Author image

Jorge Alberto Gudiño Hernández

18/06/2016 - 12:00 am

Atacar por oficio

No voy a hacer un panfleto a favor del amor y las buenas causas. Tan sólo me limito a exponer lo que leí. Da la impresión de que, al final del día, convencidos como estamos de nuestras propias verdades, somos capaces de atacar casi por oficio. De ser así, es tiempo de aceptar lo endebles que son dichas verdades. Y éste no es un asunto de ver en qué se cree sino en cómo.

No conozco a nadie inteligente que, tras la matanza en Orlando o la de Veracruz no haya condenado los hechos. Foto: EFE
No conozco a nadie inteligente que, tras la matanza en Orlando o la de Veracruz no haya condenado los hechos. Foto: EFE

No conozco a nadie inteligente que, tras la matanza en Orlando o la de Veracruz no haya condenado los hechos. Es lo normal: que un loco, un terrorista o unos sicarios maten a decenas de personas es condenable por donde se le vea. También lo es el hecho de alzar la voz, de aterrorizarse, de criticar, incluso, las razones esgrimidas por los perpetradores.

Para no sumarme a discusiones estériles sobre si unas vidas valen más que otras o en torno a si los norteamericanos lo permiten por la facilidad que existe para conseguir armas legales, seguí leyendo los comentarios en las redes sociales a lo largo de la semana. Seguí leyéndolos mientras guardaba silencio.

El tema se enfrió relativamente pronto. Mucho más rápido que con otras tragedias de magnitud similar. A los pocos días, quienes se acongojaron por los ataques ya estaban hablando de otras cosas. También me pareció normal.

Pronto llegaron otro tipo de comentarios. Los unos contra los senadores, que no habían aprobado la famosa ley 3 de 3. Al menos no en su totalidad. Como son políticos, parece que cualquier ataque está justificado. Otros, contra Juan Villoro, porque se ganó un premio de poesía. La noticia era falsa (el premio tiene nombre de poeta pero no es de poesía) pero no importó a la hora de atacar a los convocantes y a quienes decidieron dárselo sin que de él se conociera poema alguno. También leí, bastante entretenido, un par de polémicas literarias. La más álgida partía de varias aseveraciones equívocas, como que la literatura mexicana está muerta y todo es culpa de un famoso crítico. Por último, leí un fuerte ataque a ciertas escuelas católicas, en que se cuestionaba la integridad de los padres de los niños que, sabiendo lo que saben, siguen inscribiendo a sus hijos en ellas.

Sin afán de discutir con cada uno de los polemistas, lo cierto es que hay un factor común que une a los cuatro temas: más que una postura son un ataque. Frontal, sin cortapisas. Si bien atacar a los senadores es casi obligatorio, los otros que alzaron la voz, la pluma o el teclado, escribieron a partir de insultos, agresiones, burlas, denuestos.

Me llamó mucho la atención porque, en algunos casos, incluso podría yo estar de acuerdo con sus posturas. Nunca con la forma. Sobre todo, porque muchos de los agresores se habían lamentado profundamente por los ataques de Orlando, los de Veracruz y los del resto del mundo, en su momento.

Sé que son escalas muy diferentes. No es lo mismo matar a medio centenar de personas que calificar de imbéciles, de vendidos, de dignos representantes de la estulticia a un montón de personas, conocidas o no. Pese a ello, me parece que la intención es la misma. Y ésta no es sólo la de agredir sino, también, la de hacer ver que existe una evidente superioridad moral en quien escribe o en quien empuña un arma convencido de sus razones.

No voy a hacer un panfleto a favor del amor y las buenas causas. Tan sólo me limito a exponer lo que leí. Da la impresión de que, al final del día, convencidos como estamos de nuestras propias verdades, somos capaces de atacar casi por oficio. De ser así, es tiempo de aceptar lo endebles que son dichas verdades. Y éste no es un asunto de ver en qué se cree sino en cómo.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas