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Tomás Calvillo Unna

06/09/2023 - 12:04 am

El secreto del desprendimiento

“La angustia disfrazada de placer
danza con la ceguera de la violencia.
Ese par se apropian del escenario,
cada milímetro cada segundo”.

“Las ventanas son también azulejos”. Pintura: Tomás Calvillo Unna.

I

Migajas electrónicas
convertidas en presas,
el devorador no cesa,
succiona;
el tiempo desaparece
es su alimento:
adicción es el nombre del juego,

Cada vez cuesta más trabajo,
apreciar el desamparo;
encerrados
en la pretensión de grandeza,
la pirámide se estrecha y estruja.

La obediencia para sobrevivir
es ya una rutina de millones,
somos multitud encapsulada,
en ínfimos pormenores
que definen
la trama diaria.

Perdemos la punta de la cuerda,
y los eslabones de la memoria,
comprimida y procesada
sin distinción alguna,
pareciera que nada ni nadie antecede
ya no escuchamos, ni siquiera el eco:
todo es lo mismo.

Repetimos casi al unísono
las órdenes enmascaradas
de una libertad codificada;
pertenecemos a los circuitos
de un laboratorio
que experimenta las 24 horas
sin salidas
de emergencia,

nos vendemos a pedacitos.
Somos esa propiedad anónima
que tanto se repite.

La angustia disfrazada de placer
danza con la ceguera de la violencia.
Ese par se apropian del escenario,
cada milímetro cada segundo.

No hay margen para despertar,
somos los actores del acecho,
la congestión es la marca.
Si por fortuna, azar o búsqueda
se logra desaparecer el reflejo;
emerge la profundidad,
el horizonte reaparece.
En pocas palabras,
el camino retorna.

II

El elixir de la lágrima,
siembra los ojos de agua,
al paso de décadas,
los manantiales ocultos del alma
donde los rostros descubren
el milagro de estar vivos.

Compartir el misterio
sin aspavientos;

la lluvia del encuentro
con los otros
y con sigo mismo.
Ese abrazo de la dicha
sin más,
en su vaciamiento
al depositar
el nombre propio
a orillas del sendero.

Saberse en paz
al reconocer
ese fragmento del todo
que enaltece
la identidad del ser.
La devoción impoluta de los siglos,
diluidos en el ejercicio de amanecer
a campo travieso de una conciencia
asistida en su continuo desplegar.

Los pies del mar
en la arena húmeda del tiempo.
Su abecedario nocturno
que escapa a los sueños,
y deja la sagacidad de la madrugada

como herencia.

Esos éramos,
los que creímos
en nuestros nombres,

ahí en esa reunión inesperada,
la vida se desliza en su eterna fugacidad;

no es un atropello,
es y será el continuo desafío
que se busca acallar, ignorar, extinguir.

En mucho la civilización
es un rotundo fracaso
al pretender ocultarnos
a nosotros mismos;
enalteciendo
lo que no nos pertenece.

La remembranza,

las cenizas de la ignorancia, dispersas;
sin la muralla de los egos,
ni la soberbia in situ de los poderosos.

III

Reducimos el mañana
a la punta de la flecha.
A veces, con su vara mágica
el sol dispensa virtudes:
desvanece la densidad
y deja ver los perfiles de las montañas.
su ondular paisaje que inicia su viaje.

Sus rayos, esta mañana
deslizan el interrogante de otra dimensión;

insiste en esa verdad ígnea de su fuego:
la primordial desnudez de la ofrenda,
el secreto del desprendimiento,
el altar de la vida de cada uno.

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