Artes de México

Hierro fundido o la democratización del arte

25/08/2019 - 12:01 am

El número 72 de la revista de Artes de México, dedicada al arte del hierro fundido, es un homenaje a los monumentos que nos encontramos en cada rincón del país, desde jardines públicos y oficinas del gobierno, hasta mercados y rincones desconocidos de la ciudad. Margarita de Orellana señala en la nota editorial: “Hoy en día, uno de los rasgos tradicionales de las ciudades y pueblos mexicanos está dado por sus quioscos, bancas y farolas de parques centrales o zócalos. Son condimento de los espacios de convivencia que igualan a los ciudadanos. Son sinónimo de tradición, estética y vida civil. Son detalles del rostro de México”.

Ciudad de México, 25 de agosto (SinEmbargo).- El parque más famoso de la ciudad donde crecí tenía una estatua de hierro en cada uno de sus pasillos. Estas figuras, ubicadas sobre pedestales de piedra, representaban nuestros rituales de paso de la infancia a la adultez, o al menos eso decíamos nosotros. La estatua predilecta era la de Hermes, del cual las placas fueron robadas hace mucho tiempo. La mayoría de edad nos llegaba a los ocho años, cuando alguno de nosotros se atrevía a escalar el pedestal, tomar como apoyo una de las piernas dobladas de la estatua y mirar, triunfal, el parque, sintiéndonos altos, más altos que cualquiera de los que nos rodeaban: los arbustos, las bancas de hierro, nuestros padres. El respeto ya se obtenía ahí, pero la verdadera hazaña era bajar solo, con un brinco. Uno mantenía el equilibrio sostenido de la falda metálica o un ala de las botas del mensajero, y brincaba en el aire, en una de las caídas más importantes de nuestra vida. Esas estatuas siguen siendo parte importante del parque. Cuando voy, aún veo a niños haciendo el ritual. Las figuras siguen ahí, al alcance de todos, si yo quisiera aún podría escalarlas y volver a caer, sin que alguien me regañara por rasguñar el metal desgastado por el roce de tantos niños durante tantos años.

El número 72 de la revista de Artes de México, dedicada al arte del hierro fundido, es un homenaje a los monumentos que nos encontramos en cada rincón del país, desde jardines públicos y oficinas del gobierno, hasta mercados y rincones desconocidos de la ciudad. Margarita de Orellana señala en la nota editorial: “Hoy en día, uno de los rasgos tradicionales de las ciudades y pueblos mexicanos está dado por sus quioscos, bancas y farolas de parques centrales o zócalos. Son condimento de los espacios de convivencia que igualan a los ciudadanos. Son sinónimo de tradición, estética y vida civil. Son detalles del rostro de México”.

Quiosco, Colima, ca. 1930. Archivo Histórico del Municipio de Colima.
Quiosco, Colima, 2001. Fotografía: D.R. Jorge Vértiz / Artes de México.

La historia de cómo estas esculturas llegaron a formar parte de cada escenario no sólo de nuestro país, sino de otras naciones como Francia, Alemania y Estados Unidos, representa más que un simple proceso de producción masiva: es un fenómeno en el que cada elemento responde a una faceta distinta de lo que significa el arte, desde el siglo XIX, para la cultura occidental.

De acuerdo con Catherine Chevillot, alrededor de 1830 “surge en Europa una innovación en el campo de la escultura: la reproducción en serie, sistema que consistía en modificar la escala de las obras”. Esta posibilidad de duplicar las obras y modificar sus dimensiones representó una ruptura en la concepción del arte, pues significaba dejar de ubicar las piezas exclusivamente en museos o en casas pertenecientes a la élite, y que pasaran a formar parte de escenarios públicos en los que cualquier persona podía admirar e incluso tocarlas.

Se elaboraban sobre todo esculturas de la antigüedad clásica o de artistas famosos de la época, cuyas obras se escogían dependiendo del éxito que tuvieran en las salas de exposición Este intento por imitar al original llevaría a las esculturas de hierro a ser pintadas de forma que semejaran al mármol y al bronce, creando una trompe-l’œil que haría aún más patente el objetivo de llevar los elementos más exquisitos y exclusivos del arte, a las calles de la ciudad.

Esfinge, fundida por Ducel. Hotel Salm-Kyrburg, Paris. Fotografía: D.R. Françoise Dasques / Artes de México.
Ninfas en la fuente, diseño de Albert-Ernest y Carrier-Belleuse- Alameda central, Ciudad de México. Fotografía: D.R. Jorge Vértiz / Artes de México.

Pero la ruptura de la idea tradicional del arte no terminó ahí, también existieron varios problemas de derechos de autor, pues las llamadas “ediciones” de las piezas se reproducían en varios talleres sin que se tomara en cuenta a su escultor o a su autor original. No sólo se robaban diseños entre fabricantes, tampoco se reconocía al artista que elaboraba la escultura ni el título de ésta. La mayoría de las veces, la única forma de identificar las obras es a través del número de referencia de las planchas, que se ocupaba para elaborar las facturas. En la pieza ya no importa quién la creó o qué título le puso: adquiere un carácter popular, en el que la figura es parte de la ciudad, se mezcla con los árboles que tampoco llevan nombre y pasan a tener una utilidad para el pueblo más allá de la mera admiración.

Las esculturas de hierro también borraron las fronteras artísticas. A finales del siglo XIX, comenzaron a llegar a México diferentes monumentos provenientes de Europa, principalmente de Francia. Ahí comenzó el auge de la importación de arte de hierro colado, que llegó a tal punto que el gobierno eliminó el cobro por importación al considerarlo de interés público. Los parques de la Ciudad de México podían tener esculturas provenientes de Francia, Alemania y Estados Unidos, todas mezcladas creando un único conjunto en el que tres tipos diferentes de arte se fundían para crear una sola pieza. Europa fue despojada de sus modelos exclusivos, pues sus diseños aparecieron en los catálogos de México, permitiendo que escalinatas y balcones de mercados populares tuvieran los mismos elementos que los de las casas de aristócratas alemanes.

Mustafá, musa del teatro Juárez, Guanajuato, ca. 1930. Fototeca Antica.
Neptuno, Alameda central, Ciudad de México. Fotografía: D.R. Jorge Vértiz / Artes de México.

La culminación de la utilización del hierro fundido con fines democratizadores ocurrió cuando éste dejó de utilizarse exclusivamente con fines decorativos. De acuerdo con Françoise Dasques “el sueño democrático se expresaba así: el agua llegará lo mismo “al suntuoso palacio que a la habitación más humilde. Todas las casas de México, sin excepción, tendrán agua”. Por aquel entonces se instalaron llaves de agua en cerca de 13 000 casas, en las que se sustituyó la cañería de plomo por tubería de hierro colado”. El metal fue utilizado con fines sociales más allá de la democratización del arte: la mejora de calidad de vida del ciudadano mexicano. Lo que comenzó siendo un material para reproducir estatuas y hacer intercambios comerciales, terminó por convertirse en el medio a través del cual se conectaron las distintas clases sociales y se les otorgaron los mismos derechos.

Cuando visito la Alameda Central de la Ciudad de México me gusta pensar que son esas mismas tuberías de hierro colado las que llenan la fuente de Neptuno, ésa en la que todos los domingos van niños a jugar adentro, con sus mamás viéndolos desde las bancas de hierro colado que caracterizan a todo parque del país. Los esperan con las toallas y el cambio de ropa listos, porque el mojarse ahí no es una simple casualidad de quien va pasando: esas fuentes con estatuas clásicas han pasado a ser una especie de balneario público, una pieza de la ciudad que ya no sólo decora ni es admirada, sino que funciona como un elemento más de la sociedad, del ritual de cada uno de los mexicanos.

Este texto en su versión original se reproduce en el número 72 de la Revista Artes de México, Arte del Hierro Fundido.
https://catalogo.artesdemexico.com/productos/el-arte-del-hierro-fundido/

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