10 ACCIONES CIUDADANAS

03/11/2011 - 12:00 am

Tengo la esperanza de que eso ocurra cada vez más. Pero no es  una esperanza motivada por lo que podría pasar en Los Pinos, o lo que podría aprobar el Congreso, o lo que podría ofrecer algún  candidato presidencial. Nace de haber recorrido el país durante  los últimos años, de ciudad en ciudad, de foro en foro, de conferencia en conferencia, y de haber encontrado —desde Mexicali  hasta Mérida— a un montón de personas de corazón generoso y espíritu comprometido. Personas dispuestas a acortar la distancia  que niega la responsabilidad con su propio país. Dispuestas a pensar  y  a participar, a denunciar y a transformar, a contribuir  en favor de México y a buscar formas de rescatarlo. Dispuestas a conjugar  el vocabulario de la esperanza y a crear una sintaxis para la salvación. Dispuestas a fertilizar el cambio social. Dispuestas —como  Alejandro Martí y Javier Sicilia y María Elena Morera e Isabel Miranda de Wallace y Miguel Concha y tantos twitteros— a alzar la voz. A organizarse y organizar a otros. A proveer nuevas alternativas y asumir responsabilidades cívicas que antes se dejaban en  manos del gobierno.

Está allí, en Tabasco y en Tamaulipas, en Querétaro y en Quintana Roo, en Ciudad Júarez y en Ciudad Obregón. El ejército incipiente de los que caminan, paso a paso, sabiendo que la larga  marcha para construir ciudadanía es una batalla que se debe dar  y se puede ganar. El batallón creciente de los que saben —como dijera Vaclav Havel— que hay pocas cosas tan poderosas como un grupo de individuos actuando de acuerdo con su conciencia, y con ganas de ayudar.

En Ciudad Juárez, por ejemplo, la violencia ha llevado a la creación de todo tipo de organizaciones. Los médicos armaron un comité para exigir el cese de los secuestros y los asesinatos de sus colegas. Los estudiantes organizan caminatas para protestar por la  matanza de jóvenes y maestros. Los fines de semana, colectivos de  artistas recorren colonias asoladas por las ejecuciones y leen poemas, bailan breakdance, presentan obras de teatro, pintan esténciles  pacifistas en las paredes para animar a la población a recuperar los espacios públicos. Decenas de amas de casa imparten talleres de  duelo en Iglesias, se capacitan como psicoterapeutas y  recorren las colonias más violentas. Un grupo de mujeres profesionistas, apodadas “Las guerreras”, sale los domingos en motocicleta a donar  alimentos y medicinas.

Ellas y tantas personas más forman parte del escuadrón entusiasta de los asociados con una gran idea: México puede ser transformado a través de las acciones acumulativas, grandes y pequeñas, de millones de personas. Los maestros y  las amas de casa y los médicos y los ingenieros y los biólogos y empresarios y los jóvenes y los contadores. Los ciudadanos que sistemáticamente deben quejarse y critican las instituciones, el desempeño gubernamental, la forma en la que funciona la democracia. Los ciudadanos guiados por la necesidad de vigilar las decisiones del gobierno, de denunciar los abusos de la autoridad, de exigir cuentas a los gobernantes.

No basta con tener una democracia mínima, en la cual lo único a lo que podemos aspirar es a la competencia entre élites  partidistas. La democracia también requiere que un número importante de ciudadanos influyan cotidianamente en la toma de  decisiones de su gobierno. La democracia también entraña la demanda diaria por derechos civiles como el derecho a la información, el derecho a la libertad de expresión, el derecho a votar y a ser votado, el derecho a la libertad de asociación, el derecho a la no discriminación racial, de género o religiosa.

Esto es lo que me gustaría que dijeran todos los que quieren  ser parte del esfuerzo por cambiar a México a partir de la ciudadanización de lo público y la lucha por los derechos civiles:

1. A partir de hoy entenderé que la irreverencia frente al poder es una actitud vital para ser un ciudadano de cuerpo entero. La irreverencia lleva al cuestionamiento; la curiosidad entonces se vuelve compulsiva; la pregunta que guía la acción  se convierte en “por qué”. La mía será una filosofía personal  anclada en el optimismo, la imaginación, el deseo de crear, el humor, y el rechazo a los dogmas tanto de derecha como  de izquierda.

Comprenderé que un buen ciudadano no desempeña el papel de quejumbroso y  plañidero ni se erige en la Casandra que nadie quiere oír. No lleva a cabo una crítica rutinaria, monocromática, predecible. Más bien un buen ciudadano busca mantener vivas las aspiraciones eternas de verdad y  justicia en un sistema político que se burla de ellas. Sabré entonces que el mío debe ser un papel puntiagudo, punzante, cuestionador. Sabré que me corresponde hacer las preguntas  difíciles, confrontar la ortodoxia, desafiar los usos y costumbres del poder en México. Sabré que debo asumirme como alguien cuya razón de ser es representar a las personas y a  las causas que muchos preferirían ignorar. Sabré que todos los seres humanos tienen derecho a aspirar a ciertos estándares decentes de comportamiento de parte del gobierno. Sabré que la violación de esos estándares debe ser detectada  y  denunciada: hablando, escribiendo, participando, diagnosticando un problema o fundando una ONG para lidiar con él.

Comprenderé que ser un buen ciudadano en México es una vocación que requiere compromiso y osadía. Es tener el valor de creer en algo profundamente y estar dispuesto a  convencer a los demás sobre ello. Es retar de manera continua a las medias verdades, la mediocridad, la corrección política, la mendacidad. Es resistir la cooptación. Es vivir  produciendo pequeños shocks y terremotos y sacudidas. Vivir generando incomodidad. Vivir en alerta constante. Vivir sin bajar la guardia. Vivir alterando, milímetro tras milímetro, la percepción de la realidad para así cambiarla. Vivir, como lo sugería George Orwell, diciéndole a los demás lo que no quieren oír.

A partir de hoy  entenderé que para cambiar al país hay ciertos conceptos y  acciones vinculados con la participación en el espacio público. Y con base en ellas preguntaré qué puedo hacer yo para acelerar la transformación del país.

2. A partir de hoy entenderé que el voto es un derecho esencial, crucial, estructural. El voto da voz. El voto premia y castiga. El voto obliga a pensar. Woody Allen ha dicho que 90 por ciento del éxito consiste en solamente presentarse, y así  hay que concebir el imperativo de llegar y votar. El cambio no ocurre después de una sola elección. Transformaciones  sociales de gran envergadura —la ley de acceso a la información, la despenalización del aborto, la protección a los  derechos humanos, la desegregación racial en Estados Unidos— se han basado en ideas que consiguieron apoyo poco  a poco, y con el paso del tiempo. Eventualmente triunfaron  gracias a la presión de los votantes.

Pero precisamente porque el voto cuenta y se cuenta hay que ejercerlo —decía Chesterton— con la misma entereza “con la cual uno se casa o ejerce un culto”. Hay  que votar con el corazón y con la cabeza, con el alma y con el estómago, con las manos y con los pies. Hay que entender  al candidato y  escudriñarlo, colocarlo bajo el microscopio y mirarlo, saber de dónde viene y a dónde va.

Por ello, a la hora de elegir  un candidato para cualquier puesto me preguntaré y  le preguntaré.

• ¿Conoce a fondo los problemas locales o sólo los mira desde lejos?

• ¿Ha escuchado a los habitantes de la zona o sólo les habla desde
el podio con el micrófono en la mano?

• ¿Se ha comprometido a viajar regularmente al lugar que lo eligió
o no le ha parecido importante hacerlo?

• ¿Ha involucrado a la población en su campaña o la ha dejado en
manos de los profesionales de su partido?

• ¿Ha presentado propuestas para atar a los legisladores a las agendas ciudadanas o ni siquiera las conoce?

• ¿Es un candidato (o candidata) que surge desde abajo o ha sido
impuesto desde arriba?

• ¿Vive en el distrito que quiere representar o sólo dice que proviene de allí?

• ¿Ha estado involucrado en asuntos comunitarios o sólo ha oído hablar de ellos?

• ¿Ha presentado propuestas para mejorar la vida ciudadana o sólo quiere aprovechar los privilegios de la vida política?

A la hora de votar por un candidato pensaré si…

• ¿Ha dicho cuál es la mejor manera de comunicarse con él (o ella) o sólo carga con un celular que un subalterno contesta?

• ¿Ha viajado rodeado de guaruras agazapados o ha decidido deshacerse de ellos?

• ¿Actúa como si se percibiera fiduciario del presupuesto público o lo gasta como si no tuviera que rendir cuentas sobre él?

• ¿Ha hecho pública su declaración de bienes o no cree que es su  obligación compartirla con el electorado?

• ¿Se ha manifestado a favor de la transparencia total en los gastos del Congreso o prefiere seguir aprovechándose de la opacidad  prevaleciente?

• ¿Se ha pronunciado a favor de incorporar las adquisiciones del Congreso a la cuenta pública o no le ha cruzado por la mente?

• ¿Ha dicho cómo piensa gastar el presupuesto para su staff legislativo o tan sólo piensa en cómo embolsárselo?

• ¿Ha declarado su apoyo a un código de ética para los legisladores o no contempla su necesidad?

• ¿Ha propuesto cambiar la legislación que permite la existencia de confictos de interés entre legisladores-litigantes o piensa enriquecerse gracias a ella?

En el momento de marcar mi boleta y optar por una persona, preguntaré si…

• ¿Ha dicho qué propuestas concretas defiende y qué propuestas concretas critica, o sólo se ha dedicado a dar discursos demagógicos y a hacer promesas incumplibles?

• ¿Se ha pronunciado sobre la necesidad de reformas fiscales y energéticas o se opone a ellas de manera reflexiva?

• ¿Ha asumido una posición sobre la reelección legislativa o no sabe lo que entrañaría?

• ¿Ha dicho qué piensa sobre la relación bilateral y cómo manejarla/mejorarla, o cree que México debe seguir arropándose en el “nacionalismo revolucionario”?

• ¿Ha hablado sobre la globalización o prefiere ignorarla?

• ¿Ha asumido una postura frente a la reforma penal y los juicios orales o no sabe qué entrañan?

• ¿Ha expresado qué piensa de los monopolios públicos y privados y cómo piensa combatirlos?

• ¿Ha dicho qué temas legislativos domina y en cuales se piensa especializar o ha eludido el tema? ¿Ha hablado sobre la agenda  legislativa de su partido o no está al tanto de ella?

En el momento de depositar su voto en la urna, pensaré si…

• ¿El partido al que pertenece el candidato ha sabido producir alternativas viables y mejores, o sólo se dedica a bloquear  las iniciativas presidenciales.

• ¿El partido al que pertenece el candidato parece tener rumbo o parece estar a la deriva?

• ¿El partido al que pertenece el candidato ha logrado crear liderazgos nuevos y  atractivos, o se vale de los mismos de siempre?

• ¿El partido al que pertenece el candidato tiene las manos limpias o no logra eludir los escándalos?

• ¿El partido al que pertenece el candidato muestra signos de remodelación y  renovación, o todo lo contrario?

• ¿El partido al que pertenece el candidato usa al Congreso como un recinto para el intercambio de ideas o como un mercado para el intercambio de influencias?

• ¿El partido al que pertenece el candidato ha cumplido las promesas que hizo en la última elección o se ha olvidado de ellas?

Y  si no recibo respuesta satisfactoria a estas preguntas sabré que puedo —de manera legítima— anular mi voto. Anular es votar. Es participar. Es ir a la urna y  depositar una boleta para expresar el descontento con un sistema democrático  mal armado, que funciona muy bien para los partidos pero muy mal para los ciudadanos. La anulación no busca acabar con la democracia sino aumentar su calidad y su representatividad. La anulación no intenta dinamitar el sistema de  partidos sino mejorar su funcionamiento. Porque llevamos años pidiendo que los partidos democraticen el sistema, sin que lo hayan hecho. Porque llevamos años exigiendo que combatan la corrupción, sin que hayan mostrado la menor  disposición a ello. Porque llevamos periodo legislativo tras periodo legislativo de bancadas que congelan iniciativas prometidas durante la campaña y archivadas cuando llegan al  poder. Porque queremos ayudar desde afuera a los que están  intentando reformar desde adentro; a aquellos que enfrentan cotidianamente la resistencia de partidos autistas que defienden intereses enquistados.

Y esa inercia no se puede combatir —ya lo hemos  visto— con lo que algunos proponen como solución. No basta con formar otro partido, si acaba corrompiéndose para sobrevivir. No basta con cabildear a los legisladores, si su futuro no depende de escuchar a los ciudadanos sino de disciplinarse ante su líder parlamentario o algún poder fáctico. No basta con organizar otro foro —los tantos que ha habido sobre la reforma del Estado— para fomentar  la discusión si  ese foro va a terminar siendo ignorado. El problema fundamental del sistema político es la ausencia de mecanismos que  le den a la ciudadanía peso y voz. Los incentivos del sistema político están mal alineados: los legisladores no necesitan escuchar a la ciudadanía ni atender sus reclamos, porque la longevidad política no depende del buen desempeño en el puesto. Entonces, la anulación no busca destruir el andamiaje institucional sino centrar la atención en sus imperfecciones y en lo que falta por hacer y mejorar.

La anulación no entraña dejar en manos de otros la decisión, sino crear las condiciones para que los ciudadanos verdaderamente cuenten. La anulación no entraña fortalecer el “voto duro”, sino crear condiciones para que se vea remplazado por el voto ciudadano. Para que el acarreo corporativo vaya perdiendo peso conforme aumente la participación de personas que creen en las instituciones en vez  de desconfiar de ellas. Para que en lugar de cortejar a Elba Esther Gordillo o a Valdemar Gutiérrez, los partidos se vean obligados a cortejar a personas como nosotros.

3. A partir de hoy me informaré sobre lo que pasa en mi país. Leeré los periódicos más que ver los noticieros. Comprenderé que si obtengo la mayor parte de mi información política de la televisión, no estaré expuesto a grandes pedazos  de la realidad nacional. Comprenderé que los límites más fuertes a la libertad de expresión con frecuencia provienen  de los dos conglomerados mediáticos, Televisa y TV Azteca y lo confirmaré al revisar libros como La Ley Televisa y la lucha por el poder en México de Javier Esteinou Madrid y Alma Rosa  Alva de la Selva o El sexenio de Televisa de Jenaro Villamil.

Por eso, leeré revistas como Proceso, Nexos, Este País, Letras Libres. Visitaré sitios de internet como La silla rota, Reporte Índigo, SinEmbargo.mx y Animal político. Iré a la página de internet de la Asociación Mexicana de Derecho a la Información  (amedi), donde obtendré información sobre cómo reformar a los medios en México y la urgencia de hacerlo. Contribuiré a  una cobertura más amplia y más balanceada de los medios de mi localidad, alertándolos sobre eventos que están ocurriendo en donde vivo. A partir de hoy comprenderé que si en México los medios son parte del problema, el internet es parte de la solución.

A partir de hoy formaré un club de lectura o entre mis  amigos, con el objetivo de leer ya sea ficción política o libros sobre temas socialmente relevantes. Propondré novelas como Los relámpagos de agosto de Jorge Ibargüengoitia, La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, Pedro Páramo de Juan Rulfo, El regreso de Juan Villoro, El dedo de oro de Guillermo Sheridan, Guerra en el paraíso de Carlos Montemayor, La conspiración de la fortuna de Héctor Aguilar Camín, Balún Canán de Rosario  Castellanos, Arráncame la vida de Ángeles Mastretta, entre  tantos más.

Propondré leer y discutir libros como Los amos de México, editado por Jorge Zepeda Patterson, Un futuro para México de Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín, Si yo fuera presidente: el ‘reality show’ de Enrique Peña Nieto de Jenaro Villamil, Nosotros somos los culpables: la tragedia de la Guardería ABC y El cártel de Sinaloa del mismo autor, Vuelta en U: guía para entender y reactivar la democracia estancada de Sergio Aguayo, Buenas intenciones, malos resultados: política social, informalidad y crecimiento económico en México de Santiago Levy, País de mentiras de Sara Sefchovich, Memorias de una infamia de Lydia Cacho y Los demonios del Edén de la misma autora, Clasemediero: pobre no más, desarrollado aún no de Luis de la Calle y Luis Rubio, Los socios de Elba Esther de Ricardo Raphael, Transición de Carmen Aristegui, El México narco editado por Rafael Rodríguez  Castañeda, ciudadanos mx: Twitter y el cambio político en México de Ana Francisca Vega y José Merino. Entenderé que los libros son maestros poderosos con la capacidad de exponer temas y  realidades que no necesariamente forman parte del debate público, aunque deberían estar allí. Los libros pueden inspirar el debate apasionado, sacar a sus lectores del estupor televisivo e incitar a la acción ciudadana informada. Formaré un cine club con mis amigos para invitar a  otros a ver y comentar películas como La sombra del caudillo, La ley de Herodes, Canoa, Morir en el golfo, El apando, El túnel, El violín, Presunto culpable, Rojo amanecer, Voces silenciadas, Libertad amenazada, El atentado, El general, El infierno, Y tu mamá también. Y lo haré porque, como escribió alguna vez la famosa crítica de cine Pauline Kael, las buenas películas hacen que las cosas te importen; te hacen creer de nuevo en las posibilidades.

4. A partir de hoy me comprometo a hacerle marcaje personal a mi diputado, o a mi presidente municipal, o a mi gobernador. Comprenderé que esa persona es mi empleado porque su sueldo proviene de los impuestos que pago, y debo tratarlo como tal en vez de comportarme de manera deferencial frente a la autoridad. Al mínimo, debo tratar a esa figura como mi igual. Y si yo no permitiría que alguien robara, se ausentara, mintiera y malversara los fondos de mi compañía o de mi casa, y desapareciera después de tres o seis años — como lo hacen tantos diputados y senadores— no permitiré  que alguien lo haga con mi país. En el caso del funcionario elegido, prometo seguir  sus pasos, vigilar sus decisiones, estar. al tanto de su actuación.

En el caso de mi diputado, me informaré sobre cómo ha votado, qué iniciativas ha presentado, cuántos viajes ha hecho, cuántas veces ha regresado al estado que lo eligió. Lo llamaré, le escribiré, y organizaré a otros para que lo hagan también. Exigiré que haga pública su declaración patrimonial. Lo obligaré a ser un verdadero representante de la ciudadanía; me convertiré en su sombra; seré una conciencia persistente, abocada a recordarle para qué llegó al poder y en nombre de quien debe usarlo. Lo presionaré todo el tiempo ya que ningún político puede ignorar un problema si la atención pública lo mantiene vivo.

5. A partir de hoy me sumaré al movimiento de quienes apoyan reformas como las candidaturas ciudadanas, la reelección legislativa, la iniciativa ciudadana, la consulta popular, el referéndum y el plebiscito. Entenderé que estos cambios son algo a lo cual muchos ciudadanos tienen derecho a aspirar. Algo que el sistema político no debería tener el derecho a negarles.

Me sumaré a la presión en favor de las candidaturas independientes, las candidaturas autónomas, las candidaturas que se construyen fuera de los partidos. Y  preguntaré: si las candidaturas ciudadanas son tan peligrosas, tan nocivas y tan desestabilizadoras, ¿cómo explicar su existencia en democracias que admiramos y cuyo funcionamiento es mejor al de México? Si hay un consenso en torno al descrédito de los partidos, ¿qué otras formas de presión existen para obligarlos a representar de mejor manera con la sociedad? Si se reconoce que el malestar es hondo y la desconfianza también, ¿cómo encarar el déficit democrático y la crisis de representación?

Argumentaré que es cierto, las candidaturas ciudadanas no son una panacea. No curan el AH1N1, ni el cáncer y tampoco rallan zanahorias. No constituyen un pasaje de entrada al paraíso ni tampoco —por sí solas— nos sacarán del infierno. No logran, en la mayoría de los casos, ganar más que diez a veinte por ciento del voto. Pero sí ofrecen fórmulas alternativas de participación ante partidos que han  erigido altas barreras de entrada alrededor de su monopolio. Sí proveen una ruta mediante la cual los ciudadanos pueden acceder a la representación sin someterse a los mandatos de las maquinarias. Sí son una amenaza permanente a partidos que han divorciado la agenda política de la agenda pública, y no hablan de nada que le importe verdaderamente a quienes se ven obligados a votar sólo por ellos. Sí son un correctivo a partidos que han perdido el rumbo, que han dejado de ser puente, que han privilegiado la lógica patrimonial por encima de la función representativa. Sí pueden ser la encarnación de fuerzas, de perfiles, de anhelos que los partidos acaparan o sofocan.

A partir de hoy diré —como lo ha hecho Marco Enríquez-Ominami, candidato independiente en Chile— que “los problemas de la democracia se resuelven con más democracia”. Con más ideas. Con más debate. Con más candidatos. Con más acceso. Con más portavoces para los temas álgidos que los partidos no quieren tocar. La democracia es impensable sin los partidos, pero no deberían tener el  monopolio sobre la participación en la esfera pública. Los partidos y los independientes pueden coexistir y cohabitar y complementarse. El objetivo de las candidaturas ciudadanas no es poner en jaque a la democracia, sino mejorar la  calidad de la representación que ofrece. Las barreras legales y logísticas a las candidaturas autónomas son superables; en México hace falta derrumbar las barreras políticas y los  prejuicios mentales.

A partir  de hoy  apelaré a los partidos para que comprendan la crisis de representación que han creado y busquen maneras de afrontarla. Y aunque el movimiento en favor de una democracia de mejor calidad —impulsado entre tantos mexicanos— reúne diversos reclamos, parece haber consenso en torno a algunos ejes. La necesidad de darle a los ciudadanos una forma de castigar o premiar a sus representantes. La reducción del financiamiento público a los partidos. La posibilidad de incorporar figuras de participación directa como el plebiscito y el referéndum. La propuesta de atar el voto nulo a la cantidad de recursos que se destina a los partidos. Todo ello con la intención de fortalecer a la democracia  y asegurar su representatividad. Todo ello con la intención de empujar a los partidos a enarbolar reformas que tanto resisten. Porque como decía Barack Obama a lo largo de su campaña presidencial: “El poder nunca concede por su propia cuenta”. Apoyaré a los jóvenes detrás de la campaña “Reelige o castiga”. Apoyaré el trabajo de organizaciones cívicas como “Ciudadanos por una causa en común”, para obligar al poder a reformarse, empujado desde abajo.

6. A partir de hoy argumentaré que la guerra contra el narcotráfico —repleta de sacrificios humanos, alianzas inconfesables, corrupción compartida y estadísticas calamitosas— no ha producido los resultados deseados. En lugar de reducir la violencia, ha contribuido a su incremento. En vez de contener a los cárteles, ha llevado a su dispersión. En lugar de mejorar la coordinación entre las agencias del sector de seguridad nacional, ha alentado la animosidad, la duplicación de funciones y el cambio constante de agendas. En vez de fomentar la colaboración entre los tres niveles de gobierno, ha acentuado su rivalidad. México hoy es un país más inseguro, más inestable, más violento que cuando Felipe Calderón envió al Ejército a las calles.

A partir  de hoy subrayaré que la “guerra contra las drogas” ha acentuado los problemas que buscaba combatir. Fenómenos como la corrupción, la violencia, la disputa por el control territorial, la infiltración gubernamental y el poder de los cárteles mexicanos —a nivel nacional y  global— no han disminuido. Al contrario, han aumentado. México debería comprender, como lo hizo Estados Unidos cuando legalizó el consumo del alcohol, que la prohibición no disminuyó su uso, sino generó otra serie de daños sociales como los que nuestro país enfrenta ahora: el crimen organizado, el boom de los  mercados ilegales y la violación cotidiana de la ley.

Insistiré en que todos los decomisos, todos los arrestos y todas las extradiciones no han hecho mella en un negocio calculado entre 25 mil y 30 mil millones de dólares anuales. Según Edgardo Buscaglia del ITAM, en los últimos cuatro  años, los cárteles mexicanos han ascendido para ocupar el tercer lugar en presencia y  poderío a nivel global. En México han infiltrado cada vez más a la economía legal, al Estado,  al Ejército, a las policías. La política punitiva de los últimos años no ha servido para debilitar a las fuerzas que combate.

Diré que la “guerra contra las drogas” está construida sobre premisas que parecen incuestionables e inamovibles: la batalla puede ser ganada, Estados Unidos puede reducir su propia demanda interna, “ahora sí” las cosas cambiarán cuando la Iniciativa Mérida incorpore la atención integral a las comunidades fronterizas. Pero estas premisas merecen ser cuestionadas porque en realidad han sido usadas para justificar que la política antidrogas de Estados Unidos se haya  vuelto la política antidrogas de México, cuando no necesariamente debería ser el caso

Expondré que el costo social y económico para el país —mientras el poder del adversario crece— ha sido inmenso. Más de diez mil millones de dólares invertidos en balas, tanques y helicópteros que pudieron canalizarse a escuelas, pupitres y computadoras. Miles de familias desplazadas en el Norte del país, obligadas a huir ante la violencia. El deterioro de la imagen de México a nivel internacional y el  impacto sobre la inversión extranjera que eso entraña. Instituciones gubernamentales cada vez más desacreditadas ante el crimen que no logran contener. Todo ello legitimado con el lema: “Para que la droga no llegue a tus hijos”, cuando  sigue llegando.

Insistiré en que se ha vuelto necesario repensar —a través de un amplio debate público— para qué se está librando la “guerra”. Si el objetivo es proteger a la sociedad de las consecuencias dañinas de la droga, valen las siguientes preguntas: ¿La política actual realmente defiende a los mexicanos o acaba dañándolos? ¿No será que la guerra para exterminarla está produciendo más daño que la droga misma? ¿No será que el verdadero peligro para México es seguir librando  las batallas equivocadas, seguir mal utilizando los recursos escasos, seguir creyendo que la mariguana es peor que la  guerra fútil, violenta y desgastante para arrancarla de raíz?

A partir  de hoy argumentaré que “guerra contra las drogas”, librada a partir de una perspectiva puramente punitiva se ha vuelto el gran distractor. Ha desviado la atención de  los cuatro rubros donde debería estar: A) el combate a la corrupción de alto nivel; B) la instrumentación efectiva de un programa de desmantelamiento patrimonial a los criminales; C) una política de prevención de las adicciones y disminución del daño; D) un programa de coordinación interinstitucional de combate a la delincuencia. La delincuencia común es la que más afecta al ciudadano, pero por el énfasis en la “guerra contra las drogas” es la que menos se combate.

A partir de hoy argumentaré que de poco sirve atrapar criminales cuando son procesados por un sistema judicial donde 75 por ciento de los arrestados terminan exonerados por jueces corruptos o ministerios públicos incompetentes. Y por ello apoyaré y me sumaré al trabajo de la “Red nacional  de apoyo a los juicios orales” y  las propuestas que ha hecho  sobre la implementación de la reforma penal, la depuración  de los cuerpos policiacos, la creación de un nuevo Código Federal de Procedimientos Penales, y el involucramiento de  la ciudadanía en temas de seguridad. Veré cómo puedo incorporarme y ayudar —por ejemplo— a la organización  “México SOS: Sistema de Seguridad Ciudadana”.

7. A partir de hoy argumentaré que México sólo prosperará cuando su gente esté educada y muy bien educada. Y eso entrañaría, para empezar, reconocerlo y actuar en consecuencia. Insistiré en que —en el sector educativo— urge un cambio de actitud, un cambio en los maestros y un cambio  en las reglas. Urge un conocimiento básico de la deplorable  situación de la educación actual para poder reformarla, porque de momento, tenemos lo que nos ofrecen y con eso nos conformamos. Urge mejorar a los maestros, porque ningún  cambio puede hacerse sin o contra ellos, pero tampoco ningún cambio significativo puede dejar sin modificar profundamente las reglas del juego vigentes, creadas para un modelo  autoritario y vertical, corporativo y opaco. Urge cambiar la  reglas para que la educación no sea vista como un instrumento de ingeniería social del régimen o de reclutamiento electoral del gobierno, sino un trampolín para la prosperidad  de los mexicanos. Urge hacer lo que han hecho países como  Corea del Sur y  Singapur  y  Canadá y  Finlandia y China. Entender a la educación como un factor crucial para la movilidad social. Entender a la educación como un reto principal y no sólo como una variable residual. Entender que México está en riesgo y llegó el momento de sonar la alarma y darle patadas al muro que actualmente atrapa a millones de niños. A partir de hoy  insistiré en que será necesario remodelar el sistema educativo. Para evaluar, para exigir, para profesionalizar, para enseñar a los mexicanos todo aquello que están aprendiendo los chinos y los coreanos. Para construir una educación centrada menos en la ideología y en el control social y más en cómo avanzar en el mundo. Para transitar  a un escenario de plazas obtenidas por concurso nacional y no como premio sindical; de maestros capacitados en vez  de maestros poco preparados o extorsionados; de estímulos basados en el desempeño y no en la lealtad; de evaluaciones abiertas al público y no escondidas por quienes temen sus resultados; de preocupación gubernamental por la educación al margen de las alianzas electorales.

Para que México sea un país ganador para muchos y no sólo para unos cuantos, el gobierno deberá —de la mano de  personas como yo— derribar el muro de contención que hoy obstaculiza la creación de un sistema educativo moderno. Sólo así será posible construir una amplia clase media con voz, con derechos, con oportunidades para generar riqueza y acumularla. Sólo así será posible crear  mexicanos dinámicos, emprendedores, educados, competitivos, meritocráticos  porque la educación les da herramientas para serlo. Veré de qué manera puedo ayudar a organizaciones que promueven una reforma educativa integral como “Mexicanos primero” y la “Coalición ciudadana por la educación”.

8. A partir de hoy me opondré a algún monopolio. Dejaré de pensar como naranja exprimida y de permitir  que el manojo de afortunados en la lista Forbes o en el sindicato de Pemex o en la Comisión Federal de Electricidad me traten así. Dejaré de manifestar admiración por mis exprimidores, como lo hace el 60 por ciento de quienes —según una encuesta  reciente— creen que el ingeniero Slim es un ejemplo para sus hijos. Cuestionaré visiones como la expresada por Claudio X. González quien afirma: “Ojalá tuviéramos más (ricos) porque emplean a muchas personas. El ingeniero Slim le da empleo a más de 200 mil personas directamente y es muy trabajador, y muy  ahorrador y ha sabido invertir muy bien”. Preguntaré cuántos más empleos podría crear México si creciera al diez por ciento anualmente, de manera sostenida, lo cual sólo podrá lograrse cuando el gobierno y  los consumidores encaren a los monopolios públicos y privados que actualmente estrangulan nuestra economía. Pensaré que sí, ojalá hubiera más ricos mexicanos, pero encabezados por extraordinarios innovadores que han sabido crear riqueza con base  en la competencia, la productividad, la calidad, los buenos precios y los buenos servicios ofrecidos a quienes habitan la base de la pirámide. No nada más exprimiendo naranjas y parándose sobre sus cáscaras para ascender a la cima.

A partir de hoy reflexionaré sobre la forma en la cual los monopolios del país afectan a los consumidores, al crecimiento económico, y al proceso político. Leeré el libro Buen capitalismo, mal capitalismo de William Baumol, Robert Litan y Carl Schramm para entender el mal desempeño de las economías altamente concentradas, construidas sobre una estructura de privilegios. Leeré el reporte del Banco Mundial titulado Gobernabilidad democrática en México: mas allá de la captura del Estado y la polarización social, que explica el impacto que la concentración del poder y la riqueza en intereses monopólicos tiene sobre una democracia cada vez más capturada. Me informaré —por ejemplo— del alto costo que el  imperio de Carlos Slim tiene para los consumidores, dado que los precios de telefonía e internet en México son significativamente más altos que en el resto de mundo, por la posición predominante de Telmex y  Telcel. Y al ampararse ante  cada decisión de la Cofetel y  la Comisión Federal de Competencia, el señor Slim logra retrasar la creación de un sistema  económico más abierto y más competitivo, que se traduciría  en cuentas telefónicas más baratas para mí, para los pobres,  para miles de pequeñas y  medianas empresas.

A partir de hoy diré que es cierto que el señor Slim y otros monopolistas y  ologopolistas proveen empleo e invierten en México y manejan bien sus compañías. Pero también argumentaré que ése no es un argumento suficiente para  ignorar la influencia negativa de los monopolios sobre el  crecimiento económico. Durante más de una década, el país  ha crecido a un promedio de 15 por ciento anual; una cifra pobre cuando se compara con otros mercados emergentes. Y ese sub desempeño crónico es resultado de cuellos de botella en la economía que los monopolios privados y públicos han colocado, con la anuencia del gobierno. México podría crecer mucho más —y crear muchos más empleos— si tuviera una economía dinámica, donde hubiera inversión masiva de numerosos jugadores en el ámbito de las telecomunicaciones. Si hubiera muchas más personas con celulares baratos, internet accesible, banda ancha disponible. Los atributos personales positivos de cualquier empresario en la punta de la pirámide no deberían ocultar cómo impide la evolución de sectores clave para el desarrollo. Por ello me afiliaré a la ONG “Al consumidor” y me informaré a  través de ella qué puedo hacer para defender mis derechos como consumidor y emprender “acciones colectivas” para  protegerlos.

9. A partir de hoy me comprometo a recoger la basura afuera de mi casa, porque sé que ese simple acto llevará a que me vuelva responsable del espacio público. Entenderé que existe una correlación entre banquetas amplias y limpias y  democracia participativa. Porque si comienzo con el camellón de enfrente, cobraré conciencia de lo que puedo hacer más allá  de ese lugar. Después de un mes de recoger la basura con  mi familia, me preguntaré por qué lo estoy haciendo solo, y  organizaré a los vecinos en una tarea colectiva. Después de dos meses de organización vecinal para limpiar la colonia, me preguntaré por qué lo hacemos nosotros si pagamos  impuestos y es tarea del gobierno asegurar la limpieza de  la ciudad. Iré a ver al delegado o al presidente municipal, y así, poco a poco, construiré círculos virtuosos de exigencia, participación y rendición de cuentas. Comprenderé que recoger la basura se volverá una metáfora para la asignatura  más amplia que me corresponde.

A partir de hoy denunciaré proyectos de desarrollo urbano mal concebidos y mal diseñados que corren en contra de las mejores prácticas de planeación urbana. Criticaré la trasmutación de políticos en desarrolladores; la metamorfosis de funcionarios públicos en constructores privados; la promoción gubernamental de proyectos que indudablemente generarán multimillonarias ganancias, pero no para  la ciudadanía. Denunciaré como en muchas obras se da la “flexibilización” de la ley y las reglas generales son reformadas para servir a intereses particulares. Criticaré cómo las normas de desarrollo urbano son sacrificadas por quienes  se enriquecen al violarlas. Denunciaré a las autoridades coludidas con desarrolladores poderosos y la proliferación de amparos cuestionables que ocultan grandes intereses. Criticaré el desdén a la ciudadanía y el atropello a sus derechos. Me sumaré a las actividades de grupos vecinales o de cualquier organización dedicada a cuestiones ambientales y de  desarrollo urbano. Comprenderé que involucrarme en mi colonia es una forma de involucrarme en mi país.

10. A partir de hoy entenderé que conectarse con otros es clave. Conectarse a través de internet, Twitter, Facebook es una manera de hacer funcionar mejor a la democracia. Es barato, ya que iniciar una petición o una exigencia o un reclamo en el internet no cuesta nada. Es eficaz ya que miles de voces pueden incorporarse rápidamente e influenciar a legisladores o a otras figuras públicas mediante la  presión desde abajo. Es un acicate para la acción, ya que al formar conexiones a través de internet, pueden construirse relaciones que lleven a acciones cada vez más poderosas. A partir de hoy construiré una comunidad “online” que me ayude a mantenerme conectado e informado, o me sumaré a una de las que ya existe. Recordaré las palabras del economista Jeffrey Sachs: “El desarrollo de nuestros  mejores rasgos —confianza, honestidad, visión, responsabilidad y compasión— depende de nuestra interacción con los otros”.

Comprenderé que es fundamental fortalecer la relación entre nuevas tecnologías de la información y comunicación y el ejercicio de derechos políticos y civiles en México. Como ha insistido el activista Andrés Lajous, cualquier persona con  acceso a internet puede buscar y agregar información sobre un problema, comunicar esa información a otras personas con  preocupaciones similares, y ampliar su difusión con la expectativa de que tenga consecuencias políticas. La información y la comunicación sirven para movilizar personas para ejercer sus derechos civiles en sentido político. De hecho, en un periodo relativamente corto, Twitter se ha utilizado estratégicamente para impulsar agendas ciudadanas. Y el resultado: una reconexión de los ciudadanos con los procesos políticos.

Como describe el libro Ciudadanos mx, la movilización “internetnecesario” constituyó una agregación masiva de  usuarios que se oponían a la propuesta de un impuesto al uso del internet. Presionaron de manera tan eficaz a los legisladores que el Poder Legislativo acabó descartando la iniciativa. O el movimiento del voto nulo que obtuvo el trece por ciento de la votación en Morelia, doce por ciento en Puebla y once por ciento en el Distrito Federal. Las propuestas de reforma política puestas sobre la mesa desde entonces surgen en parte como reacción a ese movimiento. El Twitter puede ser usado de manera estratégica como herramienta reactiva contra políticas públicas, como medio de expresión y solidaridad, como ventana para revelar temas que no aparecen en la discusión de los medios convencionales, como instrumento de información y movilización, y como punto focal para agregar preferencias en torno a una política pública.

Cualquier persona, armada con una computadora y acceso a internet puede informar e influenciar a miles de mexicanos. El efecto acumulativo de cada una de nuestras acciones puede tener y ya tiene un gran impacto. Usaré Twitter para organizar a miles de usuarios mexicanos para protestar en contra de algún impuesto o convencer al Senado de una iniciativa o llamar la atención de los medios nacionales e internacionales sobre un tema que debería estar en la agenda pública del país. Usaré cotidianamente las nuevas tecnologías de información  y  comunicación para ampliar mis derechos y ejercerlos.

A partir de hoy reconoceré que me toca dar algo de vuelta al país en el cual nací. Ya sea un poco de mi tiempo, algo de mi dinero, una porción de mi talento, una dosis de mi energía. Me comprometeré a ayudar a una organización  cívica y donaré cierto número de horas a la semana. Reclutaré a mi familia, a mis amigos, a mis colegas para que  participen en una causa. Iré a una marcha. Circularé una petición para reducir el financiamiento a los partidos por internet, o apoyaré a una ONG que promueva los derechos humanos, o escribiré una carta al editor de mi periódico para denunciar alguna arbitrariedad, o seré voluntario en un albergue de mujeres que han sido víctimas de la violencia doméstica, o armaré una marcha a favor de la reforma educativa integral, o solicitaré información sobre el desempeño  de alguna entidad pública usando la Ley Federal de Acceso a la Información, o ayudaré a los padres de la Guardería ABC organizados en el “Movimiento 5 de junio”, o serviré a mi comunidad de cualquier manera. Porque si con mis acciones  altero —aunque sea por un milímetro— la realidad de mi  país, habrá sido un buen día. Y un buen comienzo.

 

 

 

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