Maniquíes de gripa

24/11/2013 - 12:00 am

La gripe es un maniquí con mocos, al que difícilmente podrán cambiar de posición. Los movimientos se suspenden en los aparadores de infecciones en oferta. Solo el pañuelo con mano en la nariz, anuncia descuentos de menos días estando enfermo.

Los rostros lanzan Kleenex como pelotas de tenis coleccionables para el bote de basura, que espera ser alimentado con las viscosidades de la naturaleza, quien amablemente sonríe en verde, mientras la humanidad se queja del brillo que lubrica el alma con la mucosa.

El espíritu de Bob Dylan  y Janis Joplin  invade a los traicionados por sus anticuerpos, al adquirir una nueva voz capaz de ponerlos en jaque con su némesis, en lo que los antigripales intentan componer los caprichos del tiempo o el abuso de confianza de los humanos con el medio ambiente.

El estornudo aguarda la explosión. Inténtelo de nuevo más tarde, cual si fuera operadora, el síntoma pide que espere en la línea, como si se tuvieran todos los minutos del mundo para esperar arrojar una expiración violenta y ruidosa. Marque asterisco si reincide la inspiración como regalo del aire sucio en exceso, tal vez se fue de fiesta.

Como si tocara una trompeta, el maniquí limpia su nariz, atinando a los acordes del pañuelo blanco y el profundo liquido que salta como nota musical y al día siguiente amanece como un resorte metálico que bota y bota.

Ese virus transforma a las figuras humanas, en cebollas deambulantes con una tela tras otra, que abraza esa letanía de frio, obligada a cubrir a las figuras antes de que una neumonía los atrape.

Las burbujas verdes flotan en el aire, dispuestas a atrapar a otro cuerpo inmerso en el polvo que pasea en el otoño y presagia un invierno con maniquíes cubiertos en su totalidad, entumidos de posar siempre de la misma manera y sonreír, cuando el ardor en la garganta y la nariz inundándose, exigen con carácter de urgente, ir a la bodega del olvido para no sentir.

Un maniquí se da por muerto, pero con ese virus, más muerto no se puede estar, como un boxeador noqueado con un cof cof y sonares de narices con altos decibeles, que involuntariamente voltean cabezas de modelos en serie, estupefactos de provocar deslizamientos resecos.

La silueta acromática se derrite con el furor de las altas temperaturas, las piezas van liberándose. Un brazo líquido se expande en el piso y un vapor se incorpora en los corazones ajenos. Un pie busca un zapato para entrar en calor y no precipitarse.

Nada queda, solo la invectiva del cuerpo que lo atropella en un improperio ominoso, de no ponerse suéter antes de salir.

@taciturnafeliz

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