SALA DE LECTURA | “Regalo de bodas”, por Iván Ballesteros Rojo

12/03/2016 - 12:01 am

Los auténticos gallinas pagan también para desaparecer mujeres. En lo que a mí respecta sólo he despachado a dos matronas. Desde el principio me quedó bien claro: no se te paga una buena suma para matar a la Madre Teresa de Calcuta.

¿Arrepentimiento? Esa emoción es propia de personas nobles. Apegadas a la idea que la vida se trata de una cosa extraordinaria que en algún momento les sucederá a ellos. Foto: Shutterstock
¿Arrepentimiento? Esa emoción es propia de personas nobles. Apegadas a la idea que la vida se trata de una cosa extraordinaria que en algún momento les sucederá a ellos. Foto: Shutterstock

Te pagan para matar soplones, mala pagas, todas mías, rateros y pervertidos. En ese orden. También puede ser que te contraten para desaparecer a la competencia; pero nunca a padres de familia cariñosos ni mujeres dotadas de bendiciones.

No es como en las películas. Sobre todo los primeros. Tienes que controlar el ritmo cardíaco o todo se lo lleva la jodida. A muchos les da la pálida a la hora mala y allí mismo se los carga Pifas. El otro es un tipo vivo que espera lo peor. No te mandan matar pendejos ni advenedizos. Aquel que tiene en su contra una orden pagada de muerte, la mayoría de las veces, se trata de alguien que se está cubriendo las espaldas. Alguien que se sienta en lugares panorámicos. Después de todo te han contratado para desaparecer a un hijo de puta.

Los auténticos gallinas pagan también para desaparecer mujeres. En lo que a mí respecta sólo he despachado a dos matronas. Desde el principio me quedó bien claro: no se te paga una buena suma para matar a la Madre Teresa de Calcuta. Te pagan para matar soplones, mala pagas, todas mías, rateros y pervertidos. En ese orden. También puede ser que te contraten para desaparecer a la competencia; pero nunca a padres de familia cariñosos ni mujeres dotadas de bendiciones.

Antes de matar hay que investigar a la persona que mandarás al otro mundo. Hay que hacerlo para encontrar el momento y el lugar idóneo. Si no urge, se sigue al objetivo por lo menos una semana. Si el trabajo no puede esperar se corren más riesgos, pero la paga es más jugosa.

Es importante saber quién es la persona que te contrata. Tienen que ser odiadores genuinos o negociantes profesionales. En este negocio vale más no darle juego a los indecisos y nerviosos. En este negocio reconocerás a tus clientes por las palabras que utilizan para señalar a la persona que quieren borrar de la faz de la tierra. Con eso puedes estar seguro que se trata de un legítimo y cobarde asesino: las palabras que utiliza para dar sus motivos.

La primera vez fue gratis, algo personal. Preguntando entre los colegas me di cuenta de que la primera vez casi siempre se trata de un asunto personal. A los diecisiete trabajaba en Ferrocarriles y estaba casado con Almendra. Decidimos vivir juntos porque quedó embarazada y en ese tiempo no había de otra. A los cinco meses le tuvieron que hacer el legrado y quedó como trastornada de la cabeza. Ya no fue la misma. Una noche llegué del trabajo y la encontré colgada de la viga de la cocina. Se aferraba a la soga tomando con sus manos el nudo. Tirada en el piso estaba una de las sillas del comedor que nos regaló mi madre el día de la boda. Seguramente se trepó en ella para amarrar la cuerda, pensé. Levanté la silla para que Almendra descargara su cuerpo en el asiento. Cuando logró recuperar el aliento me dijo: Perdóname, Aniel. No sé qué me pasa. Almendra ya desataba, entre lágrimas, el nudo de la soga cuando empujé la silla. El movimiento la tomó desprevenida. Fue tan abrupto el cerrón que dio el nudo que solamente alcanzó a dar cinco pataleos antes de entregar el equipo. Ya muerta, su cuerpo en vaivén por la cocina, sus ojos desorbitados no dejaban de mirarme. La lengua le salió casi por completo. Aunque era evidente la típica cara del horror en su rostro, algo en su mirada podía ser interpretado como agradecimiento. La vida de Almendra, y la mía por añadidura, se trataban de existencias horribles.

Se aferraba a la soga tomando con sus manos el nudo...Foto: Shutterstock
Se aferraba a la soga tomando con sus manos el nudo…Foto: Shutterstock

No la culpo por querer morir tan joven, como no me culpo a mí por haberla asistido. Lo peor del ser humano, algo que ya debió desaparecer en algún momento del proceso evolutivo, es el instinto de supervivencia. Aún el ser más despreciable y cansado intentará salvarse de la muerte. Sólo los verdaderos suicidas entregan la vida como entregar un aparato que no funciona al fabricante. Sólo ellos están convencidos y aun así en el último momento resisten. También sé de un tipo de ciervo que se entrega al cuchillo con mansedumbre. Por lo demás, fue fácil salir de esa. Todos conocían los depresivos episodios de Almendra.

¿Arrepentimiento? Esa emoción es propia de personas nobles. Apegadas a la idea que la vida se trata de una cosa extraordinaria que en algún momento les sucederá a ellos. Al final, te lo digo porque lo he visto, no queda más que un borrón lamentable. Un borrón al que muchos llaman olvido. Y en el olvido no hay de qué demonios arrepentirse.

*Texto que forma parte del libro de relatos Plaga serena, que será publicado este año por el sello editorial Salto Mortal.

Quién es Iván Ballesteros Rojo: (Hermosillo, 1979) Es escritor, reportero y maestro. Ha publicado los relatos Monstruario (Altanoche, 2007),Mecanismos (Unison, 2011) y Bungalow (Tres guayabas cartonera, 2014). Ha colaborado en revistas como La tempestad, Tierra adentro, ViceHermano Cerdo.

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