Jorge Javier Romero Vadillo
15/02/2018 - 12:04 am
El SNTE en la contienda electoral
La fuerza política del SNTE, siempre fiel al PRI, se autonomizó cuando su dirigente rompió con el antiguo partido oficial, entonces en desgracia
El Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, dividido y debilitado, pero aún con gran capacidad de movilización política y electoral, se ha convertido en las últimas semanas en un espacio en disputa en plena campaña electoral. Por un lado, la dirigencia oficialmente reconocida por el gobierno, encabezada por Juan Díaz de la Torre, se ha alineado con la candidatura del PRI y su brazo político, el PANAL, se ha sumado a la coalición que apoya a José Antonio Meade. Por otra parte, el cordero que limpia los pecados del mundo parece estar a punto de unir en torno suyo a la aguerrida Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, fracción radicalizada del sindicato, que controla varias de sus secciones, y a la corriente leal a la antigua líder oficial del gremio, Elba Esther Gordillo, caída en desgracia por su traición al PRI, concretada en 2006 con su apoyo soterrado a Felipe Calderón como candidato presidencial, de cuya coalición de gobierno formó parte destacada, para desgracia de la calidad de la educación nacional.
El sindicato magisterial único ha sido un actor político de la mayor relevancia desde su creación, en 1943, durante el gobierno de Manuel Ávila Camacho, en los albores de la época clásica del antiguo régimen autoritario. De hecho, fue creado por el poder como instrumento de control político, no sin dificultades para lograr la unificación corporativa de los diversos sindicatos de profesores que existían por entonces: comunistas, lombardistas, gobiernistas, algunos de alcance local, otros con presencia más o menos nacional. Desde el inicio del gobierno del Ávila Camacho, la intención fue propiciar la unificación del gremio docente en una sola organización que estableciera una relación de dependencia con el régimen que por entonces terminaba su proceso de consolidación. La intención explícita era construir una sola organización de intermediación del Estado con los maestros, alineada políticamente en las filas del partido oficial, entonces el Partido de la Revolución Mexicana, pero que unos años después se transformaría en el PRI.
El difícil proceso de alineamiento de los maestros en una sola organización subordinada a la coalición de poder les costó el cargo de secretario de Educación a Luis Sánchez Pontón y a Octavio Véjar Vázquez; fue el tercero en el cargo durante aquel gobierno, Jaime Torres Bodet, quien logró el difícil concierto y sentó las bases del arreglo político con el que se gobernó la educación en México durante las siguientes décadas. En 1946 –precisamente cuando nacía el PRI en torno a la candidatura de Miguel Alemán a la presidencia de la República y cuando entraban en vigor las reglas electorales proteccionistas que le garantizaron el monopolio al partido del régimen– el presidente Ávila Camacho expidió el decreto con las condiciones generales de trabajo de los trabajadores de la Secretaría de Educación Pública, las cuales le otorgaban al nuevo sindicato buena parte del control sobre la carrera de los docentes, desde el proceso de reclutamiento hasta la jubilación, incluyendo todo proceso de movilidad o promoción.
El SNTE fue creado, así, como un instrumento de control político de las demandas magisteriales, no como un órgano de defensa de los intereses de los profesores. Muy pronto quedó establecido, a partir de una combinación intrincada de reglas formales e informales, que una carrera docente exitosa dependía de la lealtad y la disciplina mostradas al SNTE y, por lo tanto, al PRI, más que del buen desempeño, la dedicación en el aula o la formación de las maestras y maestros. El carácter altamente politizado de la gestión de la profesión magisterial deformó su sistema de incentivos, pues lo que realmente redituaba a los profesores era aplicarse como promotores del voto para el PRI, asistir a las movilizaciones sindicales y a los mítines de campaña de los candidatos oficialistas, apoyar a tal o cual delegado sindical, mientras no tenía muchos beneficios el esfuerzo en el salón de clases. En la medida en la que nadie evaluaba su desempeño profesional, solo los más esforzados se comprometían con el resultado de los que debían enseñar en la escuela.
A la disidencia, como la que encabezó a partir de 1956 Othón Salazar en la ciudad de México, se le hostigó y reprimió, mientras los líderes leales se les premiaba con cargos de elección popular o de alto rango en la burocracia de la SEP. En la medida que el SNTE era un brazo del PRI, el paso de un puesto sindical a otro en la administración educativa se volvió natural, de manera que SEP y SNTE se volvieron cuerpos simbióticos.
Fue ese arreglo político el causante principal del deterioro de la calidad educativa en el país y generó una trayectoria institucional que se reprodujo incluso en las secciones que fueron controladas a partir del final de la década de 1980 por la disidencia radical de la CNTE: en ellas, también los incentivos de los maestros se mantuvieron sindicales y políticos, aunque en lugar de estar al servicio del PRI comenzaron a moverse hacia expresiones de izquierda, en los tiempos en los que el monopolio político se resquebrajaba.
La fuerza política del SNTE, siempre fiel al PRI, se autonomizó cuando su dirigente rompió con el antiguo partido oficial, entonces en desgracia, para crear un partido propio y con él negociar su posición en las elecciones de 2006. Fueron los votos de los maestros encabezados por Elba Esther Gordillo los que le dieron el triunfo a Felipe Calderón en 2006 y le permitieron a la líder mantener el control sindical sobre el sistema educativo y buena parte de su presupuesto. Y fue esa traición la que, al principio del gobierno de Peña Nieto la llevó a la cárcel, con un corolario virtuoso, pues ello impulsó el cambio institucional para liberar a la carrera de los maestros del yugo corporativo, aunque buena parte de ellos ha tomado con rechazo las nuevas condiciones de ingreso, promoción y permanencia.
No han faltado los que se han llamado a sorpresa ante la confluencia entre la facción de Gordillo y la CNTE bajo el manto purificador de López Obrador; sin embargo, no se debe olvidar que el control de la CNTE sobre varias secciones sindicales fue producto de un pacto con la propia Elba Esther, a la llegada de esta a la dirección del sindicato, al principio del gobierno de Salinas de Gortari, para acabar con la agitación laboral en las zonas de influencia de la coordinadora durante los años de la crisis económica. A pesar del lenguaje ríspido entre unos y otros, Elba y la CNTE siempre se han entendido: están cortadas con la misma tijera y fácilmente se cobijarán al amparo del caudillo, pues él mismo no concibe el poder de manera distinta a la corporativa de los buenos viejos tiempos de la época clásica del PRI, donde toda demanda se negociaba directamente con el señor del gran poder en turno.
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