
El domingo pasado nos trajo dos noticias: el triunfo de Daniel Noboa en las elecciones presidenciales en Ecuador y el lamentable deceso de uno de los más grandes escritores latinoamericanos: Mario Vargas Llosa.
El resultado en Ecuador significa una derrota para el correísmo, que podría definirse como la izquierda populista en ese país. Aunque Vargas Llosa ya no pudo enterarse del resultado, sin duda habría celebrado la derrota de la izquierda anti-liberal en Ecuador, aunque quizás se habría mantenido escéptico de que el nuevo Gobierno pudiera llevar al país hacia un régimen alejado de cualquier tentación autoritaria.
Algunos analistas advierten de la posible cercanía de Noboa con Trump. Sabemos que lo ha visitado a su residencia de Mar-a-Lago en Florida y que está proponiendo cambiar la actual Constitución para permitir el establecimiento de fuerzas militares extranjeras en el país sudamericano.
Esto no tendría que ser necesariamente algo reprobable si sirve al objetivo de ampliar la seguridad nacional de los ecuatorianos y se realiza a partir de una decisión soberana de la ciudadanía. Aunque sí preocupa que suceda en un contexto de renacidas ambiciones territoriales por parte del Gobierno en Washington DC.
La candidata derrotada en la segunda vuelta fue Luisa González, quien hasta ahora no ha aceptado su derrota. Sin duda su alegato tiene que ser procesado conforme a la Ley e investigarse cualquier acto de fraude que pudiera haber ocurrido, aunque hay que decir que observadores electorales, tanto de la Organización de Estados Americanos como de la Unión Europea han manifestado que no parece haber habido un fraude generalizado, como sugiere la candidata opositora derrotada.
Se podría decir que Noboa pudo triunfar porque su mensaje de poner atención a la seguridad ciudadana y combatir al crimen organizado, así como el de fundar el desarrollo de Ecuador en la economía de mercado fue atractivo para los más de 11 millones de ciudadanos ecuatorianos que fueron a las urnas.
Seguramente el Premio Nobel de Literatura recientemente fallecido habría puesto el dedo en la llaga: no importa tanto si gana la izquierda o la derecha siempre y cuando los gobiernos en turno se comprometan genuinamente a respetar el Estado de Derecho, a no violar el pacto republicano de la división de poderes, a ampliar las libertades civiles, a permitir que las minorías se expresen sin ser sojuzgadas por la mayoría, y a hacer uso de la ciencia y la tecnología para el avance material de los ecuatorianos.
Para Vargas Llosa la libertad económica y la política siempre deben ir de la mano. Nuestros países en América Latina deben reencontrar de nuevo el sentido profundo de la democracia liberal que rechaza la idea de que un país puede funcionar aun si el republicanismo y el liberalismo económico no van juntos.
Vargas Llosa tenía razón de que la democracia liberal sigue siendo el mejor Gobierno posible. Habría que agregar que este estilo de Gobierno debe adaptarse a los tiempos para no anquilosarse y dar cabida al triunfo de sus enemigos. Esa es la lección para los ecuatorianos y para todos nosotros.





