas y los vientos. pero también, si prescinde de ellos genera un sonido crudo y directo al más puro estilo folk. Sus letras, incluso han sido comparadas con pasajes de libros escritos por Cormac McCarthy y Steinbeck.

Escuchar a Hinson es palpar buena parte del mundo actual: las guerras, el contrabando, los caídos; pero también es viajar un poco en el tiempo y cabalgar en el desierto en busca de algo desconocido.

Belit compró otros vinilos de Hinson y los escuchábamos una y otra vez encerrados en ese piso en Sarria-Sant Gervasi. Una mañana me contó un sueño: de pronto comenzaba a ver piernas de mujer sin rostro. Sólo piernas como armas flotantes en medio de un escenario oscuro. Belit corría de un lado para otro y siempre se encontraba con esas piernas hasta que jalaba de sus gatillos que apuntaban directo a mi cabeza. Dijo con su voz dulce. Como en una canción de Hinson, le dije. Sí, contestó ya muy lejos, sentada en el único sofá que había en el piso, dando sorbos a su cerveza, fumando o acariciando la punta de sus pies.

Gerardo Grande
Gerardo Grande (Ciudad de México, 1991). Poeta. Publicó La edad atómica (La Bella Varsovia, Córdoba, España, 2014), Fiesta brava (Neutrinos, Entre Ríos, Argentina, 2015), Seguir (Eloísa Cartonera, Buenos Aires, Argentina, 2016). Es co-compilador de Astronave, panorámica de poesía mexicana 1985-1993 (UANL-UNAM, México, 2015).

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