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Sandra Lorenzano

08/09/2019 - 12:03 am

Heredarás el pan

“Permítanme que por un día no hable de violencias y horrores, permítanme que me deje mecer por ese optimismo melancólico de Lazzaro y de Sor Emanuela, permítanme que por un día crea en la posibilidad de la bondad y la pureza”.

Foto: Tomada de video

Para Natalia Toledo con todo mi cariño

…y por las madrugadas del terruño, 
en calles como espejos se vacía 
el santo olor de la panadería.
Ramón López Velarde

“Cuando se caía un pedazo de pan, mi madre nos hacía levantarlo y besarlo antes de volver a ponerlo sobre la mesa”. Mientras me lo cuenta, los ojos claros, clarísimos de Sor Emanuela se cubren de agua cristalina. “No teníamos nada. ¿Cómo íbamos a tirar el pan?”, dice con su acento sardo dulcificado por décadas de vida dedicada a los demás. Humildes y suaves los gestos de la “suora” conocieron el hambre en la zona más pobre de los campos de Cerdeña. “Éramos ochos hermanos, mi padre era campesino. En ese beso al pan había una ética. Lo hacíamos por nosotros mismos, pero sobre todo por quienes tenían menos que nosotros”.

Me acuerdo entonces de ese hermoso libro de Almudena Grandes que se llama justamente Los besos en el pan (Tusquets, 2015) donde, hablando de la memoria de quienes habían vivido el frío, el miedo, las ausencias, la indignación y las necesidades provocadas por la guerra, cuenta:

“Cuando se caía un trozo de pan al suelo, los adultos obligaban a los niños a recogerlo y a darle un beso antes de devolverlo a la panera, tanta hambre habían pasado sus familias en aquellos años en los que murieron todas esas personas queridas cuyas historias nadie quiso contarles. Los niños que aprendimos a besar el pan, hacemos memoria de nuestra infancia y recordamos la herencia de un hambre desconocida ya para nosotros (…) Porque en España, hasta hace treinta años los hijos heredaban la pobreza, pero también la dignidad de sus padres”.

Es de esa dignidad de la que habla la monja de este pueblo sardo cuyo convento vende las mejores frutas y verduras de la región. “Todo orgánico”, agrega y me guiña un ojo. “¿Cómo me dijo que se llama la escritora española?” Y Sor Emanuela anota en una libretita no muy diferente a la que voy cargando yo por el mundo. Ella que ha pasado los últimos sesenta años o más en este lugar; yo que he pasado los últimos casi ¿cincuenta? ¿sesenta? buscando un lugar. Y quizás también tenga una libreta así Almudena que le dedica sus besos en el pan al barrio madrileño en el que ha crecido y construido su propio lugar.

“¿Sabe qué es lo mejor de estar acá? Compartir la vida con los chicos, con los jóvenes: algunos hijos de campesinos, pero sobre todo migrantes que llegan de África. Tienen ese dolor en la mirada que de pronto se transforma en sonrisa o en picardía. Me los llevo a pescar, o a jugar al futbol (dicen que hace unos cuantos abriles Emanuela se arremangaba el hábito y jugaba tenis con algunos de los mejores jugadores de la isla), cantamos, y de a poco me van contando sus historias. O por lo menos me dejan compartir su silencio. El de ellos es un sufrimiento elevado.” Su espíritu piadoso no ignora los horrores; cobija a quienes los han sufrido creyendo –¡cómo quisiera creerlo yo también!- que algo o alguien los compensará.

Esos chicos de los que habla que atravesaron el Mediterráneo y que cada tanto vuelven a visitarla se me aparecen con el rostro de Lazzaro, el protagonista de la conmovedora película Lazzaro feliz. ¿La han visto? No se la pierdan, por favor. Es la historia de un puro. Uno de los que siguen besando el pan. Alguien que encarna la bondad absoluta, rodeado por un aura de inasible belleza que lo pone más allá del tiempo, de la crueldad del mundo contemporáneo, de las fronteras entre vida y muerte. Hay algo de ángel en este Lazzaro que tiene como uno de sus valores la fidelidad a los seres amados. Alice Rohrwacher, la directora, crea una historia límpida –heredera del neorrealismo, de Olmi, de Pasolini- que deja sembrado en nosotros un melancólico optimismo. En ella no hay dios, ni más allá, pero hay espacio para la fantasía, para los sueños, para aprender a pescar con un grupo de niños africanos, para besar aquello que se ha caído del plato.

Heredarás el viento se llamó un film de los años sesenta que tomó su título de uno de los proverbios de la Biblia: Aquel que cree disturbios en su casa heredará el viento. Permítanme que por un día no hable de violencias y horrores, permítanme que me deje mecer por ese optimismo melancólico de Lazzaro y de Sor Emanuela, permítanme que por un día crea en la posibilidad de la bondad y la pureza. Permítanme imaginar que no será el viento lo que dejemos como herencia, sino el santo perfume del pan.

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, su novela más reciente es "El día que no fue" (Alfaguara). Investigadora de la UNAM, se desempeña allí como Directora de Cultura y Comunicación de la Coordinación para la Igualdad de Género. Presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación).

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