DAMIEN HIRST: ARTE, POLÉMICA Y MUCHO DINERO

03/08/2012 - 12:00 am

“Polémica” podría ser el segundo apellido de Damien Hirst, pues ésta siempre lo ha acompañado. Es el artista vivo más rico del mundo con una fortuna calculada en 300 millones de dólares. Su alto perfil lo ha llevado a ser portada y objeto de muchísimos artículos donde se cuestiona su valor como artista. No hay quien no sepa de él y lo que ha hecho. Vive en el ojo del huracán gracias a la controversia, más que a su obra.

“Si algo vale de Hirst es que creó un fenómeno que interesó al público y de ahí se pueden abrir posibilidades para el arte contemporáneo”, opinó Cuauhtémoc Medina, crítico, curador e historiador de arte, sobre el papel del artista británico. Un ícono del arte para las masas.

Tate Modern

Nacido en Bristol, el 7 de junio de 1965, y criado en Leeds, tuvo una niñez marcada por el abandono de su padre y la ilustración, única clase para la que era bueno. Estudió arte y diseño en la Universidad de Leeds y después se especializó en Bellas Artes en Goldsmisth de Londres. Durante su juventud la cocaína y el alcohol fueron sus compañeros de fiesta. Se convirtió en parte de los Yough British Artist –grupo de jóvenes artistas británicos, la mayoría procedentes de Goldsmisth– y su carrera despegó gracias a cadáveres de animales diseccionados.

Actualmente el Tate Modern de Londres exhibe una retrospectiva de Hirst, la más grande hasta ahora. La exposición reúne 70 obras realizadas en 25 años de carrera. Ya en 1995 Tate Britain había reconocido su trabajo otorgándole el prestigioso premio Turner por “Madre e hijo divididos”. El que una institución tan respetada en el mundo del arte le rinda tributo a Hirst despertó la voz de muchos, entre ellos el artista David Hockney, quién declaró la poca valía de Damien al mandar a hacer sus obras. Medina, que ha trabajado para esa institución como curador de arte latinoamericano, no ve nada de raro en la situación: “Hirst es un referente del arte británico de finales del siglo XX y principios del XXI”. Y agregó que, “el Tate organiza exposiciones temporales con efecto de masas o serias”. Y que más puede pedir este museo, que las miles de personas que abarrotan Londres este verano a causa de las Olimpiadas.

Mother and Child (Divided), 1993

Sin dinero no hay negocio y el arte no se queda fuera. Para que el Tate pueda hacer exhibiciones temporales de Edvard Munch por las que cobra 14 libras la entrada o proyectos como llevar piezas del mexicano Abraham Cruzvillegas, necesita de muchos fondos y qué mejor que de las masas ávidas de arte “fácil”, si así se le quiere calificar a Hirst. Exposición para la que es necesario hacer reservación con tres días de anticipación por el alto número de visitas que recibe diariamente.

Por otro lado está el tema que Hockney regresó a la mesa: la discusión acerca del valor de la obra, si es hecha o mandada hacer por los artistas. Los talleres han existido desde el Renacimiento y continuaron durante el Barroco. Los dadaístas, no hacías sus obras, como Salvador Dalí que mandaba hasta firmar algunas. Y Andy Warhol fotocopiaba las imágenes de Elizabeth Taylor que luego otros coloreaban en su estudio. Si el fundador del PopArt no hacía personalmente sus obras, una gran referencia en el trabajo de Hockney, su argumento puede ser desechado fácilmente.

Spot Painting, 1986

Para Medina, es mejor que Hirst haya mandado hacer sus Spot Paintings –existen 300 piezas de esta serie comenzada en 1986 y él sólo pintó cinco – “si él las hubiera hecho, si que sería triste”. En un mundo tecnológico y acelerado el arte tuvo que adaptarse. La obra de casi todos los artistas contemporáneos, son ideadas por ellos, pero ejecutadas por otros. Es imposible que el japonés Yutaka Sone, ataviado con sus vestidos Chanel, haya realizado Tropical Composition/Banana tree (2008-2010). Una enorme palmera de ratán realizada en Tlaquepaque, Jalisco en el Taller Suro. Sone no sabe tejer ratán, pero él ideó esa enorme estructura y fue en busca de artesanos para que la hicieran.

El caso de “mandar hacer”, se volvió escandaloso, cuando el artista más cotizado del mundo, Hirst, reveló en una entrevista que paga porque varias personas realicen sus piezas. “Por el amor de Dios” (2007), una calavera con ocho mil 601 diamantes incrustados, valorada en 78 millones de dólares fue elaborada por Bently and Skiner. Sin la idea de Damien quizás la casa joyera nunca habría acertado en llenar un cráneo de piedras preciosas.

For the Love of God, 2007

Diamantes. Millones de dólares. Exposiciones multitudinarias. Exceso es Hirst, un reflejo de la sociedad consumista. “Una marca”, según Medina. Y aunque no es su fan de ninguna manera, le parece interesante el fenómeno social y mediático alrededor del artista, mucho más que la eterna discusión sobre mandar hacer las obras. Todos agolpados para ver una cabeza de vaca sangrante rodeada de moscas, ”Mil años” (1991) y un tiburón flotando en formol, “La imposibilidad física de la muerte en la mente de un ser vivo” (1991). Las dos obras pertenecen a Natural History, un recordatorio de su antiguo trabajo en la morgue que marcaría su producción artística donde la muerte es el tema más recurrente. La colección tiene más de 20 años que se concibió, pero las piezas no son las originales pues se rehacen cada cierto tiempo por las características de los materiales utilizados. Esta obra vive en la mente de todos gracias a su estadía en los medios. Damien es omnipresente, él lo sabe y se ha sabido vender. Que más da la polémica, si en una subasta de Sotheby’s vendió 223 piezas por 150 millones de dólares aproximadamente. Los ataques en vez de afectarle lo hacen más popular y encarecen su obra al margen de calidad de las piezas.

A Thousand Years, 1990

El arte contemporáneo, sobretodo el de personajes como Hirst, “es un medio de circulación del prestigio de las clases altas en el capitalismo global”, asegura Medina. El que tiene dinero ahora compra arte. La ferias como ArtBasel y MACO, aquí en México, llenan sus pasillos de coleccionistas, muchos de los cuales se dejan llevar por el nombre del artista, por la estética de la obra, por su asesor o por su gusto y conocimiento del arte, y no se preguntan quién hizo la pieza. El crecimiento del mercado artístico es enorme, pues la crisis económica ha empujado a las personas a invertir en algo “seguro”. Nunca antes se había visto pagar sumas estratosféricas como los 119 millones de dólares por los que se vendió este año “El Grito” de Edvard Munch. Como nunca, los artistas vivos habían sido los más prestigiados. Esto responde también a que el mercado del arte ha dejado de ser local, para transformarse en global, acrecentando el número de compradores. Y el costo de las obras van en subida, pero algún día tendrán que alcanzar su límite.

The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living, 1991

Hirst, Jeff Koons, o Takashi Murakami son algunos de los nombres más reconocidos mundialmente en el arte contemporáneo. Y aunque son maltratados por algunos críticos y sectores artísticos, por lo menos habría que reconocerles que han atraído a mucha gente al arte y a los museos. Antes de los años 90, en Inglaterra las instituciones eran muy pequeñas y limitadas en su acceso público. Asimismo, en el mundo, históricamente, el arte siempre estuvo alejado de la población y se le consideró elitista. Ahora una capital sin un gran museo es inconcebible y éstos se llenan. Puede ser que no todos los espectadores sean expertos, pero es una realidad que los pequeños círculos culturales se han abierto o democratizado de cierta forma.

Arthur C. Danto, crítico y escritor del libro “Después del fin del arte”, menciona que el arte contemporáneo “tiene un rasgo que lo distingue de todo lo hecho desde 1400, y es que sus principales ambiciones no son estéticas”; es decir, apuesta al concepto. No es el caso de Hirst, pues su obra es muy atractiva visualmente, pero sí de muchos otros artistas actuales. Humberto Moro, curador y coordinador en la Colección Jumex, opina que, “ahora se busca un público activo, que se cuestione y vaya más allá de la pieza”. La reflexión juega un papel principal cuando observamos “Fuerza bruta” (2012) –dos pesadas piedras deforman un par de costales– de Jose Dávila, uno de los artistas contemporáneos más importantes de México. Tal vez, este nuevo rol de “espectador participante” es una razón más por la que el público se ha acercado.

Quizás pocos sepan que hay detrás de las medicinas utilizadas por Hirst en algunas de sus obras –las escogía de las recetas de su abuela ya fallecida– pero se acercaron al Tate atraídos por su personaje y, probablemente de paso, entraron a las salas de exhibición permanente y apreciaron piezas de Matisse, Man Ray, Malevich, Dalí, Miró, Kandinsky y muchas otras grandes alojadas en ese museo. Obviamente Damien no hizo las medicinas, pero supo como crear un discurso con ellas.

Los tiempos del lienzo y caballete han quedado atrás. El “Cuadrado negro” cambió la historia del arte. La pintura de Kazimir Malevich se exhibió durante “0.10: Última exposición futurista” en Moscú en 1914. La obra fue colocada en la esquina, arriba de todo, en un lugar privilegiado, como una gran cruz sobre el féretro. Comenzó la muerte del arte como era conocido. Casi 100 años más tarde, después de un siglo en que los ismos pasaron uno tras otro, apareció “La fuente” de Marcel Duchamp, llegó la tecnología y se expuso “Brillo Box”, de Andy Warhol, el concepto de arte se ha ensanchado, las técnicas son ilimitadas y los críticos se dividen en halagos y rechazo al arte conceptual. Damian Hirst, su más famoso representante, reúne el fanatismo, el odio, las nuevas prácticas artísticas, el mercadeo y la controversia.

En México, Avelina Lésper, aboga por el virtuosismo por encima de la idea. Ella es una crítica acérrima de los artistas contemporáneos y de los precios que los coleccionistas pagan por “montones de tierra”. No cree en el valor de los objetos cambiados de contexto. Al contrario, Danto dice que cuando vio “Brillo Box” de Warhol por primera vez durante la exhibición de 1964 estaba convencido de su valor. “Con Warhol queda claro que una obra de arte no debe ser de una manera en especial; puede parecer una caja de Brillo o una lata de sopa, pero Warhol es sólo uno de los artistas que ha hecho ese descubrimiento profundo”. Cincuenta años más tarde, Hirst parece haber encontrado su receta perfecta: arte más polémica más medios es igual al artista más conocido y rico del mundo.

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