El duopolio de la alternancia

07/07/2012 - 12:00 am

Desde 1988, cuando el PAN legitimó el fraude de Carlos Salinas, la decisión junto con el PRI fue cerrarle el paso a la izquierda y asegurarse de que no llegue a la Presidencia de la República.

Cuatro elecciones presidenciales lo han demostrado a lo largo de 24 años, casi el cuarto de siglo en el que se ha contenido una auténtica transición a la democracia.

PRI y PAN optaron por una sucesión que se han alternado en tres ocasiones desde el año 2000. Por eso es que ni Vicente Fox ni Felipe Calderón tocaron los cimientos del viejo régimen del PRI, ni revisaron su pasado autoritario de 70 años en el poder. Sólo así se entiende que la compra y la coacción del voto “estén de regreso”. Más bien, nunca se fueron.

Si algunos elementos de ese autoritarismo han desaparecido fue más por el paso del tiempo que por la construcción de una institucionalidad democrática. Aunque los viejos líderes han muerto, el corporativismo sigue siendo clave para garantizar el voto, sólo que ahora es pragmático. Como mafia, opera con quien se pueda hacer negocios, ya sea el PRI o el PAN.

Es el caso del sindicato-partido de Elba Esther Gordillo, quien en las elecciones intermedias de hace nueve años apoyó a Fox en contra del PRI, hace seis a Calderón después de ser rechazada por Andrés Manuel López Obrador; hace tres al PRI y al PAN, según el estado, y ahora a Enrique Peña en la presidencial y al PAN en algunas elecciones locales.

No es que por sí misma defina las elecciones, pero ella personifica la perversión de esa alternancia. Lo mismo que Diego Fernández de Cevallos, quien en 1988 pasó por encima del candidato de su partido, Manuel J. Clouthier, y operó como diputado la quema de las boletas del fraude de Salinas.

Negoció con Salinas lo que Porfirio Muñoz Ledo definió como la “concertacesión” a la democracia, en alusión al acuerdo de los partidos de oposición en Chile que, también en el año 88, permitió la salida del poder del dictador Augusto Pinochet.

La izquierda y la derecha moderadas de ese país se pusieron de acuerdo primero para participar en un plebiscito con las propias reglas del dictador y luego en un solo candidato y una sola plataforma.

Aquí la negociación fue entre las derechas, la del PRI y la del PAN, que a cualquier costo, se han dedicado a obstaculizar la llegada de la izquierda a la Presidencia. Diego Fernández luego negoció con Zedillo y le dejó el paso libre para Los Pinos, a pesar de la ventaja que llevaba. A cambio, el PAN tuvo sus primeros cargos en el gobierno federal, luego de que con Salinas obtuviera sus primeras gubernaturas y aumentara sus presidencias municipales.

Durante años, el PRI gastó millones de pesos en la prensa para desprestigiar a Cuauhtémoc Cárdenas. Junto con el PAN no descansó hasta arrumbarlo al tercer lugar en el 2000, cuando por tercera vez buscó la Presidencia de la República.

En 2006, ya en el poder, el PAN emprendió una guerra sucia contra López Obrador, sabiendo que el candidato del PRI, Roberto Madrazo, no podía con su desprestigio. Fue una campaña desde el poder presidencial y empresarial –con Televisa a la cabeza–, que fue avalada por el Poder Judicial a través del Tribunal Electoral.

El costo fue muy alto para el país: un Presidente que para legitimarse en el poder hizo de la inseguridad su capital político a costa de exacerbar la violencia a niveles no vistos desde la Revolución Mexicana.

No fue gratuito que en la reunión del pasado lunes en Los Pinos ante el desastre electoral del PAN estuviera Diego Fernández. Es uno de los artífices de ese modelo que de nueva cuenta impidió la llegada de la izquierda.

Como si las pugnas tribales y errores del PRD no bastaran, como sus pésimas experiencias de gobierno fuera del Distrito Federal, o las propias necedades de López Obrador, la derecha se ha visto obligada a frenarlo dos veces. Como sea, gastando millones de pesos en propaganda.

Pero 2012 fue peor que 2006. Si hace seis años se impuso a Calderón, ahora Peña Nieto es una criatura de Televisa, en la demostración más clara de cómo el poder factual ha secuestrado la democracia en México.

No hay ninguna experiencia similar en América Latina. Países tan disímbolos como Brasil y El Salvador tienen ahora gobiernos de izquierda y nadie se atreve a compararlos con Cuba, Venezuela o Bolivia. Chile fue gobernado por dos décadas por una colación de centroizquierda y fue ejemplo mundial. Ollanta Humala llegó al poder y Perú mantiene su crecimiento económico. En Argentina ha sido ratificada en tres ocasiones de manera consecutiva.

Vieja y ciega, pero ensoberbecida, la derecha mexicana –la política y económica– no está dispuesta a ceder el poder a la izquierda y por ello perpetua el subdesarrollo político de los mexicanos, a los que sólo les reconoce la condición de ciudadanos para que voten “y cuenten los votos”.

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