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Gisela Pérez de Acha

08/06/2014 - 12:00 am

Yo si abortaría (II)

La semana pasada escribí sobre la falta de vida humana del cigoto o huevo fecundado, para argumentar en base a elementos lo más objetivos disponibles, por qué yo sí abortaría. Lo planteo como postura personal, en medio de los tabús religiosos y morales con los que crecí, para argumentar en esta segunda parte lo siguiente: […]

La semana pasada escribí sobre la falta de vida humana del cigoto o huevo fecundado, para argumentar en base a elementos lo más objetivos disponibles, por qué yo sí abortaría. Lo planteo como postura personal, en medio de los tabús religiosos y morales con los que crecí, para argumentar en esta segunda parte lo siguiente: i) ¿cuándo entonces sí podemos empezar a hablar de “persona”, “humanidad” y consecuentemente, “dignidad”?, ii) si fuera una postura enteramente personal, ¿en qué les afectaría a los religiosos que se permitiera por ley?

Antes de empezar, me gustaría dejar muy claro que la dignidad es un concepto vacío. Es una noción subjetiva e imprecisa que de ninguna manera está a la altura de las enormes exigencias éticas que se le asignan, y los conservadores de este mundo han abusado del concepto hasta hacer del mismo algo sin sentido.

Decir que algo “es digno”, es completamente relativo porque se refiere siempre a algo más. Por ejemplo, podemos decir que un amigo es digno de confianza; que el dios o el diablo son dignos de ser alabados; que los animales son dignos de respeto; que los tacos son dignos de un monumento o que la cerveza más espesa del mundo es digna de estar en el libro de Récord Guiness. En el fondo, la palabra no tiene significado en sí misma y es simplemente un concepto que emociona y engancha a la gente proclive a la retórica.

En última instancia, la dignidad es un término que designa otros conceptos como el respeto, el decoro o la autonomía personal, pero de manera más imprecisa y retórica.

Por eso, no hablaré de dignidad, sino de autonomía. Y eso tiene razón de ser.

La máxima liberal se expresa en el principio de lesividad de la siguiente manera: “la libertad termina donde empieza la libertad de los demás.” Por eso es importante definir quiénes son los demás, y en qué consiste su libertad. Podemos decir entonces que el núcleo de la libertad es la autonomía, la capacidad de decisión que distingue a ciertos seres vivos de plantas, cosas y conceptos metafísicos imaginarios. Únicamente en estos casos podemos empezar a hablar de límites.

Entonces, ¿cuándo podemos decir que el feto tiene capacidad autonómica, para que sea justamente oponible a la libertad de la madre para decidir sobre SU propio cuerpo? Vaya, no estamos en el medievo, para algo sirve la ciencia y el límite que la misma ha trazado es alrededor de las semanas 22-24.

Pero vayamos por partes. Si autonomía es la capacidad de tomar decisiones, lo relevante es determinar cuándo se tiene el “aparato” para las mismas. Las decisiones pueden llegar a ser conexiones muy complejas, por lo mismo, se toma como estándar los estímulos mínimos de dolor y placer, que una vez registrados por el cerebro nos hacen acercarnos al placer y alejarnos del dolor en términos meramente sensoriales.

Por esta misma razón, la comunidad científica (que sí existe, hace experimentos, comprueba hipótesis y no la estoy inventando) se ha avocado a determinar en qué momento el feto adquiere la estructura y la funcionalidad necesarias para percibir los estímulos de dolor y placer, y consecuentemente, tener un mínimo de capacidad para tomar decisiones de manera autónoma. A ese consenso me refiero cuando hablo de las 22-24 semanas.

Aparentemente, se requiere tener sistema nervioso central, y más específicamente corteza cerebral para ser capaz de percibir dolor. Pero para que quede más claro, intentemos el argumento contrario: ¿cuándo se considera que una persona está muerta? La respuesta es: cuando ya no hay actividad eléctrica de la corteza cerebral. Aunque siga latiendo el corazón, y se mantenga la vida corporal con aparatos de respiración artificial, no hay persona porque no hay actividad cerebral y sin la misma, es imposible que exista capacidad para la toma de decisiones. Por mayoría de razón, se puede decir que mientras no se forme la corteza cerebral, no hay autonomía, ni persona.

Algunos argumentan que el feto se mueve y patea antes de las 22 semanas, pero estos sólo son reflejos o contracciones musculares involuntarias en las que no interviene el cerebro. Se parecen a los reflejos que tenemos en los párpados, o al de la rodilla cuando es golpeada con un cincel; no estamos hablando de autonomía.

Ahora, como el propósito de mi artículo no es científico, no entro a los detalles, pero si les interesa conocer cosas más específicas sobre los receptores, la placa cortical, la médula espinal, el tálamo y la corteza cerebral, pueden encontrar diversos estudios aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, y aquí. Mi único punto es para ilustrar que si algo no tiene capacidad para sentir dolor o placer, no tiene autonomía, y por lo tanto no merece ser protegido por las leyes para imponer límites a la libertad de los demás.

Entonces, a partir de este punto podemos considerar que algo es “digno de ser protegido” y esto se expresa precisamente en los derechos humanos: no recibir un trato cruel, inhumano y degradante; no ser discriminado; tener derecho a servicios de salud y alimentación; etc. Pero el límite tiene que ponerse en algún lado, o la dignidad se empieza a predicar de dioses, piedras y plantas (y ojo, que bajo este concepto los animales si podrían tener autonomía y por consiguiente, protección)

Mi segundo punto es relativo a mi postura personal (e hipotética) a favor del aborto y su legalización. No quiere decir en lo más mínimo que estoy obligando a los conservadores y moralinos a abortar. En cambio ellos, al calificar al aborto de homicidio sí buscan obligarme. En todo caso, y suponiendo que el aborto es un tema enteramente moral (para esto habría que vivir en una era donde no existe la ciencia), son muy distintas las pretensiones morales privadas, y el ánimo que dichas pretensiones morales se conviertan en absolutas y sean sancionadas por el Estado. Eso es lo que busca la iglesia católica y sus seguidores. Para ellos, si algo es un pecado debe ser también tratado como delito. No se viola determinada moral, sino La Moral en el sentido más absolutista posible.

Lo peor del caso es que en base a criterios medievales, lo que pretenden con su moral privada es que las mujeres que no quieran ser madres literalmente vayan a la cárcel. La sanción jurídica por no escoger la maternidad, es la pena de prisión. Y todo por un huevo fecundado.

¿En qué les afectaría que el aborto fuera legal? Nadie los designó los salvaguardas de la “humanidad.” Estamos hablando de una permisión jurídica, que permitiría que cada mujer decidiera en base a su religión, ateísmo, moral o lo que sea.

Si ponderamos ambos valores, y ante un huevo fecundado sin autonomía antes de las 22 semanas, prevalece sin duda la decisión autónoma de las mujeres-aún-no-madres para decidir sobre su propio cuerpo.

¿O apoco la iglesia, dominada por hombres célibes y con sus argumentos medievales, va a decidir por mí? ¿O entonces mi cuerpo sólo sirve para reproducir, y si no quiero ser madre, merezco ir a la cárcel?

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