Óscar de la Borbolla

El Más allá determina el Más acá (parte 1)

"Las ideas, en verdad decisivas, son la manera como se concibe el Más allá, lo que la gente cree que le espera después de la muerte".

Óscar de la Borbolla

30/07/2025 - 12:04 am

La idea que uno tiene de sí mismo es el factor decisivo que orienta la conducta. Hoy, esta verdad es moneda corriente y es suscrita por psicólogos, pedagogos y hasta por mercadólogos. Suele hablarse de ella con el término "autoestima", pero ya mi abuela tenía noticia de lo determinante que es la autopercepción y, por eso, hace siglos me decía: "Confía en ti, valórate, pues eso te permitirá conseguir una mejor vida". Hoy, no obstante, existen infinidad de experimentos en los que se muestra, de manera fehaciente que deteriorar la idea que uno tiene de sí provoca la llamada "indefensión adquirida", esa descalificación a la que uno es inducido cuando se cree en desventaja frente a los demás. En fin, hoy se ha estudiado desde muchos ángulos cómo influye en la conducta la idea que cada quien tiene de sí mismo.

Un ejemplo típico que confirma esta relación es la generalizada creencia de que uno no es bueno para las matemáticas, pues algunos fallos sumados a la incapacidad de ciertos maestros han hecho que una gran cantidad de personas le saquen la vuelta a los números. Otro ejemplo es también uno que tuve la oportunidad de comprobar en persona con un par de amigos, quienes, al margen de otra muchas cualidades, tenían una falsa idea de sí mismos: él era objetivamente guapo pero se creía feo, y ella, que en efecto era fea, se creía bellísima; terminaron casándose y él siempre se sintió inmerecidamente favorecido, mientras que ella —alguna vez me lo dijo en privado— había accedido al matrimonio de mala gana, casi por lástima…

Lo que quiero señalar con dichos ejemplos es simplemente la importancia que tienen las ideas en la conducta, pero al margen del impacto que en lo individual puedan provocar sobre nosotros, hay ideas que modulan no solo a los individuos, sino a los pueblos. Me refiero a las ideas suscritas por una comunidad durante una época. Las ideas, en verdad decisivas, son la manera como se concibe el Más allá, lo que la gente cree que le espera después de la muerte.

Me ahorraré la de quienes piensan que después de la muerte no hay nada, pues, aunque en lo personal es la que suscribo, me parece menos interesante que la de aquellos que imaginan que la muerte no los aniquila, sino que seguirán existiendo en otro plano: en un más allá de la muerte.

Revisemos tres escatologías, o sea, tres versiones distintas del Más allá: la que brinda la mitología griega, la del cristianismo y la de la mitología nórdica. Pues esas creencias provocan conductas y culturas extraordinariamente diferentes. Advierto, sin embargo, que esta reflexión será extremo escueta, pues merecería varios libros y solo dispongo del estrecho espacio de esta columna.

Primera. ¿Cómo eran las divinidades para los griegos y cómo creían que sería el más allá? Como se sabe, Zeus derroca a su padre Cronos —un gigante que devoraba a sus hijos— e inaugura el reinado de los dioses Olímpicos; todos ellos inmortales, bellísimos y con pasiones muy similares a la de los seres humanos. Zeus, para decirlo pronto, es un dios libidinoso que se interesaba carnalmente en las diosas menores, las nereidas, y las humanas, y que se valía de toda clase de estratagemas para conseguir sus propósitos: se convierte en toro para seducir a Europa, en cisne para cohabitar con Leda, en lluvia de oro para hacer suya a Dánae e, incluso, alguna vez, adopta la forma de un humano, el rey Anfitrión para que la esposa de éste se le entregue…

Hera, por su parte, hermana y esposa de Zeus, posee como rasgo más sobresaliente los celos y, más aún, una imaginación desmedida para planear el modo de castigar a las parejas de Zeus, hubieran accedido voluntariamente o no. Un caso poco conocido es el de la nereida Eco, a quien, por venganza, Hera condena a no poder decir jamás la primera palabra sino solo la última. Pero no solo Zeus sino la mayoría de los dioses, varones o mujeres, hacían lo que fuera para satisfacer sus deseos sexuales: la persecución de Apolo a Dafne es memorable y ella logra escapar al convertirse en un árbol de laurel.

Por otro lado, el hades, el más allá para los griegos, era un reino sombrío donde todas las almas vagaban sin fuerza ni conciencia, y solo aquellos que habían cometido en vida un crimen exageradamente inhumano, merecían un castigo ejemplar: tal es el caso de Tántalo que mata a su propio hijo y lo cocina para servirlo en un banquete que había ofrecido a los dioses, quienes al darse cuenta de la atrocidad condenan a Tántalo a padecer hambre y sed eternamente en el hades.

¿Cómo sería la vida de los antiguos griegos teniendo estas creencias? Se me ocurre que vivían bajo el temor de ser elegidos por algún dios o diosa, pues ninguno de los casos en que esa cohabitación ocurre termina bien. Ser elegida o elegido les atrae un destino funesto. Por otra parte, como los dioses griegos no son modelo de virtud ni de perfección, imagino que no experimentaban ese sentimiento que para nosotros es muy familiar: la culpa, y, por supuesto, tampoco, imagino que estaban acicateados por el deseo de perfección, pues sus modelos, aunque ciertamente eran superiores a ellos ni remotamente llegaban a ser Perfectos, apenas un poco mejores que los mortales. Y, además, admitían la muerte sin el miedo de pagar con tormentos terribles, salvo que, como dije, cometieran crímenes atrozmente inhumanos.

Aventuro que la vida para los griegos debía de ser muy relajada, pues su código moral era flexible (prácticamente sin consecuencias para la vida ultraterrena), el futuro post mortem era en general parejo: "un sueño sin sueños"; debieron de vivir relajados y sin ninguna limitación para emborracharse o cohabitar, pues Dionisio y Afrodita eran dioses muy celebrados y, además, todos los Olímpicos se la vivían en fiestas donde corría la ambrosía a torrentes. Los griegos se permitían disfrutar de la vida sin cortapisas. Me los imagino felices…

(Continuará.)

X @oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla

Óscar de la Borbolla

Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

Lo dice el reportero