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Jenaro Villamil

21/06/2013 - 12:00 am

La Ciudad Libro de Monsiváis

Hola Carlos, Han pasado tres años sin vernos, pero he sabido mucho de ti. Sigues publicando con la misma intensidad que siempre. Van cinco libros tuyos desde que te fuiste para no escuchar más los enredos de Peña Nieto, las jaculatorias de la alcaldesa de Monterrey o al Ballet Folklórico del Estado de Derecho, como […]

Hola Carlos,

Han pasado tres años sin vernos, pero he sabido mucho de ti. Sigues publicando con la misma intensidad que siempre. Van cinco libros tuyos desde que te fuiste para no escuchar más los enredos de Peña Nieto, las jaculatorias de la alcaldesa de Monterrey o al Ballet Folklórico del Estado de Derecho, como les dices tú a los defensores de sospechosas victorias electorales. Ya te enviaré las declaraciones más recientes. Tenemos tanto qué hacer con la R. en Por mi Madre Bohemios. Pero ése es otro tema.

Me invitaron a tu biblioteca, inaugurada apenas el año pasado en lo que  fue antes la Ciudadela. Al entrar, extrañé que no estuviera el mismo mensaje que había en tu biblioteca de San Simón 62:

“No dejes entrar a los gatitos”.

Me sonreí al recordarlo. Era imposible evitar que entraran los mininos. Siempre hacían algo y lograban entrar a tu mundo de 30 mil volúmenes. Algunos no resistieron a los arañazos de Catizinger, menos al mal humor de Coopelas o Cuello, pero algunos tienen aún la elegancia de Ansia de Militancia.

Es hermoso encontrar que los 24 mil volúmenes de tu acervo personal están dispuestos en un diseño realizado por el arquitecto Javier Sánchez. Él creó un concepto íntimo y urbano, al mismo tiempo. Cada uno de los anaqueles ha sido dispuesto como si fuera un conjunto de multifamiliares que dialogan entre sí.

Es tu propio Apokalipstick bibliográfico. Ahí están tus obsesiones, gustos y afinidades. Tu ciudad de los libros. Tu biblia personal. Cada uno es un habitante vivo, en un multifamiliar bibliográfico o en rincones especiales que invitan a encontrarse, en alguna esquina, con tu sonrisa traviesa invitando a la lectura.

Por lo menos, el tapiz de Francisco Toledo, donde estás tú parado invitando a entrar a la Ciudad-Monsiváis, es extraordinario. Es tu perfil, es tu figura. Eres tú transformado por el más universal de los artistas oaxaqueños.

Los autores de la diversidad sexual (tu mejor colección) dialogan con los pintores. Los liberales del siglo XIX se miran con los novelistas norteamericanos. Los cómics se juntan en la esquina con los ejemplares de toda la obra de Rius.

Recuerdo tu colección sobre ensayos Queer y el magnífico libro Hate Crimes, de 1992, que se convirtió en tu guía para afrontar los asesinatos de la comunidad lésbico-gay no como homicidios “pasionales” sino como crímenes de odio.

¿Recuerdas que hicimos varios ensayos juntos para la Comisión Nacional de Derechos Humanos? ¿Recuerdas cómo insistías que los crímenes de mujeres, de indígenas y de la comunidad lésbico-gay debían ser considerados crímenes de odio porque así se exhibía la intolerancia prevaleciente en México?

Aquí en tu biblioteca encuentro las claves para comprender por qué el odio enferma a una sociedad y la intolerancia religiosa nos puede llevar al doble peligro de un Jesucristo con rating.

¡Cómo odiaste la facultad de Economía!, pero aquí encuentro la mejor colección de textos de marxismo, del anarquismo y de los movimientos civiles desde los años cincuenta hasta principios del 2000. No dejabas de leer a los sociólogos contemporáneos: a Ulrich Beck, a Zygmunt Bauman, que viven también en este multifamiliar con Bakunin, con los Flores Magón, y hasta verdaderas joyas del movimiento del 68 como Tiempo de Hablar, un ejemplar que ya no se encuentra ni en librerías de viejo.

Me impresionaron las dos torres hermosas, como si fueran la Latinoamericana y la Torre Mayor, de tus libros de cine y de fotografía. Ahí está tu pasión por los musicales y por el cine negro de Hollywood. Y todo lo escrito sobre el cine mexicano que anticipó a la cultura popular contemporánea antes que la televisión la enlatara en programas de dudoso gusto.

Aquí habitan lo mismo Oscar Wilde, que Francis Bacon, Cocteau, Renoir, los impresionistas y el muralismo mexicano en tu mejor colección sobre pintura, escultura, arquitectura y fotografía.

No dejabas que ni siquiera pudiera tocarlos. Recuerdo cuando llegaste de Londres feliz por encontrar toda la obra reunida de Bacon.

Me comentan que el edificio más visitado de tu ciudad de los libros es donde están tus propias obras. 270 títulos que compilan tu obra. Ojalá y estuviera ahí tu primera crónica a los 14 años y tu última columna de Por Mi Madre Bohemios, en marzo de 2010, cuando ambos la redactamos antes de que te llevaran los mata-sanos hacia el patíbulo de la terapia intensiva.

Pronto estarán en esta ciudad tus crónicas, artículos, ensayos y entrevistas en los periódicos, en revistas y en cientos de colaboraciones que de manera incansable, generosa  y persistente dejaste dispersa en otras ciudades, con otras voces, otros ámbitos de tu país.

¡Qué te puedo decir! Fue una visita intensa. Ahí estabas tú. Lo mejor fue leer esta dedicatoria de Octavio Paz, del 24 de enero de 1993, en su libro A la Orilla del Mundo:

“A Carlos:

“A la orilla –o más bien, en el centro– de la amistad”.

Nunca se dejaron de escribir. Como dos gatos recelosos, que se admiraban mutuamente.

Aquí está también el hermoso dibujo de Carlos Fuentes “Los dos Carlos”, en la dedicatoria de 1969 sobre un libro de cuentos suyo:

“A Carlos, de Carlos. Un gran abrazo”.

Recuperé un libro, dedicado por Juan Rulfo, que tanto te admiraba. Es la edición original de El Llano en Llamas:

“Para el muy querido Carlos, un gran abrazo lleno de afecto y simpatía”.

Es tu Comala particular. Los libros nos murmuran que estás más vivo que nunca. Este 19 de junio, en tu ciudad de los libros, todos somos más Carlos y más Monsiváis contigo.

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Jenaro Villamil
Reportero de Proceso, especialista en medios, editor de Homozapping.

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