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Melvin Cantarell Gamboa

07/02/2023 - 12:05 am

El humanismo de Occidente y el nuestro

AMLO considera que el crecimiento económico no es suficiente para alcanzar el bienestar general si no se acompaña de acciones gubernamentales encaminadas a promover la equidad.

El Presidente Andrés Manuel López Obrador en conferencia.
“Desde la perspectiva de la concepción de humanismo que sustenta Occidente, ¿es legítimo hablar de humanismo mexicano? ¿Es sólo una ocurrencia de AMLO?”. Foto: Moisés Pablo Nava, Cuartoscuro

En el mensaje del cuarto año de su Gobierno, el Presidente Andrés Manuel López Obrador definió el proyecto de cambio de la 4T como “Humanismo Mexicano”, término que tiene la intención de definir una nueva manera de dar solución a los problemas de la desigualdad social a través de una política económica y moral fundamentada en la adhesión, apoyo y protección a los sectores menos favorecidos de la población. Mediante la unión de teoría y acción se busca hacer realidad el anhelo largamente deseado de justicia social para los más pobres; AMLO considera que el crecimiento económico no es suficiente para alcanzar el bienestar general si no se acompaña de acciones gubernamentales encaminadas a promover la equidad. A través de programas sociales se pretende ampliar la distribución del ingreso y, de esta manera, nutrir de recursos a los más humildes. La eficacia de la medida se hizo patente durante la pandemia, pues las familias más necesitadas paliaron su situación y la economía del país se mantuvo sin riesgos y activo el mercado interno.  

Este propósito podrá considerarse insuficiente o populista, pero quienes aligeraron sus carencias lo entienden y saben que ahora tienen algo que defender y una idea clara de la diferencia entre el hoy y el ayer; por tres décadas el pueblo de México fue engañado por los gobiernos neoliberales que difundieron el embuste de que lo que es bueno para la oligarquía es bueno para todos, afirmación que hoy desmienten los hechos.

Las ventajas que el neoliberalismo dio a la oligarquía mexicana se resumen en lo siguiente: los cuatro millonarios más ricos de México (Carlos Slim, Germán Larrea, Salinas Pliego y Juan Beckman) poseen más riqueza que el 54.4 por ciento de la población del país; sólo Carlos Slim, del inicio de la pandemia a la fecha, aumentó su fortuna en 25 mil 500 millones de pesos, es decir, acumuló 787 millones por mes, 26 millones diarios. ¿Cómo explicar el prodigio? Si la tasa de crecimiento del país, por ejemplo, es de dos por ciento y la fortuna de los más ricos aumenta un cuatro por ciento y, al mismo tiempo, la pobreza se incrementa, entonces, la trampa está en el modo de reproducción del sistema capitalista que para crecer ha de crear continuamente nueva riqueza, en el proceso la fuerza de trabajo produce un excedente o plusvalía que los dueños de los medios de producción distribuyen a su manera, la mayor parte para ellos y, con el restante, pagan salarios e impuestos. Bien, si la parte correspondiente a los salarios se mantiene igual, la riqueza de los más favorecidos crece, mientras la clase trabajadora ve mermado su ingreso debido al aumento de los precios. Esto explica por qué la fortuna de los 15 multimillonarios más ricos de México aumentó en 645 mil millones de pesos, un 33 por ciento, en los años de la pandemia de COVID-19 mientras 43.9 millones de mexicanos viven en la pobreza y 8.5 millones en pobreza extrema, pese a que los salarios crecieron por encima de la inflación. 

La pobreza se disparó porque la economía del periodo neoliberal fue planeada para auspiciar a la burguesía mexicana; estos multimillonarios surgidos de los regímenes de Salinas de Gortari, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto obtuvieron, a precio de remate, bienes nacionales, concesiones para explotar recursos naturales que pertenecen a todos los mexicanos, recibieron privilegios fiscales, se limitaron al mínimo los aumentos salariales y se les hicieron otras concesiones que ahondaron la penuria de millones de familias, al mismo tiempo, que la connivencia entre Estado y clase dominante, negocios de por medio, catapultó hasta cifras no conocidas la corrupción. Todo lo anterior está revirtiéndolo la 4T.

Ahora bien, el proyecto de hacer justicia a los desheredados del país del Presidente Andrés Manuel López Obrador es con la finalidad de hacer una mejor distribución de la riqueza, que se concentra en los menos del uno por ciento más opulento, a través de acciones humanas. De ahí que defina su intento como “Humanismo Mexicano” y lo describa como “un modelo de Gobierno fundamentado en hechos, que se nutre de ideas universales, de la propia cultura milenaria y las experiencias de nuestra excepcional y fecunda historia política”. 

Desde la perspectiva de la concepción de humanismo que sustenta Occidente, ¿es legítimo hablar de humanismo mexicano? ¿Es sólo una ocurrencia de AMLO? Si somos exigentes, el humanismo europeo no tiene un significado universal ni es compatible con la cultura y la historia de todos los pueblos del mundo, mucho menos con su esencia e idiosincrasia; lo que Occidente entiende por humanismo, no se refleja ni tiene correspondencia con lo que ha hecho a través de historia, ahí encontramos una contradicción entre lo elevado de sus teorías y la bajeza de sus acciones.

A lo largo de cinco siglos (del XV al XIX) el humanismo occidental se expandió por el mundo mediante la fuerza. En el Renacimiento Europa conquistó continentes enteros y se adueñó de enormes territorios cuando se lanzó al mar ignoto gracias al invento del timón de codaste, los galeones, el uso de la brújula y el poderío técnico y militar desarrollado en sus guerras internas y con los turcos. 

Portugal llegó a las Indias rodeando el Cabo de Buena Esperanza, España conquistó el Nuevo Mundo e Inglaterra colonizó el norte de América, Oceanía, Australia y Nueva Zelandia. Al mismo tiempo diseminaban en los territorios conquistados su cultura y sus creencias, en especial el humanismo que, de acuerdo con sus convicciones, daban sentido y razón a la apropiación de un mundo que consideraban salvaje, ignorante e inculto. Sin embargo, lo acontecido a lo largo de más de quinientos años dice otra cosa, los portadores de la “civilización” con sus actos jamás dieron contenido a las virtudes que definen su humanismo; pues cuando se encontraron con los “otros”, es decir, con hombres de carne y hueso, a este hombre concreto lo asesinaron, esclavizaron, sometieron a servidumbre, lo explotaron y lo despojaron de dignidad y de todo lo que le pertenecía. ¿Dónde quedó eso que llaman humanismo?  De ahí mi propuesta de conocer previamente la naturaleza, la carga existencial y el sentido de lo que es el humanismo para Occidente, antes de establecer si es legítimo o no definir el modelo del actual gobierno como “Humanismo Mexicano”. 

La connotación, significado, genealogía y realización en la historia de la idea de humanismo puede reconstruirse a partir de las acciones de quienes se definieron como tales y a partir de esas experiencias concretas, preguntarnos si éstas dotaron al vocablo de contenidos esenciales e inherentes al concepto. La palabra humanismo se deriva del término latino humanitas que significa naturaleza humana y es creación exclusiva del pueblo romano; a partir de Roma la palabra se incorporó a la estructura y evolución de las lenguas europeas y, en consecuencia, a las ideas y sentimientos vinculados a la historia y cultura de occidental; es así que aquellos afectos que la definen: amor, misericordia, compasión, generosidad, dignidad, seguridad, protección, etc., sean creación europea. 

Desde el punto de vista de los filósofos del Renacimiento, del siglo de las Luces y la Revolución Francesa, lo interhumano define y fundamenta lo humano; “un ser humano solo existe a través de otros seres humanos”, este principio, sin embargo, fue olvidado, dejado de lado y adulterado cuando Europa se propuso la conquista del mundo y entonces no coincidieron pensamiento y acción, teoría y práctica, ni la ideología se integró al contexto, la más sublime idea se anula y queda sin efecto. El humanismo pregonado por los “civilizados” occidentales es un producto conceptualizado por la razón, una construcción subjetiva carente de sentido histórico y moral, se configuró de manera abstracta al margen del mundo objetivo que debiera darle contenido concreto. El humanismo occidental es, pues, la apariencia de una cultura que no alcanza a percibir la concreción de la vida con sus contradicciones y tragedias.  

El humanismo que trajeron los españoles a través de los misioneros y la iglesia católica operó como una simple ideología que se jactó de ser virtuosa sin serlo; es más, si nos atrevemos a mirar con perspicacia el asunto, no fue más que un castillo verbal útil para justificar los actos de un monstruo carnicero dominado por la voluntad de poder y codicia, arrogante, autosuficiente, satisfecho de sí mismo, que destruyó las culturas de América precolombina con la fruslería de la superioridad de  su civilización, ignorando que una civilización se define por las relaciones que unos hombres establecen con otros. 

En el ánimo de querer entender la expresión “Humanismo Mexicano”, encontramos simple y llanamente esa simpatía que un hombre como AMLO siente por los humildes; esta forma de ser humanista es de naturaleza diferente a lo que caracteriza al humanismo eurocentrista; aquí se trata solamente mitigar el sufrimiento ajeno como si fuera propio. Ahora bien, si consideramos que esta opción viene de un gobernante a quien el pueblo le ha entregado su confianza y que sus propuestas de cambio no obedecen a fines políticos, sino que procede de una posición que unifica la ética con la política.

En las circunstancia y tiempos actuales la consigna “Humanismo Mexicano” se autonomiza, por su diferencia específica, del humanismo occidental, ya que al involucrar lo político y la posibilidad de transfigurar un Estado supera la doctrinaria filosofía que acompaña la ideologizada y abstracta concepción Occidental de lo humano. 

Queda, por último, dotar a este humanismo de contenido, es decir, de principios solidarios que lo identifiquen con el reconocimiento de la misma dignidad y oportunidad para todos sin distingos de clase; que la preferencia por los más necesitados continúe orientándose hacia la exigencia de equidad como objetivo político, que impulse un proyecto de democracia participativa, una concepción de lo humano basada en la sociabilidad, que conciba nuestra existencia como dependencia mutua sin privilegios ni ventajas para ningún grupo y que todo esto sea nuestro signo de identidad con la humanidad entera.

En suma, provocar una revolución tranquila, sin ventajas, prerrogativas, exenciones, fueros, odios ni resentimientos para hacer posible un futuro común y un bienestar humano no basado en principios solemnes y abstractos, sino en la comprensión, cooperación, solidaridad y prácticas comunitarias que efectivamente estuvieron presentes en las sociedades indígenas de Mesoamérica.

Melvin Cantarell Gamboa
Nació en Campeche, Campeche, en 1940. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es excatedrático universitario (Universidad Iberoamericana y Universidad Autónoma de Sinaloa). También es autor de dos textos sobre Ética. Es exdirector de Programas de Radio y TV. Actualmente radica en Mazatlán, Sinaloa.

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