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Óscar de la Borbolla

08/05/2023 - 12:03 am

Todo tiempo pasado fue mejor 2

“La buena fe es uno de esos importantes ingredientes de la vida que hoy echo de menos”.

“Parece que la fuente de todas mis nostalgias es la misma: el tiempo pasado que añoro era cuando la gente quería entenderse”. Foto: Óscar de la Borbolla.

Estaba haciendo un reporte de las pérdidas graves, que aprecio por el paso del tiempo. ¿Qué no hay o escasea hoy a diferencia de lo que ocurría hace unos años? Lo primero era ese sentido común que permite que las personas quieran entenderse, que pongan de su parte para que el comunicado —necesariamente incompleto o impreciso siempre— sea captado con facilidad. Hoy ni siquiera el saludo se entiende, pues hay quienes no se sienten aludidos por un “buenos días”, en general. Las palabras se decodifican como si el emisor tuviera la peor intención hacia nosotros y, entonces, claro, nadie comprende lo que dice el otro. La ambigüedad inevitable del lenguaje, ese incurable sentido metafórico que tienen las palabras y que solo se aguza por la luz que dan los ademanes, el tono y el contexto se queda en el vacío cuando el interlocutor no quiere entender. La buena fe es uno de esos importantes ingredientes de la vida que hoy echo de menos.

Otro aspecto que también tiene que ver con el sentido común, pero ahora en el más elemental de sus significados, es esa facultad universal que nos hace reconocer que lo real es real, lo blanco blanco y lo negro negro. Uno antes era lo que era y, aunque nunca se conformaba con su suerte, fuera la que fuese, era, obviamente, aceptar los hechos: era ridículo no admitir lo que es; hoy el ser ni siquiera se niega, simplemente se ignora, pues uno con la voluntad y el deseo decide “lo que quiere ser” y ay de aquel que violente el derecho del otro a representarse como felino o como quimera. Parece increíble, pero así está ocurriendo: no se admite el hecho biológico, el hecho económico, el hecho físico… pues los hechos, en general, son irrelevantes. Sí. Extraño las fronteras que separaban las alucinaciones o los sueños de la vida contante y sonante.

Parece que la fuente de todas mis nostalgias es la misma: el tiempo pasado que añoro era cuando la gente quería entenderse, podía entenderse y quería entender. Hoy no quieren entender ni entenderse: este tiempo parece dominado por una voluntad de ceguera, por un querer vivir en otro lado y, ojalá, que al menos fueran pacíficos por quedarse encerrados en el sueño del que no quieren salir, pero al interconectarse en el sueño, al haberse mudado tantos allá, han terminado por erigir una realidad alternativa, la llamada realidad virtual y la beligerancia, los linchamientos, la belicosidad agresiva están a la orden del día. Todos contra aquel que no nos respete o, lo que es lo mismo, ningún respeto para aquel que no piense como nosotros.

En la entrega anterior hablaba del clima de polémica que impera durante un debate. Ese clima hoy nos envuelve a todos. Es una polarización radical pues no solo se trata del encono de las clases sociales (la llamada lucha de clases), sino que están polarizados a todos: las mujeres contra los hombres, los mayores contra los jóvenes, los blancos contra los negros, los de adentro contra los de afuera. Es una polarización que precede a quienes parecen causarla, más que contribuir o producirla, está. Y, por supuesto, hay quienes la aprovechan para atraerse seguidores: la capitalizan: quien no se ostente polarizado no llama la atención. Solo porque ya están encendidos los ánimos, solo porque la gente ya no quiere entender, sólo porque ya están muy enojados es por lo que se pueden hacer llamados al odio de unos contra otros.

Es este clima de hostilidad general el que me excluye del presente. Y sé perfectamente que la relación con los demás nunca fue tersa, que el idilio entre todos no existió en ningún momento de la historia; pero lo que vuelve aberrante este tiempo es la guerra de todos contra todos, la existencia de tantos micrototalitarismos. La gente se mete con la gente, porque fuma, porque come carne, porque usa un popote, porque toma agua embotellada, porque no toma embotellada el agua, porque no usa popote, porque no come carne… la gente se mete con la gente por todo y por nada. Qué tiempos aquellos en los que podía andar a mi aire, sin molestar a nadie ni ser molestado.

Twitter @oscardelaborbol

 

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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