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David Ordaz Bulos

15/03/2020 - 12:00 am

Reconciliar la memoria con el territorio: 100 años del incendio de la Mina El Bordo

¿Cómo hacer algo lo suficientemente sutil como para no intentar quitarle protagonismo al paisaje natural del entorno?

“En los últimos cincuenta años quedó claro que las recaídas de la humanidad en la vorágine de la violencia colectiva y el proceso ritual propiciatorio tienen que ver con el presente tanto como con el pasado, un pasado que no consigue olvidarse por la sencilla razón de que se le ha postergado”.

Ignacio Padilla

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Entonces mi memoria se representa aquí, con mis montañas, con mi gente y con mis huesos que aún están al aire libre.

Julio Ordaz B.

Cien años se tardó la ciudad en hablarlo. En elaborar el trauma gracias a dinámicas y flujos –a veces contrarios–, que finalmente convergieron para que se lograra poner a la comunidad en el radar y construir un memorial para la víctimas y sobrevivientes de la tragedia.

El martes 10 de marzo del 2020 se cumplieron 100 años del incendio de la Mina de El Bordo en la ciudad de Pachuca, en el que murieron 87 trabajadores. Se dice que ha sido la tragedia más grande de la minería en México. Y fue provocada por la negligencia de la Compañía Norteamericana United Smelting, Refining and Mining Co; en complicidad con las autoridades y la prensa de aquel entonces.

El día del aniversario, cayó la tarde fría con una ceja de nubes naranjas que se volvieron púrpuras y se posaron sobre los cerros. Fue uno de los atardeceres emblemáticos de la ciudad, que suelen envolver la cotidianidad dentro de una atmósfera sagrada de bosque. Los últimos rayos del sol daban de lleno en los antiguos muros de la mina, que está situada a dos horas de la Ciudad de México, en la parte norte de Pachuca, junto a los barrios de San Miguel Cerezo y Camelia.

Por la mañana, el Gobierno del Estado decretó como Patrimonio Cultural el lugar y después, la Presidencia Municipal inauguró un memorial que está junto a una placa que dice: “el silencio criminal, no borrará nunca lo que aquí aconteció, desde abajo todavía se clama justicia”. Durante el acto, sonó la campana de la iglesia con el “doble nueve”, la señal de alarma que no se escuchó el día de la tragedia. Mientras al otro lado del cerro, se iluminaron cuatro reflectores que estaban colocados sobre la fosa común donde enterraron los cuerpos.

Y es que esta comarca minera es una de cartografía oculta, que guarda capas de brutalidad colonial de distintas épocas que merecen ser develadas. Por ejemplo, cerca de aquí están los patios donde Fray Bartolomé de Medina desarrolló el Beneficio de Patio, una innovación mundial del siglo XVI que separaba los “minerales rebeldes” a través del uso de mercurio, sal y sulfato de cobre. Y sobretodo, con la opresión de los seres humanos y pueblos enteros para su desarrollo pues, los esclavos africanos trabajaban en la molienda y lavado de metales, dado que no soportaban las bajas temperaturas de las profundidades de la tierra a donde sólo eran enviados los indios, que por ahí de los treinta y tantos años enfermaban de silicosis, con los pulmones hechos piedra.

Yuri Herrera, el escritor hidalguense, develó una de estas capas con su libro: El incendio de la Mina de Bordo (2018). Donde narra la historia sobre cómo el 10 de marzo de 1920, cuando por ahí de las siete de la mañana se supo del incendio, las autoridades decidieron cerrar las bocas de la mina para que el fuego no se propagara, sin importarles que todavía había trabajadores adentro. Y cuando los tiros de mina fueron abiertos seis días después, aparecieron siete mineros que sobrevivieron tomando agua con tierra y un itacate que encontraron abandonado. Además de 72 cadáveres, que ni siquiera llegaron al panteón de Pachuca –con la excusa de que podrían desatar una epidemia, además de perturbar a las buenas conciencias–, fueron confinados a una fosa común a unos metros de la mina.

Paralelamente a la investigación de Yuri Herrera, el trabajo que la Fundación Arturo Herrera Cabañas con el Comité de Preservación y Conservación del Centro Histórico de Pachuca, comenzaron desde hace varios años en el centro comunitario de la localidad; detonó una sinergia que atrajo a la Presidencia Municipal y a la Universidad La Salle. De estos flujos surgió la iniciativa de crear un memorial que diseñó mi hermano Julio, todavía estudiante de arquitectura. La obra busca ligar la memoria con el territorio a través de la unión de diferentes elementos como la montaña, los muros de la mina y el memorial. Y así, hacer ver que “existe un paisaje entre lo que el memorial y la historia nos dejan ver”.

El proyecto comenzó en octubre del 2019, con una serie de talleres participativos con la comunidad. Y se desarrolló bajo tres ejes: la visibilidad, la memoria y la justicia; frente a la historia de impunidad y despojo recurrente de la minera en México, ahora neoextractivista, donde basta ver los casos de Río Sonora y Pasta de Conchos en Coahuila.

¿Cómo hacer algo lo suficientemente sutil como para no intentar quitarle protagonismo al paisaje natural del entorno? Fue una de las cuestiones que preocuparon a la construcción del memorial para convivir y no imponerse al paisaje natural, como lo han hecho otros monumentos impuestos sobre los cerros de la zona como: el Cristo Rey, la Bandera y la aberrante escultura de la “Victoria del Viento” que está situada a la entrada de la ciudad y expresa una mitología hueca que nada tiene que ver con la historia de la región y parecería más, el Monumento a los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, con una mujer al centro, cercada por héroes nacionales enanos y varios caballos.

Además de ser un mirador, este tlalnamiconi o memorial, es una plataforma que sostiene 94 pilotes (columnas delgadas) que representan a los 72 cadáveres identificados, a los 15 cadáveres no identificados y a los 7 mineros sobrevivientes. La mayoría de los pilotes están pintados con rojo y llevan el nombre de cada víctima, excepto los que dicen “minero no reconocido”. Los pilotes de los siete sobrevivientes están pintados de color blanco y conectados por un alambre que representa el hilo de la vida. Vale mencionarse, que entre las víctimas directas no hay ninguna mujer, pues en aquel entonces se creía que si una mujer entraba a la mina, su producción se salaba, es decir, se jodía.

Recordar la tragedia de El Bordo es un acontecimiento muy importante en una ciudad desmemoriada y apática que crece a ciegas hacia el futuro. Recordar la tragedia y honrar a las víctimas se logró gracias a una sinergia comunitaria y cultural que, como una espiral creciente, escaló niveles y conectó con diferentes actores. Donde lo más importante ha sido poner a El Bordo en el radar y, como dice la propuesta del memorial, aprender de los procesos, abrir el encuentro intergeneracional y entender que es un proyecto que no acaba con un monumento: es una provocación de nuevos flujos y acciones: In campa mocentlalia in tlalnamiquilli ihuan in necallotiliyan (donde se unen el recuerdo y el territorio).

 

David Ordaz Bulos

@David_Orb

David Ordaz Bulos
Psicólogo social. Maestro en Sociología Política por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Estudiante del doctorado en Creación y Teorías de la Cultura de la Universidad de las Américas Puebla.

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