
Inaceptable, querido lector. El bloqueo que Trump ha anunciado sobre Venezuela y la intención de robarse su petróleo, tierra y recursos naturales, aduciendo que ¡son suyos! Sí, como lo leyó. El gobierno de Estados Unidos reclama que los recursos naturales venezolanos le pertenecen porque le fueron “robados” (porque en ejercicio pleno de su soberanía Venezuela los nacionalizó) y debido a ello, impedirá que barcos petroleros entren o salgan de Venezuela. Esto, además de todos los robos que Estados Unidos ha llevado a cabo del dinero venezolano en territorio estadounidense, es a todas luces ilegal, pero también un acto de guerra. Es imperialismo grotesco y brutal, como no habíamos visto hace mucho y se cierne ya, con sus más oscuras consecuencias, sobre Venezuela y su pueblo. Un pueblo que, además, ya ha sufrido en exceso, ahora será asfixiado por Estados Unidos quien buscará invadir al país para apoderarse de sus recursos aprovechando la debilidad del gobierno de Maduro.
El ataque de Trump no tiene nada que ver con la defensa de la democracia ni de los derechos humanos, y tampoco con la lucha contra el narcotráfico, sino con la descarada intención de robar los recursos naturales, en una abierta violación al derecho internacional y de la soberanía venezolana.
Derrocar al gobierno de Maduro sólo le interesa para conquistar sus intereses económicos y convertir a Venezuela en su colonia. Y es que Trump desde que llegó a la Presidencia llevó a cabo un plan muy claro y explícito para posibilitar la agresión: las declaratorias del narcotráfico como terrorismo, la declaración del gobierno de Maduro como terrorista, barcos y armamento desplegado, y la complicidad de una política opositora venezolana, María Corina Machado, capaz de traicionar a su país, ofrecer sus recursos naturales a Estados Unidos y sacrificar la vida de los venezolanos, con tal de deponer a su actual gobierno. Una traidora, vendepatrias cómplice del imperialismo más grotesco que, además, fue avalada por el Premio Nobel de la Paz. Un oprobio que sólo evidencia que los diversos poderes en el mundo han perdido la brújula moral o que se han corrompido a niveles bochornosos, como los premios Nobel.
El derramamiento de sangre ya ha empezado, querido lector, desde hace semanas. Trump ha estado asesinando a latinoamericanos en embarcaciones, sin proceso alguno, aduciendo que eran narcotraficantes y como si, además, Estados Unidos tuviera derecho a asesinarlos. Donald Trump es un asesino de la misma estirpe que el sicópata Presidente de Israel, Benjamín Netanyahu, que a su vez es un émulo de Hitler. Sí, querido lector, suena inverosímil todo esto y sacado de una distopía proveniente de otro siglo, o de una novela, pero por desgracia es estrictamente real y está sucediendo ahora mismo. El genocidio en Gaza y la renovación de la política norteamericana imperialista son realmente escalofriantes porque provienen del mismo lugar: Estados Unidos. Si en un momento pensamos que ese mal, esa enfermedad estaba solamente en Medio Oriente, nos equivocamos.
El imperialismo estadounidense renovado es una amenaza no sólo para Venezuela sino para todos los países del mundo. Especialmente los latinoamericanos que poseen los recursos naturales o de ubicación geopolítica que a Estados Unidos le interesen. México está en los primeros lugares de la lista y Trump ya ha dado los pasos para legitimar, dentro de la política interna de Estados Unidos, un posible ataque militar como lo ha hecho con Venezuela: ya designó a los carteles del narcotráfico mexicanos como “grupos terroristas”, ya declaró que el gobierno mexicano es un “narcogobierno” (aunque a veces trate bien a la Presidenta Sheinbaum), y hace apenas unos días declaró al fentanilo como “arma de destrucción masiva”. Estas tres condiciones ponen en un riesgo inmenso a México y nadie debería desestimar las señales que no hablan, gritan las intenciones norteamericanas. El asesinato de tripulantes de embarcaciones a mansalva, indica que Estados Unidos se ha conferido a sí mismo el derecho de asesinar, no a personas sino a “terroristas” y a intervenir en cualquier parte del mundo para defenderse de “armas de destrucción masiva”, es decir, del fentanilo, lo que significa instalaciones donde se produzca, se guarde o transporte dicha droga. Es decir, en México.
Bajo esta nueva semántica defensiva, Estados Unidos ha dado los pasos para llevar a cabo intervenciones militares en nuestro país, disfrazadas de combate al narcotráfico, o para usarlas como amenaza real. Esta misma política puede ser usada contra el gobierno de Colombia o cualquier otro que despierte los apetitos económicos de Donald Trump, dispuesto a pasar por encima de la soberanía de cualquier país.
Estamos frente a una situación crítica tanto como latinoamericanos como mexicano, y reconocerlo y organizarse es preciso para poder enfrentar lo que viene. El gobierno de la Presidenta Sheinbaum tendría que tener ya una estrategia ante los distintos escenarios posibles que plantea la amenaza trumpiana.
Por lo pronto, hay que manifestar nuestro más enérgico rechazo al intervencionismo estadounidense militar en Venezuela, y al derramamiento de sangre del pueblo venezolano. Toda mi solidaridad con Venezuela que tiene, como México, derecho a su soberanía. Frente al imperialismo gringo, sólo cabe la condena.





