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Sandra Lorenzano

28/02/2016 - 12:00 am

Yo también hablo de los Óscares

El cine fue siempre su gran pasión, pero a pesar de ello no estuvo presente en la ceremonia de entrega de los Óscares aquel 24 de marzo de 1985.

Para Pedro Ochoa por Recuerdo de Tijuana

Para mí la cursilería no es una mala palabra, no es una vergüenza. Yo soy profundamente cursi y me diferencio de mis personajes porque soy consciente de eso y lo he asumido. Manuel Puig

Parafraseo el conocido título de Emilio Carballido (Yo también hablo de la rosa), porque hoy domingo 28 de febrero, se entregan los premios de la Academia de Hollywood, y seguramente muchos de nosotros estaremos sentados frente a la tele celebrando o denostando cada decisión de los jurados con el mismo espíritu crítico que si se tratara de la decisión de un árbitro de futbol. Cada uno ya tiene decididos sus ganadores y pocas cosas lograrían que nos moviéramos de ahí. ¿O no? Nos entrará el fervor patriótico con el Negro Iñárritu, nos entristecerá que “Carol” no tenga más nominaciones, le declararemos nuestro amor a Bryan Cranston por su actuación como Dalton Trumbo, etc., etc. ¿No me digan que no nos espera una noche entretenida?

Y pensando en esto recordé una de las entregas de los Óscares que viví con mayor emoción: la de 1985. Estaban nominadas entonces dos películas que tenían que ver con mi propia vida: Una era La historia oficial de Luis Puenzo, sobre la dictadura militar argentina, que recibió el premio a “Mejor película extranjera”. Una obra discutible en términos políticos, pero que sin duda ayudó a poner el tema en el debate internacional.

La otra era El beso de la mujer araña, basada en la novela de Manuel Puig, y dirigida por Héctor Babenco. Éste es uno de los pocos casos en que un film que tiene un director latinoamericano (Babenco es argentino-brasileño) resulta nominada a “Mejor película”. Además la ceremonia fue el 24 de marzo de 1986, cuando se cumplían exactamente diez años del golpe de Estado, que instauró el más sangriento de los gobiernos militares en la Argentina.

Me detengo en El beso… y en Puig, uno de mis escritores más amados, a quien ahora que estamos conmemorando los cuarenta años del exilio argentino en México, me gusta recordar como el primer escritor “argen-mex”. Puig fue un enamorado de México. En una entrevista que en 1978 le hizo Tununa Mercado dijo: “Yo había pasado por México varias veces como turista y siempre me había resultado difícil irme. Muchas cosas me atraían. Ante todo cierta alegría de vivir. Me daban ganas de quedarme (…) El enamoramiento que me produjo el cancionero mexicano me había hecho revivir. Tuve la impresión de que había encontrado una segunda patria…”.

Por eso después de haber vivido en Roma, en París, en Nueva York, en Río de Janeiro, el entrañable escritor nacido en General Villegas (que transformara en sus novelas en “Coronel Vallejos”), y cuyas obras habían sido prohibidas por la temible Alianza Anticomunista Argentina, hizo de este país su hogar. Se instaló en Cuernavaca y ahí vivió hasta que la complicación surgida a raíz de una operación de vesícula mal atendida le provocó la muerte el 22 de julio de 1990, dicen que a las 5 de la tarde.

El cine fue siempre su gran pasión, pero a pesar de ello no estuvo presente en la ceremonia de entrega de los Óscares aquel 24 de marzo de 1985. ¿Por qué? ¿Qué había pasado para que él prefiriera mantenerse al margen de ese momento tan exitoso de su carrera? Una serie de conflictos y malentendidos marcó la relación de Manuel Puig con el film desde el comienzo. Recuerdan la historia de El beso…, ¿verdad? En una misma celda están encerrados un joven guerrillero, Valentín Arregui, interpretado por Raúl Juliá, y un homosexual cuarentón, Molina, papel que desempeñó William Hurt y por el cual recibió la estatuilla como mejor actor.

Dos personajes absolutamente diferentes, incluso antagónicos, que coinciden en ese espacio de encierro porque los carceleros confían en que Molina logre sacarle información a Arregui. Sin embargo el vínculo que se crea entre ambos hace que poco a poco vayan transformándose, rompiendo los esquemas rígidos que los constituyen y aprendiendo a escuchar y a entender al otro.

El cambio mayor se da en Arregui, un militante político convencido, machista, misógino, homofóbico; imagen que no causó demasiadas simpatías entre la gente de izquierda, como podrán imaginarse. Se sabe incluso que Ugné Karvelis, ex esposa de Cortázar, recomendó a Gallimard no publicarlo “porque deja mal parada la lucha de los revolucionarios latinoamericanos” (éste y otros sabrosos chismes los cuenta Juan Forn en su artículo “La maldición de la Mujer Defectuosa”, publicado en el diario Página 12).

Lo cierto es que Puig no estuvo de acuerdo con la elección de los actores, ni le gustó que fuera Babenco el director invitado a dirigir la película, ni aprobó los cambios que se hicieron en la adaptación de la novela. Como si esto fuera poco, Babenco y Hurt se detestaron casi desde el inicio de la filmación, al punto de llegar a los golpes. En una carta a Cabrera Infante, Puig le escribe: “Mataron el núcleo de la historia, que era la alegría de vivir y el humor de Molina. Hurt está tan torturado y neurótico como en la vida real. El pobre Juliá está mejor, a pesar de que su personaje casi no existe. Dudo que lo poco que queda conmueva a la gente”. Por eso se sorprendieron tanto todos con las cuatro nominaciones que consiguió la película.

A pesar de ese éxito, Puig siguió siendo un personaje incómodo para el establishment literario y cultural. Demasiado irreverente, demasiado provocador, demasiado transgresor, demasiado gay, demasiado cursi… El escritor enamorado de Rita Hayworth y de José Alfredo Jiménez, que recreó como nadie aquello que le dio su “educación sentimental” a generaciones completas de latinoamericanos -los mitos del cine, los radioteatros, las novelas rosa, los tangos y los boleros-, y que nos enseñó que “la renovación técnica y la experimentación no son contradictorias con las formas populares”, como lo señaló Ricardo Piglia, quedó fuera de la fiesta aquella noche de marzo de 85.

¿Dije que me sentaría a ver la ceremonia del domingo? Creo que cambié de parecer: me encerraré a ver las viejas películas en blanco y negro que Molina le cuenta a Arregui, y extrañaré –como siempre- al querido Manuel.

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, su novela más reciente es "El día que no fue" (Alfaguara). Investigadora de la UNAM, se desempeña allí como Directora de Cultura y Comunicación de la Coordinación para la Igualdad de Género. Presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación).

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