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Óscar de la Borbolla

20/04/2020 - 12:04 am

Soy mi cuerpo

Pero ahora, la intensa preocupación por mantener la vida nos permite ver de manera evidente que somos cuerpo, estrictamente nuestro cuerpo.

Pero ahora, la intensa preocupación por mantener la vida nos permite ver de manera evidente que somos cuerpo, estrictamente nuestro cuerpo. Foto: Óscar de la Borbolla.

En nuestra cultura suele darse una muy peregrina relación con nuestros cuerpos: todos pensamos que tenemos cuerpo (“tener” expresa una distancia entre el poseedor y la posesión: no son lo mismo) y por ello concebimos nuestro cuerpo como un accesorio, muy nuestro, pero, al fin y al cabo un accesorio. Nos sentimos diferentes de nuestro cuerpo; de una naturaleza distinta e incluso superior. Cuando nos referimos a nosotros mismos hablamos más bien de un yo, de una mente, de un alma o de un espíritu. Nuestra conciencia es con la que realmente nos identificamos. Sin embargo, la actual contingencia sanitaria ha puesto de manifiesto la soez certeza de que somos nuestro cuerpo, no algo distinto, sino simple y sencillamente nuestro cuerpo.

Platón y Descartes fomentaron con sus dualismos alma-cuerpo y su res cogitans-res extensa esta manera de entendernos. Pero ahora, la intensa preocupación por mantener la vida nos permite ver de manera evidente que somos cuerpo, estrictamente nuestro cuerpo. Un cuerpo, sin duda, complejísimo, capaz de producir la autoconciencia o la imaginación (por solo citar dos de las funciones que me son más queridas); pero somos nuestro cuerpo, un organismo con reacciones químicas, eléctricas, mecánicas, etc., y el sueño idílico en el que nos concebíamos como seres especiales llega a su fin en mitad de esta pandemia: el miedo a que el virus, ese material microscópico sin vida, que necesita de nuestras células para reproducirse e infectarnos a nosotros -aquí sí admitimos que “nosotros” somos nuestro cuerpo- deja en claro que en la práctica aceptamos el monismo, que somos un organismo con innumerables reacciones químicas de todo tipo.

Pero como no es fácil deshacernos de una costumbre milenaria, todavía hoy, para entender y comunicar el funcionamiento de nuestro cuerpo recurrimos a metáforas, a imágenes en las que la conciencia, el alma, etc., es la rectora. Así nos representamos nuestro sistema inmunológico como una ejército con un mando central, alguien encargado de detectar lo extraño y atacarlo; y hablamos de vitaminas y alimentos con buenos nutrientes que sirven para fortalecer la capacidad defensiva de nuestro ejército inmunológico a las órdenes de un capitán… 

Ese capitán es nuestro ADN, un tipo de información que literalmente informa a nuestras células, les da forma y las organiza sin que el famoso Yo tenga ninguna injerencia en el asunto, pues así ha funcionado el cuerpo humano desde antes de que la ciencia descubriera el ADN y desde antes incluso de que nuestros ancestros descubrieran el fuego. El cuerpo humano, ese organismo con innumerables reacciones que ocurren sin que nuestra conciencia se percate, sin que nuestro espíritu decida, haga o deshaga. Y nuestro yo, conciencia, alma, o como se llame, no es más que una función de ese cuerpo. Nosotros somos ese cuerpo, ese extraño, ese desconocido que la ciencia ha ido aclarando. Y ese yo que habíamos creído ser es una ilusión forjada por nuestro cuerpo, por esa materia organizada que funciona en la oscuridad de la materia mediante reacciones que ni siquiera sospechamos: una reacción química es la que me hace escribir esta idea, otra reacción la que me provoca este estado de ánimo. 

Me asomo a mis recuerdos, a la galería de mis paisajes sentimentales, al almacén de mis deseos, al inventario de mis ilusiones y lo único que descubro son las impresiones que mi cuerpo ha forjado y, la más grande de todas, este yo que creo ser. Y mientras mi supuesto Yo se bate con estas ideas, lo que verdaderamente soy procesa con cada respiración, con cada función metabólica los elementos con los que libra su batalla por mantenerse en pie un minuto más, un mes más, unos años más, de él dependo, he dependido siempre, soy eso.

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@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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