El reino de Emmanuel Carrère o cómo nace un libro

25/10/2015 - 12:00 am

Lo primero que leí de Roberto Bolaño fue su novela Los detectives salvajes. Lo primero que leí de Martin Amis fue Campos de Londres. Lo primero que leí de Emmanuel Carrère fue Limónov. Todos textos primordiales en el conjunto de una obra que aprendí a disfrutar con asiduidad y actitud devocional.

De dichos escritores, esos cuyos libros me llevaría a la isla desierta, me interesó sobre todo la voluntad corruptora de géneros, como si la posibilidad de escribir en un mundo donde todo ya está escrito, obedeciera a una motivación secreta pero al mismo tiempo inevitable: cómo digo lo que quiero decir de la manera en que quiero decirlo.

De Carrère, el escritor más importante de la Francia contemporánea, conmueve el abandono de la ficción, en un camino donde durante mucho tiempo el libro se había mostrado esquivo.

Dice Marguerite Duras que del libro nunca se duda y siempre me ha impresionado esa frase que hice mía.

Sin embargo, antes de la confirmación de un libro, hay un campo árido donde la ausencia del libro pesa más, mucho más, que la historia en sí, que la pluma cuando transcurre imaginariamente por una pista llana, a altísima velocidad, rumbo a la meta.

Los que escribimos –sin ser Carrére, Bolaño o Amis, ya quisiéramos- tenemos miles de libros en la imaginación. Cuando apoyamos la cabeza en la almohada, aparece la imagen de una portada, de un título, de una introducción que vaticinan ese puerto al que queremos llegar más temprano que tarde.

Los que escribimos tenemos varios libros empezados. En mi caso, aquel donde busco irremediablemente a Daniel Sada, la novela donde cuento la historia de un amor de juventud recuperado en la madurez, la semblanza de Andrés Calamaro, donde intento demostrar por qué estoy totalmente convencida de que la obra del salmón es tan importante como la de Luis Alberto Spinetta, el gran prócer del rock argentino.

Pero son esbozos de libros. Los libros no están ahí. No todavía.

Encontrar el libro aquel del que no se duda lleva tiempo y un proceso no siempre grato. Sabes de qué quieres escribir y eso ya es ganancia, pero luego conseguir “la voz” con la quieres decirlo es una aventura que se hace en medio de una tormenta nocturna, sin linterna, sin faros.

Hay cierto sufrimiento o más bien una gran cuota de desorientación. Felices somos en esas escasas ocasiones donde el libro que es se para frente a nosotros y sólo queda conseguir tiempo para escribirlo.

Dice Paco Ignacio Taibo II que los escritores que hablan de sufrimiento al escribir lo superan, lo molestan. El genial Graham Norton dijo algo parecido cuando la actriz australiana Nicole Kidman habló de lo mucho que sufría antes de salir al escenario.

“¿Por qué estoy haciendo esto?”, se pregunta.

“¿Para qué elegir un oficio donde se sufre?”, intervino Graham haciendo gala de su proverbial sentido común.

Tienen razón Paco y Graham, pero eso no impide admitir que en el proceso de creación hay mucho de angustia y esa angustia funciona a menudo como una gran fuerza propulsora.

Así son los libros de Carrère desde que el escritor francés al que probablemente conoceremos en persona el año que viene, según informó la representante de Anagrama en México, Paola Tinoco, decidió abandonar la ficción.

Sus libros, a-genéricos, narran historias de la realidad y describen personajes de carne y hueso que por una u otra razón han llamado la atención del autor.

Pero al mismo tiempo son testimonio de ese proceso creativo que ha dado origen al libro que tenemos entre manos. Nos permiten entrar en ese mundo secreto del escritor, cuando nos damos cuenta de cuáles son las cosas que nos interesan y por qué, de cómo nos conviene estar abiertos sobre todo a aquello que resulta extraño en nuestro universo cotidiano.

Abiertos al libro que podría venir aun cuando nunca nos lo imaginamos cuando apoyamos la cabeza en la almohada.

Siempre leo por ejemplo a autores varones. Me interesa mucho ese elemento ajeno a mi realidad de mujer heterosexual y me despierta una curiosidad extrema las cosas que hacen, que dicen, que piensan, los hombres.

Me molesta mucho cuando se habla de lo complicadas que son las mujeres, porque eso nos envuelve en un cliché. Los hombres también son complejos, al menos para mí que nunca pude entender a un ser que abre una caja con un electrodoméstico adentro y sin leer manual alguno lo hace funcionar con precisión a la primera.

Quiero contar las historias de algunos hombres, no suele gustarme la literatura escrita por mujeres –con muchísimas excepciones, claro está- y sin embargo, al escribir sobre Andrés Calamaro me topé con su hermana, la excepcional cantante Hebe Rosell, cuya historia de exilio, persecuciones, militancia política, compromiso artístico, merece ser contada en un libro que ojalá yo misma pueda escribir algún día.

El reciente y maravilloso libro de Carrére es El reino. Nació de una ausencia. La ausencia del libro. Y de cómo sus problemas existenciales, la costumbre de desmontar todos los argumentos de sus sucesivos psicoanalistas –hasta que se encontró con uno que le dijo, bueno, siempre tiene la opción de suicidarse-, lo llevaron a escribir una historia del Cristianismo, un tema si se quiere “bizarro” en su contexto de intelectual escéptico y casi cínico.

Tampoco a nosotros probablemente nos interese de antemano el Cristianismo y si nos dijeran que deberíamos leer un libro sobre el tema, seguro que nos negaríamos con fervor.

Pero el libro llegó. Lo escribió Emmanuel Carrère y hay que leerlo. Creánme.

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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