Esa mercancía de los mercados que los clientes "manosean" y no se llevan, la que dejan a oscurecerse en el fondo de los puestos, es la que un colectivo de jóvenes de la Ciudad de México recolectan, cocinan y luego regalan a personas con bajos recursos.
Por Eunice Lozada
Ciudad de México, 28 de febrero (SinEmbargo/ViceMedia).- Un grupo de jóvenes se reúne afuera del mercado de Medellín, en la colonia Roma de la Ciudad de México. Se reparten bolsas del mandado y recorren los locales recolectando alimentos desechados por los locatarios, no, más bien por los clientes, quienes eligen las frutas y las verduras con mejor apariencia y descartan las que se ven más pasadas, aunque todavía se puedan comer.
Los alimentos acopiados servirán para alimentar sin costo a poco más de cien personas en el Autogestival, un encuentro anual de colectivos sociales autogestivos.
Al día siguiente, por la mañana, los jóvenes —voluntarios en su mayoría— comienzan a cocinar el menú planeado. Varias manos pican verduras e improvisan en la cocina de la casa de cultura El 77, en la colonia Juárez. Hay coliflor en chile pasilla con pimiento morrón, sopa de verduras, tinga de zanahoria, papas salteadas, frijoles, arroz, agua de frutas, y de postre: plátano con amaranto, canela y mango.
Esto ocurrió en noviembre del 2015 y es una de las acciones directas del colectivo Comida No Bombas, dedicado a repartir comida gratuita —muchas veces rescatada del desperdicio— a gente en situación de calle o vulnerabilidad. El principio de la organización es que “la alimentación es un derecho, no una posibilidad”. Así que esta repartición no se trata de mero asistencialismo, sino de una forma de concientización sobre la justa distribución de los alimentos y la ética con respecto al desperdicio alimentario y la liberación animal —es decir: cocinan bajo una postura vegana—.
El colectivo está conformado por dos células: Comidas No Bombas DF, en la zona centro, y Comida No Bombas Sur. Ambas se rigen bajo los preceptos del movimiento original Food Not Bombs iniciado hace más de treinta años en Estados Unidos, cuando algunos activistas exigieron que su gobierno invirtiera más dinero en alimentación y no en la elaboración de armas nucleares.
El anarquismo es la doctrina que guía este movimiento replicado en distintas partes del mundo. Por lo mismo, todas las decisiones se toman de manera horizontal, sin un líder a la cabeza. Esto requiere un esfuerzo colectivo para conformar un equipo en el que la opinión de todos cuente y la participación sea de forma voluntaria.
Quienes acuden son por lo general jóvenes que cuestionan el sistema económico y social del país, y que ven en la compartición gratuita de los alimentos una vía para la solidaridad. Así ocurre desde el 2013 en la zona cercana a Ciudad Universitaria, donde Comida No Bombas Sur sale a repartir comida.
Recientemente, a inicios de marzo, los miembros permanentes de la célula decidieron ayudar a un joven detenido en las inmediaciones de CU, integrante del “okupa Che Guevara”. Acudieron al mercado de Coyoacán, donde los locatarios los conocen y suelen ser solidarios con el proyecto, a recoger un poco de comida. “La gente es rara”, me dijo Isabel, vendedora y donadora de legumbres y verduras en el mercado. “Nada más ve un poco negrito el mango o la coliflor y ya no la quieren, pero está buena, se puede comer”.
Terminada la recolecta, las donaciones se repartieron entre los voluntarios y al día siguiente cada quien llevó sus platillos a Copilco. Esta vez hubo romeros en mole vegano, puré de papas, habas, ensalada, chayotes con ejotes, calabacitas enjitomatadas y calabaza dulce.
Cuando reparten la comida explican a los beneficiados en qué consiste su proyecto y los invitan a cuestionarse sobre el origen de los alimentos. A los curiosos incluso les cuentan sobre el veganismo y sus beneficios.
La logística del trabajo suele tener contratiempos por la falta de espacio para cocinar, o de utensilios o de voluntarios. Sin embargo, ellos apelan a la practicidad y creatividad para solucionarlos. Así pasó cuando quisieron repartir alimentos entre los migrantes que viajan por “La Bestia”, pero como no lo lograron, decidieron dejar las cacerolas con comida en una casa de asistencia para migrantes.
De acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, en inglés), en México el 60 por ciento de los alimentos son desperdiciados antes de llegar a la mesa. Sin embargo, en la esfera política se afirma que cada vez es más difícil el abasto de alimentos, por lo que ven en los transgénicos la solución.
“En Comida No Bombas estamos en contra de los transgénicos”, me dijo Paco, integrante de la división del sur. “Con acciones y no solo palabras demostramos que el problema va desde la producción por la falta de apoyo al campesino, hasta la distribución. Lo que se necesita es concientizar a la gente de lo que come”.
Para este colectivo, que también tiene células en Chihuahua y Monterrey, la comida es una vía para la acción política y la conciencia social. “Nosotros seguimos una de las ideas de Food Not Bombs que dice: Piensa global y actúa local”, dice Paco. “Por eso queremos apoyar con alimentos al estudiante, al obrero, incluso al oficinista que luego también anda corto. Hemos repartido entre banda de la calle, en algunas manifestaciones y ahora planeamos ir con mujeres costureras”.
Food Not Bombs es un movimiento mundial. Lo confirmó una chica sueca cuando se acercó a Paco para contarle que en su país hacen lo mismo. Y es que en cualquier parte del mundo, los activistas identificados con alguna causa lo saben: “No se puede luchar con el estómago vacío”.
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