Volver al futuro en Los Ángeles (Like it or not, Mr. Trump)

23/09/2016 - 12:01 am

Lejos de lo obvio, de lo ostentoso de Rodeo Dr. y lo turístico de Sunset Strip, están Bunker Hill y LA Plaza de Culturas y Artes. Fuera del glamour hollywoodense está la realidad de los migrantes hispanos en Estados Unidos. Ricardo Benítez cuenta esta historia californiana con la influencia literaria de John Fante.

Ciudad de México, 23 de septiembre (SinEmbargo).– Universal Studios. Griffith Observatory. Hollywood Boulevard. Sunset Strip. Beverly Hills. Rodeo Drive. Westwood. Getty Center. Santa Mónica. Venice Beach. La lista de lugares que visitaría en Los Ángeles se formó gracias a las recomendaciones hechas por un amigo estadounidense cuando le dije que estaría unos días en esa ciudad. Todas las anoté en la aplicación de notas de mi teléfono celular con el fin de palomearlas a medida que mi recorrido avanzara. Había dos puntos, sin embargo, con los que no necesitaba ningún recordatorio: Bunker Hill y la Plaza. Estos eran los primeros que deseaba conocer, no sólo en California sino en el mundo. La razón es simple. La Plaza es el escenario de un pasaje memorable de la novela Pregúntale al polvo de John Fante. Asimismo, no es exagerado afirmar que el área de Bunker Hill es uno de los protagonistas de dicho libro.

Llegué a Los Ángeles un viernes a mediodía con una backpack como único equipaje. Afuera de la terminal de autobuses Greyhound la atmósfera era tal como la había imaginado después de ver algunas películas que se desarrollan en las orillas del Downtown angelino. La mayoría de las construcciones que me rodeaban no superaban los tres niveles y una sensación de suspenso y desolación era acentuada por el sonido de los escasos automóviles que transitaban. Frente a la terminal, dos hombres vestidos de vaquero me ofrecían traslados hacia Tijuana mientras fumaban recargados en una Van. Junto a ellos un food-truck de tacos y quesadillas tentaba a mi paladar. “Comeré más adelante”, me dije, y enseguida saqué mi smartphone para consultar Google Maps. Poco más de dos kilómetros y medio me separaban de Bunker Hill. Estudié el mapa durante unos segundos y determiné la mejor ruta rumbo a las calles cuyos nombres tantas veces había leído en Pregúntale al polvo. No había gran ciencia, para empezar sólo tenía que caminar por Seventh Street hacia el oeste.

En Jewelry District elegí un restaurante al azar. Comí un plato de carnitas acompañado de arroz, frijoles, guacamole y tortillas y bebí sin popote una Coca de medio litro en botella de vidrio. Después me dirigí hacia el norte por Grand Avenue, crucé Financial District y llegué a Bunker Hill. Durante más de una hora deambulé por Grand, Hill, Olive, Spring y Temple. La piel se me erizaba pensando que en esas mismas calles John Fante había caminado enamorado de la mesera mexicana a la que bautizó como Camilla López en Pregúntale al polvo. Tuve que imaginarme las sucias vecindades de madera y las casas victorianas convertidas en pensiones baratas de las que escribe Fante, ya que actualmente la zona está ocupada por altos edificios bancarios, oficinas de todo tipo, nuevos desarrollos residenciales e incluso por sitios como el Museo de Arte Contemporáneo y el Walt Disney Concert Hall, sede de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles. Más de ocho décadas habían transcurrido desde que la Gran Depresión condujo a tantas personas hacia el vecindario, entre ellas el joven escritor de ascendencia italiana proveniente de Boulder, Colorado.

FUna mirada a la plaza John Fante. oto: Wikimedia Commons
FUna mirada a la plaza John Fante. oto: Wikimedia Commons

En el cruce de Grand Avenue y Fifth Street nadie volteaba hacia el letrero con las palabras “John Fante Square”. Tampoco mucha gente se detenía a admirar la inclinada riel del otrora activo funicular llamado Angel’s Flight, en Hill Street. Para mí este lugar era la Meca. En esa colina se encontraba el hotel en el que Fante vivió y escribió. El mismo hotel que Charles Bukowski se propuso conocer décadas atrás, cuando supo que sus paredes habían escuchado los dedos de su ídolo golpeando la máquina de escribir. Era ahí: Angel’s Flight. (Después supe que no era precisamente ahí, que en algún momento las autoridades de la ciudad decidieron trasladar el funicular unos metros al sur de su ubicación original). Estos pensamientos se interrumpieron en mi cabeza cuando un hombre mayor y un niño de aproximadamente ocho años pasaron a mi lado. Caminaban de la mano. El viejo llevaba en el hombro derecho una mochila decorada con dibujos de animales y cantaba “La marcha de las letras” de Cri-Cri. El pequeño reía. Ambos entraron a una taquería justo cuando yo me encaminaba hacia la Plaza.

“¡Quién pudiera estar con una chica mexicana! Casi siempre pensaba en ella, en mi chica mexicana. Jamás había estado con ninguna, pero las había a cientos en las calles; la Plaza y el barrio chino estaban hasta los topes de chicas mexicanas.” Leí estas líneas de Pregúntale al polvo descansando en las bancas de Nuestra Señora de Los Ángeles. A diferencia de Arturo Bandini —álter ego de John Fante en la novelayo no recé en la iglesia, sólo pensé en mi papá y en su fuerte devoción por la Virgen. Después pasé algunas páginas y releí por enésima vez el pasaje en el que Bandini es abordado por una prostituta mientras está sentado en los escalones exteriores del templo. Entonces me puse de pie, salí del lugar y me tumbé en esos mismos escalones. Frente a mí brillaba la Plaza. Había llegado a ella después de andar un kilómetro y medio desde Angel’s Flight.

En el quiosco un quinteto de alientos conformado por músicos anglosajones interpretaba canciones oaxaqueñas. Su único público eran quienes se encontraban en los asientos de la Plaza y los pocos peatones que detenían su paso para escuchar unos compases antes de continuar su ruta. Tras la presentación del ensamble me compré un agua de limón en un carrito callejero y entré a Olvera Street, pasaje peatonal ubicado a un costado de la Plaza. En sus puestos mucha gente compraba máscaras de luchador, llaveros con la leyenda “Aquí están las pinches llaves”, mazapanes De La Rosa, sarapes con el logotipo de las Chivas y cosas por el estilo. Otros entraban a la casa Ávila Adobe, la construcción más antigua de la ciudad. En las bocinas de uno de los tantos restaurantes sonaba Antonio Aguilar cantando “Gabino Barreda”, como para recordarle a la gente que no olvide visitar el monumento dedicado al llamado “Charro de México”, ubicado a unos metros.

Pero Olvera Street no siempre lució así. Gracias al artículo Citizens of the Past? Olvera Street and the Construction of Race and Memory in 1930s Los Angeles, de la historiadora Phoebe S. K. Young —quien actualmente trabaja en la Universidad de Colorado, campus Boulder—, supe que la calle fue transformada en una especie de mercado mexicano en los primeros años de la Gran Depresión, justo cuando John Fante merodeaba esos rumbos. Previamente se trataba de un simple callejón (callejón que, por cierto, sirvió de escenario para una secuencia de la película “El chico” de Charles Chaplin). La transformación se llevó a cabo con el fin de exhibir el pasado de Los Ángeles contraponiéndolo al “civilizado” y “próspero” presente del resto de la ciudad. El objetivo era que en el imaginario anglosajón los mexicanos estuvieran confinados al pasado y no al presente angelino.

Sin embargo, desde los años treinta y hasta la actualidad, este planteamiento ha sido problemático y sus detractores censurados. Ejemplo de ello es el mural “América tropical”, hecho en Olvera Street por David Alfaro Siqueiros en 1932. Esta obra incomodó a las autoridades locales, quienes decidieron cubrirla inmediatamente pues cuestionaba las premisas en las que se basó la transformación turística de la calle. (Apenas en el año 2012 el mural fue restaurado y reabierto para el público.) Young expone los detalles de estos enfrentamientos que resultan en la ambivalencia de Olvera Street: por un lado, el lugar es una especie de parque temático que representa el pasado según algunos sectores anglosajones; por otro, es un punto de suma importancia para la comunidad mexicana del presente.

Foto: Ricardo Benítez
Foto: Ricardo Benítez

Terminé de leer este artículo en la madrugada, acostado ya en la cama del hotel. Antes de dormir me entretuve revisando las fotos que había tomado durante el día. Una llamó particularmente mi atención. Se trataba de un cartel colocado en LA Plaza de Culturas y Artes. Tenía inscrito una cifra reveladora: en el año 2040, los mexicanos y mexico-americanos serán el 50 por ciento de la población de California. Efectivamente, no sólo son parte del pasado y presente de la ciudad, sino también lo serán de su futuro. En las próximas décadas continuarán abarrotando cada calle con su comida, su música y, sobre todo, su trabajo. Al igual que Arturo Bandini en Pregúntale al polvo, todos llegarán a esa imponente urbe con una demanda: “¡Dame algo tuyo, Los Ángeles! Ven a mí tal y como yo voy hacia ti, con los pies en tus calles, ciudad preciosa a la que tanto amo, flor triste enterrada en la arena, ciudad preciosa.”

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