
Terrible lo que le sucedió el día de antier a la Presidenta Sheinbaum, querido lector. Yo no salgo de mi perplejidad e indignación ¿cómo es posible que su aparato de seguridad permitiera que un hombre borracho se acercara a ella al grado de tocarla? ¿No tiene seguridad la Presidenta de México? ¿no hay nadie en presidencia que tome medidas de protección cuando sale a la calle? ¿cualquiera se puede acercar a ella con fines aviesos? Por lo visto, sí. Cualquiera se puede acercar a ella y no sólo cualquiera: un hombre totalmente borracho que, es evidente, representa un riesgo para cualquiera, hombre o mujer. El asunto trasciende, con mucho, el mero acoso sexual que sufrió mientras caminaba y señala riesgos mucho más graves para su seguridad. Porque imagine usted lo que cualquiera con una intención criminal podría hacerle si no cuenta ni con la seguridad mínima al salir a la calle. No, la investidura no protege solita, ni aquí ni en ningún país del mundo. Para eso hay aparatos de seguridad y protocolos que seguir ¿en serio el gobierno cree que no es necesario? ¿en qué nebulosa tóxica viven?
Indigna y mucho, que la mismísima Presidenta de México, la primera mujer en ganar la presidencia, haya sido acosada sexualmente de la manera más estúpida posible. Es necesario que los encargados de su seguridad se responsabilicen de esta barbaridad, si es que existen. No basta con que el tipo esté en la cárcel, ni que a muy posteriori lo haya denunciado la Presidenta. Ese acoso, sencillamente, no debió ocurrir, no sólo porque Claudia Sheinbaum es una mujer, sino porque es la Presidenta de México.
El episodio manda un terrible mensaje y es que la falla de seguridad es generalizada en el país, y que la “cuarta transformación” es inepta a tal nivel que es incapaz de proteger hasta la máxima autoridad, la Presidenta, de un ordinario borracho que pasaba por allí, un acosador de ocasión. Si eso pudo ocurrirle a ella, que debería tener la máxima protección institucional ¿qué puede ocurrirle a las demás? Si son ellos los encargados de cuidarnos ¿qué hacemos si no pueden ni cuidarse a sí mismos?
Pero no solamente, el asesinato de los colaboradores de la Jefa de Gobierno, Clara Brugada, sucedido hace unos meses en la Ciudad de México, apunta al mismo mal: la terrible irresponsabilidad de no contar con seguridad ni protocolos para sus altos funcionarios que fueron fácilmente cazados por los asesinos. Imperdonable y trágico.
El asesinato de Carlos Manzo, el Alcalde de Uruapan, sucedido hace unos días apunta también a lo mismo: una falla de los equipos de seguridad que tenían que protegerlo. Así sencillamente el asesino, un menor de edad, llegó hasta la plaza, y lo mató, a pesar de que era un político que se encontraba en riesgo y estaba combatiendo al crimen organizado, lo había hecho público ¿cómo puede ser? ¿cómo?
Lo mismo le pasó, hace dos semanas, al líder de limoneros en Michoacán, Bernardo Bravo, que fue asesinado, tras denunciar extorsiones y amenazas de muerte del crimen organizado. Una tragedia sin fin, querido lector, la falta de seguridad, no sólo de las personas de a pie, sino de empresarios, funcionarios y políticos que son amenazados y asesinados rutinaria e impunemente en el país, tras enfrentar al crimen organizado.
Y no se trata de solicitar que se imponga la mano dura ni que se violen los derechos humanos, tampoco de que volvamos a la ilegalidad de operativos de la guerra contra el narcotráfico, por supuesto. Se trata, primero, de reconocer el problema, no tratarlo con desdén, ni como parte de la guerra política. Por lo menos desde el gobierno, encargado de imponer el estado de derecho y la legalidad, que desgraciadamente no existen en varios estados del país, no sólo en Michoacán.
Desdeñar el tema, desacreditar a críticos como “buitres”, desoír los reclamos de quienes sufren a diario la falta de seguridad, significa abandonar a quienes luchan contra el crimen y los criminales. Reconocer la verdadera dimensión del problema, en lugar de tratar de minimizarlo, y tratar de arreglarlo sólo con buenos deseos demagógicos como hizo López Obrador, sólo logrará ahondar la crisis.
Por lo pronto y desde ya, la Presidenta Sheinbaum tiene que revisar sus propios protocolos de seguridad, aceptar que el “pueblo bueno” también está lleno de criminales a los cuales no debe de exponerse y que ni el país está en paz, ni la violencia es producto de un delirio de la derecha, ni está a salvo si sale a la calle, sólo por su popularidad, como suele sucederles a todas las mujeres.
La triste realidad de México es que es un país violento, un país que lleva décadas sumido en la criminalidad y la impunidad, un país en el que cualquiera puede acosar a una mujer en la vía pública y desaparecerla como le sucedió hace un mes a la adolescente Kimberly Moya, alumna del CCH Naucalpan, que imperdonablemente aún no ha sido encontrada por las autoridades.
El origen de estos flagelos no los causó “la cuarta transformación”, es cierto. Pero eso no importa ya: son ellos quienes tienen el mayor poder en el país, como nunca se había visto desde la era del PRI, y es de ellos la responsabilidad de sacar a México del horror presente.
Precisamente por esto, porque Morena y la Presidenta Sheinbaum tienen todos los recursos del Estado, es que es totalmente inadmisible que un borracho cualquiera haya podido faltarle al respeto, no sólo a la mujer, sino a su investidura. Su equipo de seguridad debe rendir cuentas y si no lo ocupó, debe de reevaluar, muy seriamente, las políticas de seguridad de la presidencia para que nunca más, en lo que resta de su sexenio, vuelva a suscitarse una agresión que fácilmente hubiera podido evitarse. No sólo por ella, sino por todas y todos.





