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Gustavo De la Rosa

16/10/2018 - 12:02 am

El abrazo en la frontera

Pero hoy las cosas se han complicado debido a la política migratoria endurecida de la Administración federal norteamericana y muchos núcleos parentales se han roto: los que viven allá, si vienen no pueden regresar, y los que viven acá, que no pueden cruzar; algunos hermanos tienen una década sin poder abrazarse, otros sienten que han perdido todo lazo familiar y la sensación de soledad los abruma en una tierra extraña.

En la frontera de Ciudad Juárez con El Paso ha nacido una nueva tradición: el abrazo en la línea fronteriza, “abrazos, no muros”.

Esta región del norte de México y suroeste de los Estados Unidos tiene características muy específicas, y una de ellas es la estrecha relación familiar entre los que viven en El Paso, Texas, y los que vivimos en Ciudad Juárez, que conquista el corazón de los más curtidos (que por acá son los agentes de migración norteamericanos).

Una motivación en común movía a las familias juarenses que llegaron aquí antes de 1985: pasar la frontera para vivir el sueño americano. Posteriormente llegó una segunda ola de migrantes originarios de los estados del centro y sur del país, aunque en esta ocasión los impulsaba el deseo de operar en la industria maquiladora. Mi tribu llegó en 1957; éramos 11 hermanos y poco a poco cada uno de los mayores fueron “arreglando papeles” mientras trabajaban en El Paso y vivían en Juárez, una rutina de vida muy común que permitió conservar la unidad familiar con mejores ingresos.

Pero hoy las cosas se han complicado debido a la política migratoria endurecida de la administración federal norteamericana y muchos núcleos parentales se han roto: los que viven allá, si vienen no pueden regresar, y los que viven acá, que no pueden cruzar; algunos hermanos tienen una década sin poder abrazarse, otros sienten que han perdido todo lazo familiar y la sensación de soledad los abruma en una tierra extraña.

La Red Fronteriza por los Derechos Humanos y las organizaciones que trabajan a su lado han logrado, con profundo amor por la humanidad, negociar que una vez al año se abra la puerta del muro que divide a las dos ciudades durante dos minutos; en ese instante un familiar puede cruzar a México y regresar sin verse obligado a demostrar su legal residencia en Estados Unidos. Esos dos minutos son aprovechados por los familiares para disfrutar del contacto físico y cariño de sus hijos ausentes.

Son dos minutos de esperanza para los hermanos y padres que están legalmente imposibilitados para disfrutar la cercanía familiar. Sin embargo, pienso que el video que acompaña esta nota puede transmitir los sentimientos del encuentro mejor que las palabras.

Gustavo De la Rosa
Es director del Despacho Obrero y Derechos Humanos desde 1974 y profesor investigador en educacion, de la UACJ en Ciudad Juárez.

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