Ripleys, vida y desengaños

14/09/2013 - 12:01 am

Nuestra existencia se resume en el Ripleys que año con año se instala en algunas ferias. Mucho ruido y pocas nueces por tan solo diez pesos y las invenciones de nuestro maldito yo.

Las expectativas nos rebasan como si estuviéramos inmersos en un relato de realismo mágico, conocemos el principio pero desconocemos el final, siempre una sorpresa asalta nuestros ojos y deja la ciudad corporal sin patrimonio de la humanidad.

La publicidad de los ideales de nuestra psique, se exhibe en espectaculares que prometen mucho, pero a la hora de tenerlos al frente resultan un frasco con las más inverosímiles criaturas que apenas bosquejaron fetos con nuestros miedos y sueños por dar a luz en un pasillo a punto de burlarnos.

Gatos sin rostro que apenas caben en un pomo con el pasado escrito, dispuesto a enfrentarnos en un envase que promete guardar el secreto, hasta ser puestos en exhibición por los curiosos que creen saberlo todo y se atreven a opinar cual si supieran lo que se siente ser animal de aparador  y recibir señalamientos de todo tipo, desde lo patético, hasta lo absurdo del ser humano, incluso como siendo otro podríamos ser mejor.

Como si la metamorfosis siempre cumpliera milagros, como si ser tortuga y poseer una cabeza femenina y ojos con luces derrochara la superioridad sobre otros. Promesa más, promesa menos, siempre la mente es engañosa como esos trucos de cerdos con mil trompas que pretenden espantarnos en la víspera de un amanecer que nos trae como remedio el mejor de los insomnios, hipócritas como las decisiones tomadas al minuto 1000 de la hora tres mil.

La vida es como aquella franquicia estadounidense que balbucea acontecimientos extraños o curiosos en el mundo. Un pez gota se aparece en frente de nosotros, como la especie más fea sobre el universo, solo por poseer un rostro triste y textura pegajosa pero este en el fondo no goza de fealdad, sino de la beatitud que cabe apenas en un pasillo callejero que destaca por mostrar anormalidades de la manera más natural posible, ser pero finalmente no ser.

Cinco minutos bastan para reparar en lo absurdo que es condensar el ello y el yo en una serie de pomos que después resultan extraños e incluso hasta nos insertan una placa de titanio en el cerebro para regalarle a los fisgones la transmisión de nuestra existencia.

Nada es como lo que esperamos, siempre una manía o la posibilidad de una decepción nos acapara, como estos animales que no pueden hablar por sí mismos, para presumir o desquitar la cárcel en la que viven mientras morbosamente los miramos.

@taciturnafeliz

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