Mi experiencia de innovación

09/12/2015 - 12:00 am

Mi experiencia de innovación es con los conceptos. ¿Es eso innovación? ¿Es eso experiencia? ¿Son mías esas experiencias e innovaciones?

Mi experiencia de innovación es escribiendo, aquí, solo y con mi reflexión. ¿Es eso innovación? ¿Es eso experiencia? ¿Son mías esas experiencias e innovaciones?

Mi experiencia de innovación es deliberada y políticamente teórica. ¿Es eso innovación? ¿Es eso experiencia? ¿Son mías esas experiencias e innovaciones?

Ando en esto hace ya muchos años. Escucho y veo mucho y a muchos, por todas partes. Cambié de países, de ciudades, de lenguas, de currículos y de marcos tecnológicos y sin embargo, en el fondo… Voy a decirlo de otro modo: cuanto más transito, más homogéneo me parece todo lo que veo en la educación básica de América Latina.

Encuentro todo homogéneo y aplastado. No hay matices relevantes ni experiencias profundas significativas de alguna escala o con algún valor simbólico relevante. Incluso, a veces me parece que las cosas más nuevas que encontramos ya son viejas o, mejor dicho, fueron nuevas hace ya mucho tiempo. (Para ejemplo nos vale “A Escola da Ponte” o…, ¿verdad?) Fueron nuevas y siguen siendo nuevas e innovadoras, pero no se han multiplicado; ni se multiplicarán.

Veo todo homogéneo tal como lo ve PISA, dicho sea de paso. Por eso a veces tengo dudas con las metodologías de hacer foco en las micro-experiencias innovadoras, porque siempre las ha habido y no han sido útiles sino para confirmar la regla, que es la atrofia, la falta de resultados, la falta de sentido y la abulia general de nuestros sistemas educativos básicos. No me seduce el movimiento político de encumbrar alguna cosita por allá, alguna otra por acá, algún maestro genial, algún impacto serio en alguna familia especial o algún resultado inesperado y perfecto. No es esa innovación la que me interesa.

Creo que la escuela como institución está cristalizada simbólicamente. Es un museo y no una instancia social viva. Se dedica a mostrar lo que fue, fosilizado y fuera de época. Está llena de cartelitos indicadores de lo que alguna vez tuvo entropía social. Es como un “freezer”; solo conserva. Está para mostrar, no para hacer. Es mentira que esté haciéndose. Ese es su problema.

Por eso mi experiencia de innovación educativa es conceptual; porque me dedico a trabajar la matriz de conceptos, valores, creencias, supuestos, presupuestos y legados históricos que establecen la institución nuclear del hecho educativo, que es la escuela. Si no logramos innovar al nivel de esa matriz y con alguna escala y siguiendo un mapa político-simbólico poderoso, no habrá innovación escolar que valga para torcer ese rumbo oscuro que nos tiene abrumados.

En eso creo, al menos. Por eso trabajo escribiendo y pensando (además de divulgando, discutiendo, exponiendo, curioseando, envolviéndome, buscando por aquí y por allá).

Somos una comunidad (no la de los innovadores sino la inclusiva, la de los educadores y gestores educacionales en general) trabada; vivimos muertos de miedo de perder lo poco que nos queda. Por eso todo lo escolar me hace recordar a los gestores de museos y a los restauradores. Somos conservadores; no porque tengamos ideas conservadoras, sino porque trabajamos para conservar. Somos unos convencidos de que siempre es mejor quedarse que ir. Creemos que estamos para defender una institución cuya función social es de ancla, no de nave. Y no es verdad. La escuela de hoy debe ir; debe mostrarle a la sociedad que buscar es un valor. Y la escuela va.

Por eso innovación y escuela se llevan mal; como innovación e iglesia. Hay una dicotomía conceptual que traba el proceso. Mientras la escuela no asuma los adjetivos de la innovación, no innovará; mientras no se asuma arriesgada, inestable, insegura, errática e incierta, no dará el paso. Asumimos con naturalidad y disposición los adjetivos más nobles y menos polémicos de la innovación (audaz, creativa, vital, carismática), pero no estamos dispuestos a hacernos cargo de los otros, sin los cuales éstos tampoco vendrán.

Por eso digo que estamos trabados. Y por eso también es que me enfoco en esta dimensión y no me muevo. Porque si no destrabamos acá es inútil cualquier otra búsqueda.

Estoy convencido de que la innovación teórica no solo existe, sino que es esencial. A veces –incluso demasiadas veces- nos queremos ir a la innovación práctica como si se pudiera sin una matriz teórica que nos oriente. Los resultados de esos ejercicios dejan mucho que desear en general. Estoy un poco cansado de escuchar maestras y maestros aislados contando experiencias aisladas y muchas veces poco profundas. No creo que ese sea el camino.

Y estoy convencido también de que se puede. He reflexionado y escrito mucho sobre lo difícil que es nuestra innovación, y también sobre la cantidad de evidencias de nuestro fracaso que andan por ahí, pero aún así creo que se puede. Pero para que se pueda debemos tener una inteligente estrategia política de innovación y transformación. Y en ella, la primera premisa es que o ganamos escala a buena velocidad o mejor ni lo intentemos. La innovación tratada como un ejercicio de minorías es solo funcional a la conservación.

Sé que luego llegan los desafíos prácticos; el cómo se hacen las cosas y cuándo algunas enunciaciones lindas y poderosas se deshacen ante su propia instrumentación. No desdeño esas instancias; apenas las pongo en un orden lógico posterior y dependiente. Por eso hago la innovación que hago.

Pablo Emilio Doberti
Nací y me crié en Buenos Aires y llevo vividos mis últimos 13 años en Venezuela, México y Brasil, donde estoy hoy día. Me dedico a la educación y escribo por vocación. Lidero una organización llamada UNOi que integra 1000 escuelas en una red, entre México, Colombia y Brasil. Doy conferencias frecuentemente y publico de manera periódica en el Huffington Post de España y Brasil, en El Nacional de Venezuela, en Pijama & Surf y ahora en SinEmbargo. Abogo por una escuela nueva, porque la que tenemos no sirve.
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