PROSA | “En la calle y en mis ojos llueve. Las gotas, como gusanos, se ríen de mi eterna soledad”

28/12/2019 - 12:00 am

A mi café sólo le queda un trago. El reloj y el calendario amenazan con clavarse en mis entrañas si esto continúa. Para alguien que colecciona cicatrices, eso no debería significar más que otra marca en la pared. Debo parecer el hombre más triste del mundo, ahora que tengo la certeza de que no vendrá…

Por Sismaí Guerrero Osorno

Ciudad de México, 28 de diciembre (SinEmbargo).- Llevo media hora sentado en la cafetería de siempre y he pedido un café americano. La mesera que tiene cara de resolver crucigramas en su tiempo libre me sonrió una vez, pero ya hace tiempo de eso.

Algunas ocasiones, tengo envidia de esos hombres que se muestran seguros de sí mismos y se apresuran con la cacería cuando una mujer posa en ellos su mirada. Yo estoy acostumbrado a mirar hacia otro lado cuando eso sucede. Aunque la mayoría de las veces, tristemente, nadie voltea a mirarme.

Ellos siempre van uno o dos pasos por delante de mí. La verdad es que no los odio. Es a ellos a quienes debo agradecer mis casi nulos encuentros con el sexo opuesto, pues hacen que las mujeres se harten de hombres así y busquen follar con hombres como yo.

Mi abuela dice que yo no soy feo, pero tampoco guapo, que hay que saberme observar para contemplar mi belleza. Mi madre, más realista y objetiva, afirma que mi oportunidad de recibir afecto femenino viaja en la espalda de una mujer ilusa o desesperada.

Ella me quiere, me lo mandó en mayúsculas por WhatsApp y también me dijo que le resulto un hombre muy inteligente e interesante. La conocí en circunstancias que le harían creer a cualquiera que nada podría crecer ahí. Pero aquel día ella se sentía muy sola y yo muy triste y todo el mundo sabe que, cuando la tristeza y la soledad se unen, pueden ocurrir milagros.

Lo que más me ha sorprendido, es que todo me lo ha dicho después de conocerme en persona. A través de fotografías, puedo dar la impresión de ser un tipo guapo, alto y delgado. Pero frente a frente la situación es diferente, a veces todo lo contrario.

Ella es muy bonita e inteligente. Es de esas mujeres a las que no les interesa saber cuánto acumulas en tu cuenta bancaria o qué tan famoso puedes llegar a ser. Te invita a bajar la mirada cuando la culpa te recuerda que eres un patán. Yo pensaba que, con su boca, jamás tendría una oportunidad.

El reloj y el calendario amenazan con clavarse en mis entrañas e incluso más adentro, si esto continúa. Para alguien que colecciona cicatrices, eso no debería significar más que otra marca en la pared donde se registran los besos perdidos, pero ahora no es así.

Esta vez no es así. Ella me dijo “TE QUIERO” y, a excepción de aquella prostituta ebria que, en medio de una noche sin luna, me susurró con su aliento embrutecido algo que alcancé a traducir como una frase mágica, nadie nunca me había regalado la capacidad de reconocer la sinceridad en un par de palabras tan simples.

Bueno, nadie a excepción de ella. La misma que, durante ocho meses, me prometió atravesar el mar e ir más allá de la frontera de los sueños. La misma con la que inventé diminutivos de palabras que ni siquiera existen. La misma que me hacía sonreír todas las mañanas en las que amanecí con ella y llorar aquellas en las que no. La misma que me juró que mis besos con lengua eran los mejores y que jamás le habían regalado flores. La misma que olvidó anotar en una acotación que todo era mentira. La única persona de este planeta que ha conseguido que, por una vez, yo realmente me sintiera bello.

En fin, ésa fue otra historia, pero hoy estoy aquí. Esta cafetería es el lugar; las ocho de la noche, era el tiempo acordado. Lo hemos meditado durante todos estos días y por fin le hemos asignado un día al encuentro que marcará el inicio de todo. Pero han pasado 35 minutos después de la hora pactada y no quiero mirar una vez más al reloj que insiste en deshojar mi corazón como a una margarita con cada paso que da el segundero.

A mi café sólo le queda un trago. La mesera sonríe, aunque no es conmigo. Seguramente, recordó esa palabra de nueve letras que encontró en el crucigrama del periódico de hoy. En la mesa de al lado, una pareja de jóvenes se hacen el amor con las manos, mientras con la mirada se dicen lo mucho que se van a amar cuando no tengan más público que el uno al otro.

En la calle y en mis ojos ha empezado a llover. Y no me he percatado de lo bello de la escena, ni siquiera por lo mucho que adoro que llueva. Las gotas que resbalan por la ventana, parecen una marcha de gusanos que se ríen de mi desgracia y mi eterna soledad. Debo parecer el hombre más triste del mundo, ahora que tengo la certeza de que no vendrá.

Con una lágrima sobre mi mejilla y la cara empapada de angustia, enciendo un cigarro, le doy el último trago a mi café, desabrocho el primer botón de mi camisa y me marcho del lugar…

PERIÓDICO EL EDÉN DE LAS TRAGEDIAS

NOTA ROJA (valga la redundancia)

El día de ayer, aproximadamente a las 7:50 de la noche, un autobús repleto de turistas chinos atropelló fatalmente a una joven de unos veintinueve años de edad. Al parecer, una inesperada lluvia entorpeció el proceso de frenado del camión, cuando la chica se disponía a cruzar un mal colocado paso de peatones sobre Paseo de la Reforma.

La policía retuvo las cámaras fotográficas de los turistas que, sin escrúpulo alguno, habían sacado numerosas fotos de la chica cubierta de sangre, para solicitar que se eliminaran todas las imágenes.

Es la cuarta muerte ocasionada por un accidente vial en menos de cinco días, que se produce en las calles de… etcétera, etcétera, etcétera.

en Sinembargo al Aire

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