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Jorge Javier Romero Vadillo

16/11/2023 - 12:02 am

El triunfo de la sumisión

“La visión de la gestión pública del gobierno de López Obrador es patrimonialista”.

“Claudia Sheinbaum no ganaría una elección por sí misma”. Foto: Adolfo Vladimir, Cuartoscuro

En la enmarañada política mexicana, la falta de refinamiento intelectual en la clase política es un problema persistente. Esta carencia está en la raíz de una trayectoria institucional que abarca toda la vida independiente del país, donde ha prevalecido un sistema de incentivos que favorece la lealtad ciega y la obediencia servil en detrimento del talento, el conocimiento y el desempeño competente en la función pública. La ausencia de un servicio profesional en la administración estatal, donde impera un arreglo clientelista que concibe los cargos públicos como recompensas para aquellos que se pliegan al poder en turno, es una de las causas profundas de la prevalencia de políticos voraces e incompetentes.

López Obrador ha dicho sin ambages que prefiere funcionarios con un diez por ciento de capacidad y un noventa por ciento de lealtad, con una sinceridad que refleja una creencia arraigada en la política mexicana. Esta percepción evidencia una cultura política, un modelo mental compartido, según la cual el Estado es un botín a capturar por bandas de bandidos que, una vez en el poder, lo utilizan para medrar, vendiendo protecciones particulares, negociando la obediencia de la ley y otorgando privilegios.

La visión de la gestión pública del gobierno de López Obrador es patrimonialista: él y su coalición han obtenido el poder y se lo distribuyen con criterios arbitrarios, siempre y cuando se respete la voluntad final del Señor del Gran Poder. Esta ha sido la forma de controlar el aparato formal del Estado a lo largo de la mayor parte de la historia mexicana, con la excepción del breve régimen de transición democrática que precedió a esta recaptura autocrática en ciernes. Aunque la no reelección presidencial y la autoridad maltrecha pero superviviente de un órgano electoral autónomo podrían ser diques contra la reinstauración de un régimen caudillista, como claramente desea el Presidente menguante.

La decisión de López Obrador de heredarle el cargo a Claudia Sheinbaum muestra sin ambages que premia la lealtad inquebrantable. La jefa de gobierno es una gestora mediocre, cuya administración ha mantenido a flote la operación urbana, aunque no ha logrado contener la especulación inmobiliaria ni mejorar sustancialmente la convivencia social. Su gestión gubernamental será recordada, sobre todo, por el desastre del Metro.

Claudia Sheinbaum no ganaría una elección por sí misma. Si llega a la Presidencia, lo que no puede darse ya como un hecho irremediable en esta etapa incipiente de la campaña, será por ser la heredera de López Obrador y contar con el respaldo del aparato clientelista de Morena, que ha capturado las transferencias de dinero en efectivo de los programas sociales del gobierno, un uso ilegal de dinero público al servicio de un partido político.

Sheinbaum es una candidata débil y vulnerable, con antipatía personal y falta de espontaneidad. Es un personaje impostado que ha intentado, sin éxito, copiar el estilo del caudillo. Su conexión con las bases del lopezobradorismo solo es posible a través de operadores clientelistas, intermediarios encargados de distribuir los beneficios sociales a cambio de lealtad electoral de las bases populares, una práctica arcaica pero común en el PRI y la izquierda. Es una candidata a la que el jefe sigue imponiendo todas las decisiones políticas relevantes, y ella las acepta sin chistar.

Una buena candidatura de oposición podría restarle gran parte del voto de clase media que apoyó al actual Presidente en 2018, pero que ya no comulga con las ruedas de molino que les ha hecho tragar López Obrador a sus apoyadores más leales de la izquierda, tanto la tradicional como la nueva, la alivianada, para usar la afortunada traducción de mi amiga Esther Kravzov del término woke,

El surgimiento de una auténtica candidatura socialdemócrata fresca y propositiva habría restado votos a Claudia Sheinbaum y contribuido, incluso si no hubiera alcanzado competitividad, a la derrota de la actual coalición de poder, frágil, a pesar de tener apantallados a muchos analistas con la insistencia en el voto duro y la popularidad del amado líder. También una candidatura de Marcelo Ebrard por Movimiento Ciudadano habría debilitado enormemente a la candidata del nuevo oficialismo. Sin embargo, al final, no habrá una candidatura novedosa capaz de sacudir el tablero y abrir vías de aire fresco en el hediondo sistema político mexicano, ni Ebrard tuvo el capital político suficiente para dar un manotazo e ingresar al juego.

Marcelo Ebrard nunca tuvo posibilidad alguna de ser candidato de Morena en 2024 debido a la desconfianza presidencial por su independencia política, a pesar de su lealtad previa, cuando en 2012 pudo haber roto con López Obrador si hubiera aceptado la candidatura presidencial del PRD. Sin embargo, temeroso, no rompió con el carisma mesiánico del caudillo, y le reconoció la representación única de la izquierda. Perdió entonces la oportunidad no solo de convertirse en una estrella ascendiente de la izquierda, sino incluso de ganar la Presidencia de la República, frente a la desastrada candidata del PAN y el producto de mercadotecnia televisiva.

Ebrard pudo incluso derrotar a Peña Nieto, pues contaba entonces con el halo de su buena gestión en la ciudad. Entonces, la malhadada línea 12 del Metro era un ejemplo de inversión pública necesaria, su gestión contaba con el apoyo de la izquierda alivianada por sus políticas de inclusión y su promoción de la bicicleta, y los intelectuales públicos lo veían con buenos ojos, pero le tembló el pulso. Después vino la travesía del desierto, como un apestado. López Obrador lo rescató, en reciprocidad, pero nunca lo hubiera elegido como sucesor.

La biografía política de Ebrard queda marcada por la derrota y la claudicación. Al renunciar a su pretendida indisciplina, ha sido relegado a la irrelevancia y difícilmente tendrá otra oportunidad. Excepcional en una generación de universitarios formados en la Ciencia Política con inquietudes sociales, que finalmente abdicaron de la militancia ante la imposibilidad de avanzar en sus carreras políticas frente a quienes controlan las redes de reciprocidad en los partidos, su historia es un testimonio más de lo superfluo que resulta tener cierto refinamiento intelectual en un escenario político dominado por las lealtades, donde los políticos mejor formados le temen a los operadores territoriales de viejo cuño, distribuidores de beneficios estatales, privilegios y protecciones.

Jorge Javier Romero Vadillo
Politólogo. Profesor – investigador del departamento de Política y Cultura de la UAM Xochimilco.

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